DONACIÓN A LA JAPONESA
Un camarero con un mostacho de
pelo que le timonea la calva engulle la risa.
—¿Masaiko? Un tipo raro ese
nipón. Venía, y no a beber precisamente, ¡el muy cabrón! Quedaba con el Cachopin;
están juntos en Tokio, plantando arbolitos. Maricones.
La mujer aprieta los ojos
mientras suelta su cerveza y cinco euros en la barra. Se despide.
—Ya sé suficiente, gracias.
El camarero escupe sobre un
trapo mugriento que coge de la cintura y restriega sobre la superficie de la
barra.
Coral aplasta el índice sobre
su diminuta nariz alzada; abre las dos grandes depresiones nasales y expira el
aire contenido. Pasa el dorso de la mano limpiándose y se abrocha hasta el
cuello su chaqueta de piel sobada. Era el último lugar que le quedaba por
preguntar. Por fin una pista, al otro lado del mundo.
Tras un vuelo de catorce
horas, Coral sube al vagón del tren Express. Es arrastrada por una marea
humana. Allí queda, empotrada en una esquina, donde le aplasta un ejecutivo
descoyuntado, cabeza en hombro. Parada de Yuracucho. Camina entre garitos,
comensales de pescado crudo y carne de vaca cocinada a soplete. Es la periferia
de Tokio.
Entretanto, en una estancia
construida de papel japonés, un nipón con ojos de tritón punzonea unas
diminutas raíces. Tijeras, tenazas, aparatos diversos se exhiben junto a una
hilera de arbolitos con un sofisticado gotero.
Llueve. Coral llega a la casa
de huéspedes. La dueña, sonrisa de maniquí, le enseña su habitación sin decir
palabra. La abandona allí, empapada. Sobre el tatami, un zabuton. Cae exhausta.
Vuelve a leer un trozo de papel mientras arrecia la tormenta. «Concurso de
bonsáis en el museo de arte metropolitano». Puede encontrar aquí a Masaiko.
«Tranquila. Tú espera. Tu
inversión nos hará ricos». Fueron las últimas palabras que escuchó Coral de Cachopin.
Diez años de relación y una hija nacida de la incertidumbre. Negocios turbios y
palabrerías vanas. Todos sus ahorros y ahora se sentía estafada. Era su única
obsesión: recuperar su dinero como fuera.
La foto de Masaiko ladea en el
cartel del concurso. Grandes gafas aúpan su ceño. Coral espera en la calle
hasta que aparece. La lluvia irreverente empaña toda visión. Solo bruma en la
jungla de neón. Ella llega a la vivienda del japonés. Toca.
—Anata wa nandesuka?
—¿No… habla español?
Ella pregunta, pero el japonés
no la deja pasar.
—¿Quie usté?
—Necesito información.
—Saca zapato… ¡Punta, así!
Coloca sus botines con el
tacón hacia la puerta.
—Vengo de Madrid. Creo que
conoce a Damián Fresco.
—¿Uoei?
—El Cachopín…
El japonés se encoje y
desaparece. Deja tras de sí un tufo a pescado rancio. Ella curiosea lo simple
del lugar: paneles de madera, pergamino, cojines, una banqueta y una cortina
custodiada por un dragón. El japonés aparece con un vaso de sake que coloca
junto a una banqueta con un bonsái.
—Wabi-sabi.
—¿Qué? Aah, gracias.
—La belesa de una vida de otla
que no ja sido buena.
El japonés queda mirando al
arbolito.
—¿Sabe dónde? ¿Cachopín?
—¿Viaja sola? Venga mañana.
El japonés le abre la puerta
para que se vaya.
—¿Hora?
—señala, golpeando la muñeca— ¿A las cuatro?
—¡Nooo! No cuato, nunca cuato.
Mala suete. Cinco, bien ¡Plom!
«Valiente kimono siniestro de manos afiladas». Coral sale escopeteada, enfrentándose a la ciudad asfixiante.
Deportivos tuneados ariscos al silencio. Un anciano sonríe disfrazado de niña.
Coral dobla el primer yokocho que encuentra. Sigue el cablerío de la red
eléctrica hilvanando edificio tras edificio. Bajo el viaducto, un restaurante.
Libre una mesa. Cerca dos japoneses sorben fideos. Temblorosa, pide lo mismo y
señala el primer cartel que ve ¿Seiniku-ba? Acaba de pedir carne
cruda de caballo. En la parrilla gira una salamandra. El sonido a disco viejo
de música la aleja del chirrío de los trenes de la línea Yamanote.
Mañana Masaiko, habitual de
Kurobei Yokocho, irá al callejón del muro negro. Dirige allí un laboratorio
clandestino de abono orgánico a partir de sangre de cerdo. Un negocio
financiado por el Yakuza, el crimen organizado de Tokio. Después volverá a su
apartamento donde ha quedado con Coral.
El kimono del nipón está
manchado de sangre en las mangas y en los bolsillos. Coral, calada hasta el
tuétano, acaba de llegar. Mueca los labios sin quitarle la vista de encima. Él
corre la cortina draconiana. Ella ve un cerebro y un hígado en una bandeja, un
circuito de tubos, pequeñas plantas en macetas. Traga saliva. Masaiko advierte
su curiosidad. Se lo muestra.
