EL VERDILLO. EL SALVADOR

«Ya no resbalaré más en el barro de este país». Era su pensamiento mientras terminaba de limpiar sus botas para dejarlas allí, en aquel rancho, junto a la mayor parte de su exiguo equipaje. Le rodeaban los cuatro niños. Sentada en la hamaca, la que había sido su cama durante tres días, pensaba en la despedida. Metió sus dedos entre el calado de nailon de la hamaca y comenzó a juguetear en silencio. La niña más pequeña la miraba con una sonrisa traviesa, estaba feliz, su madre le había puesto su único vestido, uno blanco inmaculado con volantes en la falda, y la había calzado. La hermana, más tímida, se escondía en su gran moño rojo. Era fiesta para ellas. Solo los dos niños seguían descalzos, el mayor sin camiseta con sus amuletos colgándole del cuello. Así solían estar todos los días, acostumbrados a sentir la lluvia en el pecho y las raíces bajo los pies. Un par de semanas después ella cruzaría la frontera, ya no volvería a ver a esta familia. Había obsequiado una ofrend...