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MI VIDA EN JUEGO

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Por fín ha llegado el juicio. Empecé camelándome al abuelo. Lo engatusaba. Pero antes que él, tuve de colega al Jamelgo; murió de una sobredosis, y El Turillas, también era buena gente, pero… se suicidó. Lo encontré con el careto agarrado al miedo, hincado de rodillas y el cuello, desangrado por una lata de cola. Al abuelo, con esa mirada de donuts que tiene, le he protegido siempre a muerte. Son muchos los guardianes que han tenido navajas en el cuello y les han mordido las orejas. Se reirán si les cuento que el abuelo es el único amigo que tengo aquí, sí, un funcionario de la cárcel. Un carrazo que se trastabilla al hablar cuando se pone nervioso y guiña con el ojo izquierdo. Pero le he visto sonreír a un niño, una foto que un día le enseñaron, y eso, eso dice mucho de gente buena. Lo que me quemó mucho tiempo, lo acabé amasando aquí, en la cárcel de Navalcarnero. Detenido, Auto e ingreso en prisión. Veinti cuatro horas de aislamiento… Cuántas horas de custodia y encierro… ...

DOS TRAZOS EN SU SILENCIO

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Está en juego una existencia, la mía, y no escucho argumentos para que la sentencia pueda tener algún atisbo de decencia. El pronóstico es ya un naufragio sin supervivientes. Van a condenarme a la trinchera de los caídos relegados al olvido. Pesa el tiempo, siento los minutos como granos de sal humedecidos y no aguanto más a este albacea. Valiente defensor… un jurista con voz mortecina, con esos sonidos guturales que salen quebrados en cascada, arrojados por noches abrazadas a ansiolíticos. Qué desolación tener la vida exhibida en estas manos, las únicas huellas que dejan son su sudor a cada cadencia de argumento. La mesa se estampa de marcas digitales en una constreñida graduación. Mi final: papeles sin presentación, ni nudo, solo un desenlace. Escucho en mi lejanía a un confiado fiscal que ha renunciado a buscar justicia, con su rostro hierático y un discurso fiel a la alianza de los magistrados. A mi derecha, ese jurado, aquellos que realmente van a decidir sobre mi...