LOS ESCARABAJOS

Abría y cerraba el baúl tantas veces como juguetes guardaba en él hasta que las campanillas la sacaban de su juego. Volvía su cabeza entonces con la boquita abierta. Una sonrisilla encajada entre dos grandes mofletes que rellenaban el hueco de sus ojos. La habitación tenía una ventana oscura que la niña no alcanzaba a abrir y un papel de caracolas que con el tiempo se difuminaría hasta desaparecer. Durante el día repetía palabras como un lorito mientras corría por la habitación bailando con un vestido de organdí bordado. Era el amor de su madre. Y el tiempo se iría callando en un diciembre eterno. Un mes que solo letargo traía hasta que una tarde un fuerte viento salino entró por la ventana. Algunas de las argollas de la cortina cayeron al suelo despertándola. En ese instante se escuchó un tintineo y una avanzadilla de escarabajos invadió su cama picando su cuerpo y su cabeza. A Leonora, la madre de la niña, se la veía reventar los escarabajos con unas tijeras gigante...