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Mostrando entradas de diciembre, 2019

El BOTIJO EXPRESO

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Dos amigos a punto de partir. Be, Te. Son sus iniciales. El final, una playa. En medio el alegreto, el pasaje, y el viaje.     —B. Hace un calor que encrespa el flequillo. No hay quien duerma por las noches, y mira yo las ganas que tengo de ir a Alicante.     —T. Bufete, no te quejes, por una vez que La II Isabel hace algo bueno y nos lleva lejos.     —B. No es la reina, no te equivoques Talegón, es El Ramiro.     —T. El Mestre Ramírez nos costea unas vacaciones “botijiles” y te quejas.     —B. Lo que es, es un tacaño y un miserable.     —T. Ya sabes lo sui géneris que es. Dice que el viaje es la bomba, que quién ha ido ha sanado con el yodo del agua. Ya lo llaman a este viaje el archi-botijo. Agua fresca y mar de yodo.     —B. Y todo para ahorrar unos cuartos, según El Ramiro, a la sociedad.     —T. Venga, tira pá el tren, vaya que encima se va y nos deja aquí.     —B. Talegón, que este viaje es para que no se le ponga malo nadie. ¡Qué llevamos una con

PENSAMIENTO DE CARACOL

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—Dígame, ¿usar este ingrediente es por algo?, ¿algún trastorno quizá? No me mire así, es broma. Es que baba como aglutinante pues... Bueno disculpe sí... «No contesto. Un paranoico no contestaría». Piensa el maestro. Y sigue con su técnica artesanal. Ya ha pesado las proporciones exactas; utilizado la moleta con base esmerilada y ha deshecho el amarillo de Marte y el azul ultramar. Después ha añadido un toque de creta blanco y realizado unos movimientos circulares, muy precisos, rodados sobre la superficie del recipiente. Todo bien desleído con agua mineral. Incluso ha rebajado después la tonalidad con más creta. Está ahora justo en este punto que ha sido interrumpido por su aprendiz. Ahora el maestro mezcla la baba  con un poco de agua templada, dándole el grado exacto de consistencia. No muy convencido, añade dos gotas de glicerina y otras tantas de aguamiel, tal vez para dar más plasticidad. Ya parece que está todo.  —Casi. Falta con la espátula prepara

DONACIÓN A LA JAPONESA

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    —Tipo raro ese nipón —añade el camarero mientras el mostacho de pelo le timonea la calva—. Masaiko José  —engulle la risa —venía, no a beber precisamente, ¡el muy cabrón! Quedaba aquí con El Cachopin. Están juntos ahora en Tokio, ganando mucho plantan-dó arbolitós. Maricones.     —Ya sé suficiente.     La mujer aprieta los ojos mientras suelta su cerveza y cinco euros en la barra. Se despide con un amago de sonreír tirando de su bolso.     —Una mujer potente, siempre que se la vea de espaldas, “jjj-stup” —murmura el camarero sonriendo y escupiendo sobre un trapo mugriento que coge de la cintura para restregar sobre la superficie de la barra.     Coral Tsata, nerviosa, fuera del antro, aplasta el índice sobre su diminuta nariz alzada; abre las dos grandes depresiones nasales y expira el aire contenido. Pasa el dorso de la mano limpiándose y se abrocha hasta el cuello su chaqueta de piel sobada. Quiere recuperar lo que le debe. Era el último sitio que le quedaba por