—Tekunika. Alaga vida y da
coló único a Asaleas. Solo yo sé.
Coral siente un escalofrío. No
quita la vista de una jeringuilla que él acaba de coger. Ella retrasa uno de
sus pasos. Y después otro. Unas tenazas de podar quedan bajo sus pies. Una
tanqueta libera un líquido rojo que entra en un depósito y sale amarillo a las
bandejas de los árbolillos floridos. El pánico gravita. El japonés se le
acerca.
—¿Dónde está el Cachopin?
—Impotante tiempo. Óganos
calienté en cuepo. Sale sange a azaleas… No necesito tu sange.
El japonés le da un bonsái de
azaleas amarillas. Sobre la banqueta ahora dibuja algo en japonés. Masaiko le
acerca un pliego de papel arroz. Ella coge todo. Él la obliga a salir. Ella lee:
あなたの豚の血を運ぶ
Lleva la sangre de tu cerdo
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Un relato sangriento y muy rojo/negro. Me ha gustado mucho. Ese lenguaje y ese vocabulario tan tuyos le dan a cualquier relato un toque muy personal.
ResponderEliminarUn beso.
Hola Rosa, querida amiga, me alegra que te haya gustado. Ni te imaginas lo dificil que ha sido interpretarlo. La narración la he hecho hoy. Creo que el próximo asesina me lo busco español trabajando en la mafia rusa jeje. Un abrazote y feliz semana.
EliminarQué bueno, una donación a la japonesa.
ResponderEliminarTe felicito por tu ingenio.
Un placer leerte.
Besos.
Hola María, lo siento, este mensaje quedó enganchado como spam y hasta ahora no lo había visto. Muchas gracias María por tu lectura. Besos y feliz semana.
EliminarNada familiarizada con la cultura japonesa, veo un texto como que muy envuelto en sangre. Ese abono orgánico igual es la mejor manera de cultivar las preciosas flores que ornamentan tantos de sus ambientes :-)
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Alba, si asi es, es un relato negro cuya trama se desarrolla en los bajos fondos de las dos ciudades Madrid y Tokio, y la corrupción está presente con el crimen organizado. Jeje ya veo que no s tu estilo de historias. Hay que ser un poco macabra de vez en cuando. Fue una propuesta para la XVII edición del Tintero de Oro. Que ahora la he vuelto a corregir para la narración oral. Muchas gracias amiga. Un abrazo
EliminarMe ha gustado tanto como la primera vez que lo leí hace unos cuantos meses, creo recordar. El título ya me lo ha traído a la memoria, pero la imagen que encabeza la entrada me ha despistado, pues me ha parecido distinta. No sabría decir si has introducido algún cambio y no voy a hacer un estudio comparativo ahora. ¿Pa qué?, ja,ja,ja.
ResponderEliminarLo dicho: me ha gustado mucho.
Un abrazo.
Hola Josep Mª, ay tengo presente pasarme para ponerme al día con tu blog. Y si tienes razón es el relato que presenté al Tintero como propuesta de relato negro, macabro. La imagen la he cambiado. Buen observador amigo mío. Me alegra que hayas vuelto a leerlo. Muchas gracias. Feliz lunes
EliminarMe ha perecido muy interesante, aunque estoy seguro de que se me han escapado detalles; lo que me ha impedido apreciarlo en toda su extensión.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Chema, los relatos negros tienen mil detalles en las descripciones de los personajes, lo que hacen, cómo lo dicen, el ambiente...Yo no soy nada experta. Es el segundo que escribo, pero enganchan. Muchas gracias por la visita. Un abrazote de martes
EliminarMe ha gustado mucho, la verdad, ese aire de suspense que se esconde en todo el relato, la cultura japonesa tan difícil de entender para muchos de nosotros, en fin esta muy muy bien, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Tere, muchas gracias amiga, es una cultura tan diferente la japonesa. Ni te cuento para ambientarme el tiempo que me ha llevado. No he ido a Japón porque estamos de pandemia, si no...jeje. Me alegro que te haya atrapado. Un abrazo grande amiga mía.
Eliminar¡Hola, Eme! Menudo es ese japonés, ja, ja, ja... Creo que es un personaje al que bien podrías darle protagonismo en otro relato. Que use los restos humanos para sus bonsais es algo que no se ve todos los días y me quedé con ganas de conocer un poco más sobre él. Me ha gustado esa ambientación nipona en un relato negro y esa búsqueda que si bien no logró recuperar el dinero, al menos sí le dio un "bonito" bonsai. Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarHola David, ya te sabes el relato tanto como yo jaja, de tanto leerlo. Pues sí, el mismo método de extración es interesante. No siempre se usa sangre para pigmientar azaleas. Además el japonés es todo un campeón en su país como productor de las azaleas amarillas más bonitas.Incluso la misma relación de Coral con el Cachopin es interesante. Muchas gracaias compañero. Un abrazo
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