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LA ARAÑA Y EL CHINCHE

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Un buen día la araña Clotilde se instaló en la habitación más tranquila de la casa, justo en la esquina de la pared que lindaba al techo. Alejada del bullicio, ella preparaba sus hileras. Con dotes de malabarista y una gran delicadeza comenzó a tejer la tela de seda. Su hilo era más fino que un cabello, visible solo con el sol. Las hebras relucían en el mismo instante que la caricia del aire las iba endureciendo hasta convertirlas en algo parecido a cuerdas de violín, incluso más resistentes. La araña ajustaba con precisión todo el entretejido y así iba conformando su red. Un trabajo de confección que le llevaba días. Con muy poca comida en la tripa y aun menos descanso, ella, paciente, se abría paso en su telaraña, zancada tras zancada. Todo iba bien hasta que algo se atrevió a irrumpir en su espacio.   Bajo la alfombra asomaron un par de antenas arrastrando un cuerpo plano del tamaño de una semilla de manzana. Desde arriba Clotilde no se percató de aquella presencia hasta que el ...

LA ARAÑA Y EL CHINCHE

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Un buen día la araña Clotilde se instaló en la habitación más tranquila de la casa, justo en la esquina de la pared que lindaba al techo. Alejada del bullicio, preparó sus hileras. Y con delicadeza y dotes de malabarista, comenzó a tejer su tela de seda. Su hilo, más fino que un cabello, solo se veía con el sol; relucía en el instante mismo que la caricia del aire lo endurecía haciéndolo más resistente que una cuerda de violín. La araña ajustaba con precisión todo el entretejido conformando la red. El trabajo de confección le llevó días. Lo hacía paciente, abriendo zancada con poca comida y aún menos descanso. Todo iba bien hasta que algo se atrevió a irrumpir en su espacio. Bajo la alfombra asomaron un par de antenas arrastrando un cuerpo plano del tamaño de una semilla de manzana. Desde arriba Clotilde no se percató hasta que el individuo subió por la pared y se le puso en frente. —No te acerques más si no quieres desaparecer —amenaza Clotilde. —Aquí hay lugar pa...