EL TRANCE

El único sonido palpitante en la sala es la cámara fría. Fuera, un sol abre el día con un piar y un viento batiente. Ella sola. Solas, ella y yo. Dos en una sala que aguarda y es una estancia vacía. Cuatro sofás negros, cuatro sillas y por el gran ventanal hay dos palmeras, dos cipreses que asoman como postigos de centinelas. Dos más dos son cinco, porque hay un cuadro, una pintura que arrastra ese color negro de la sala, un pictograma entre cielo e infierno, rasgado en azul y que a brochazos deja salir una nube amarilla, un sesgo que se oblicua en rojo y una uve negra que se agranda, en uve de vencida. El suelo gris de la sala se deja ondular por el calor mientras el azul del cuadro se derrama sobre el negro. Un lago escondido va tras la nube y un fuego fatuo está en espera a que pase la nave funeraria. Unas pisadas quiebran el espejismo, son los vínculos que llegan, entre ellos tantas vidas ajenas. Mientras que la vida y la muerte se abrazan, hay llantos que desp...