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Mostrando entradas de octubre, 2020

EL ESPÍRITU DE ISADORA

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  Bermejo se llamaba, por el color del pelo y su piel de salmón. Nació no muy espabilado. Confundía la tortilla con la hogaza de pan. A pesar de su incredulidad, siempre supo que allí estaba el espíritu de Isadora. La mujer vagaba por los sembrados del norte como alma en pena. Y Bermejo tenía su vista puesta en el crecimiento del trigo. Cuando germinaba, veía latir el corazón de la muerta a sus pies, y en el trigo ya hecho grano, veía los ojos de Isadora como semillas de rambután. En el pueblo, la gente lo dejaba por loco. “Un inocente que soñaba con espantapájaros”, decían. Pero este espantapájaros se tragaba cantos y graznidos de mirlos y urracas. Isadora murió sin ser perdonada por su hermano y él, por su culpa, quedó amargado por vida. Desde entonces ella vagaría en la oscuridad, evitando así que los demonios se le llevasen y prendieran su alma en la eternidad del infierno.   El atontado Bermejo proclamaba a los cuatro vientos que era el portador de la verdad, él sabía

LA PRIMERA VEZ DE NIÑA LAURA

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Es la primera vez que lo hace fuera de su casa. Sus ojos miran a la izquierda, luego a la derecha. Disimuladamente gira su cara hacia atrás, y de pronto, una detonación en el silencio:  ¡PPRRRR! Qué a gusto ha debido de quedarse con la reverberación del sonido hueco.   Ha retumbado en toda la calle, habrán temblado las macetas en sus soportes. ¡Cof, cof! Ah, qué mala suerte ¡Chiss! alguien ha tosido desde uno de los balcones. La pobre, ahora baja la cabeza y anda así, como si no fuera con ella. La vergüenza de niña Laura ha ruborizado su cara. Un rojo a mermelada de frambuesa le chorrea por los cachetes. Sigue caminando, cada vez más aprisa; acelera el paso, por si el pedo disfrazado de trueno le fuera arrojado desde ese balcón, como los rayos de Zeus desde el Olimpo. Niña Laura camina hasta volver la esquina. Ahí, se vuelve. Y asoma la nariz para comprobar que nada ni nadie le persigue. Retoma su paso y comienza a hablar en voz alta. «No comprendo como una sana y placentera c

DONACIÓN A LA JAPONESA

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  Un camarero con un mostacho de pelo que le timonea la calva engulle la risa. —¿Masaiko? Un tipo raro ese nipón. Venía, y no a beber precisamente, ¡el muy cabrón! Quedaba con el Cachopin; están juntos en Tokio, plantando arbolitos. Maricones. La mujer aprieta los ojos mientras suelta su cerveza y cinco euros en la barra. Se despide. —Ya sé suficiente, gracias. El camarero escupe sobre un trapo mugriento que coge de la cintura y restriega sobre la superficie de la barra. Coral aplasta el índice sobre su diminuta nariz alzada; abre las dos grandes depresiones nasales y expira el aire contenido. Pasa el dorso de la mano limpiándose y se abrocha hasta el cuello su chaqueta de piel sobada. Era el último lugar que le quedaba por preguntar. Por fin una pista , al otro lado del mundo. Tras un vuelo de catorce horas, Coral sube al vagón del tren Express. Es arrastrada por una marea humana. Allí queda, empotrada en una esquina, donde le aplasta un ejecutivo descoyuntado, cabeza en h

VERDE EN DIA ROJO

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  La Casa Verde con torreón de plata. Allí se le aprieta a Rosita su espíritu al puño y a la palabra. A veces tararea, a veces canta. Allí le salen escritas las notas de música buscando inspiración en la añoranza. Allí fueron sus primeros juegos de niña, sus correrías y travesuras, entre jardines y fuentes. Rosita con su batuta y una partitura emborronada; sentada queda en un banco, mirando frente a la casa. La Casa Verde de silueta grande es ahora inmueble de anticuario. Tiene sus ventanas despiertas y una puerta cerrada. Deshabitada y desconocida en dueños. Se habla de un oficial del ejército nacional español, escondido bajo falsa apariencia como empresario de una fábrica de ron. Otros dicen que no, que el propietario fue un escritor que escapó a Nueva York. Alguien o algo hay dentro de la casa que no la deja envejecer. Hay una mano, o dos, que la convierte en arcana, invulnerable a la eternidad. Que encierra en sus espejos los reflejos de una memoria. Y solo Rosita, daría la vid

MI VIDA EN JUEGO

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Por fín ha llegado el juicio. Empecé camelándome al abuelo. Lo engatusaba. Pero antes que él, tuve de colega al Jamelgo; murió de una sobredosis, y El Turillas, también era buena gente, pero… se suicidó. Lo encontré con el careto agarrado al miedo, hincado de rodillas y el cuello, desangrado por una lata de cola. Al abuelo, con esa mirada de donuts que tiene, le he protegido siempre a muerte. Son muchos los guardianes que han tenido navajas en el cuello y les han mordido las orejas. Se reirán si les cuento que el abuelo es el único amigo que tengo aquí, sí, un funcionario de la cárcel. Un carrazo que se trastabilla al hablar cuando se pone nervioso y guiña con el ojo izquierdo. Pero le he visto sonreír a un niño, una foto que un día le enseñaron, y eso, eso dice mucho de gente buena. Lo que me quemó mucho tiempo, lo acabé amasando aquí, en la cárcel de Navalcarnero. Detenido, Auto e ingreso en prisión. Veinti cuatro horas de aislamiento… Cuántas horas de custodia y encierro…