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Mostrando entradas de julio, 2020

EL CALLEJÓN DEL CHICLE

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Hay un símbolo de protesta en la pared, lo dejé con mi saliva. También dejé una flor con pétalos azules y naranjas. Si alguien despega mi símbolo y mi flor encontrarán mi ADN. Es mi callejón exclusivo, por donde pasé tantos años dejando mi aliento, y mi pesar. Donde también forniqué la primera vez. Un lugar poco transitado, de paredes húmedas, hediondo y humeante. Caldos que salían pringándolo todo para luego evaporarse. Él era mi día a día, mi tránsito y mi discurrir. Ahí, mis dulces petrificados forman ahora esas flores y símbolos de paz. Del primero que fijé en esa pared, cubriéndola ya existen miles. Están a ambos lados del callejón. Cada dulce pegado a conciencia, o colgando como moco de velas. Tuve momentos en mi vida en los que digerí esa goma de mascar. Cuánto más grande era el problema, mayor era la pompa que yo hacía. Terminaba doliéndome la mandíbula. Activar mi saliva ayudaba a llevar la depresión que agarré por entonces.

El BOTIJO EXPRESO

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Un entremés costumbrista, popular, español. Inspirado en aquellos años cuando las vacaciones a la playa eran muy, pero que muy diferentes. Dos protagonistas. Son trabajadores mandados por la empresa para pasar unos dias en la playa y tomar unos baños, curativos. El tren, uno de esos de asientos de madera y en los que la gente sacaba la tortilla y los filetes empanados de la fiambrera, y se compartía con todos los viajeros del vagón. Eso sí, lo que no podía faltar era, el botijo para beber agua. Con la calor del viaje, el botijo la mantenía bien fresquita. Y no, nos engañemos. La verdadera aventura: era el viaje en tren. Para la gran mayoría, era una novedad. En los vagones, había gritos y bullicio y mucho, mucho humo de cigarro. Pero todavía no hemos salido. En el andén esperan nuestros dos protagonistas. Salen de Madrid y van a Murcia en el Botijo expreso. Sí, era así realmente como se llamaba el tren. Y nuestros protagonistas son: Bufete y Talegón.     —B. Uf, hace u

PUNTO FINAL Y CINCO ACTOS

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1º. Sobre el tablero de la mesa redonda, cerca del borde quemado por la plancha, y junto a un plato con restos de huevo frito, ahí, queda un trozo de papel rasgado. Parece una nota. Y hay un bolígrafo roto junto a ella. Parte del tubo y la bola de tungsteno de esa punta del boli, han salido disparados hacia la estantería, chocando con una estatuilla de gato chino, para terminar, ahogados, en el desagüe del fregadero. Un fregadero colmado de sartenes y platos mugrientos. En ese trozo ajado de papel hay manchas de gasolina configurando un grabado. Las letras son zurdas, algunas impresas sobre pequeñas transparencias redondas de aceite frito, y sólo, y únicamente, pueden ser de ELLA . Un individuo en estos momentos sale colérico de esa vivienda al leer la nota. Su prisa le hace dar un portazo. Y una ráfaga de aire empuja la nota al suelo. La última frase escrita en ella se vuelca por gravidez y el punto final que está reventado, aplastado con rabia, se despega. Disparado

AMOR PARA DOS RUEDAS Y CHAQUETA AZUL

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Mi condición de vida tiene una fecha de caducidad. La veo cada día, de lleno, cara a cara, como si estuviera dentro de las paredes de un envase de leche. Siento que habito en una especie de funda que me aprieta, tanto, que a veces me ahoga. Solo los flashes de sensualidad de algunos de mis amores me reviven. Los considero mis balizas de obra, que mientras trabajan, ponen el cartel: “prohibido pasar, algo se recupera”. Rodar con ellos es como subirme a una noria de chocolate y no parar de comérmela a bocados. Y no siempre me puedo subir a ella. Solo Elma y Javier han conseguido hacerme girar. Rodar con Elma. Fue fugaz. Consiguió lo impensable. Mi corazón latía junto a ella con un pulso acelerado, con ganas de gastar las cubiertas de goma y que el roce del tiempo apremiara la ocasión para abrazarla. Éramos fieles en todo lo que venía rodado. Elma hizo que todos los estímulos me rozaran la piel y se me fijaran como parches. A Elma la conocí sobre una bicicleta naranja.