VIAJE SIN VUELTA

Emprendo el viaje a la Aurora boreal. Un solo pensamiento presente me acompaña: las últimas palabras de mi abuelo. Él nunca fue a la selva virgen de los misioneros y nunca voló al polo norte de los descubridores, pero sí se perdió en el desierto del Sahara. Nunca huyó de los leones de África y corrió como gacela en las llanuras del Serengueti pero subió las pirámides de Egipto. Tampoco se descolgó del Gran Cañón del Colorado, pero vio con amargura como fracturaban la ciudad de Petra demoliendo su apreciada fachada. Y antes de que Corea bombardeara la Gran Manzana de Nueva York y ardiera como antorcha de amparo la Torre Eiffel, mi abuelo pronosticó “el gran suicidio.” Los lugares condenados se llenaron de cuerpos. El bosque de Aokigahara, en el Monte Fuji, con sus más de treinta kilómetros, ya no tenía árbol sobre lava que no hubiera cien cuerpos. Los mil metros del Golden Gate arrojaban cenizas de cadáveres y ahora balancean sus tirantas para columpiar las...