LUCIÉRNAGAS
«Ya no resbalaré más
en el barro de este país». Era su pensamiento mientras terminaba de limpiar sus
botas para dejarlas allí, en aquel rancho, junto a la mayor parte de su exiguo
equipaje. Le rodeaban los cuatro niños. Sentada en la hamaca, la que había sido
su cama durante tres días, pensaba en la despedida. Metió sus dedos entre el
calado de nailon de la hamaca y comenzó a juguetear en silencio. La niña más
pequeña la miraba con una sonrisa traviesa, estaba feliz, su madre le había
puesto su único vestido, uno blanco inmaculado con volantes en la falda, y la
había calzado. La hermana, más tímida, se escondía en su gran moño rojo. Era
fiesta para ellas. Solo los dos niños seguían descalzos, el mayor sin camiseta
con sus amuletos colgándole del cuello. Así solían estar todos los días,
acostumbrados a sentir la lluvia en el pecho y las raíces bajo los pies.
Un par de semanas
después ella cruzaría la frontera, ya no volvería a ver a esta familia. Había
obsequiado una ofrenda al destino y ella solo se dejó llevar por él, como lo
hacen las luciérnagas en la noche oscura de la estación seca tropical.
*
Meri tenía un espíritu
joven, chispeante; se sentía como una botella de cerveza tumbada después de
caer boca abajo y que estaba a punto de abrirse. Sobrada de ilusión por iniciar
una vida en solitario. Andaba colocando un pie delante del otro, uno inconsciente
y el otro deliberado. Ella sentía que debía hacer este viaje; llevaba
organizándolo desde hacía meses. Entre paso y paso, se paraba, mantenía su
equilibrio como una trapecista ciega en el alambre y tanteaba entonces en el
aire razones que le dieran fuerza a sus convicciones. Le bastaba poco equipaje,
considerando que llevaba un saco invisible rebosante de dudas que, si hubieran
sido de metal, la hubieran retenido sin vacilar en el puesto de control de la
aduana. Cuando salió de España se sentía aún contenida en la presión de los años
de estudiante y en la tensión de lo que había sido su primer trabajo, una cosa
llevó a la otra y demasiado rápido.
En cierto modo, Meri
al planear este viaje se quería quitar ese sentimiento de defraudada y
frustrada que tenía últimamente. Muchas
cosas le habían ocurrido: una carrera interminable y la decisión de dejar su
trabajo tras cuatro años. Pero tenía la corazonada que este cambio radical a su
vida, lo cambiaría todo, sin saber el porqué. A sus veinti largos años, le
seducía adentrarse en un mundo desconocido: un pequeño país centroamericano, fuera
del círculo exótico de las zonas tropicales y del turismo masivo. Un lugar
lejano donde pudiera deshacerse del apego, el miedo, el amor, el odio y la ira.
No podría borrarlos en tan poco tiempo, pero al menos lo intentaría. Necesitaba
buscar otro sentido a su vida y lo haría como cualquier germen de trotamundos
que comienza.
Su historia
comenzó en la estación húmeda de estas latitudes, justo cuando comienzan los
diálogos de luz entre las luciérnagas, en el silencio de la noche.
*
Una falda larga
estampada al estilo hippie, unas botas de cuero de montaña desgastadas y una
mochila con arnés se hundirían con ella en el lodazal de aquel anochecer. Había
llovido fuerte durante el día y aún lo hacía, pero menos, y a pesar de que eran
las siete, allí era tarde ya; estaba nerviosa,
se había quedado sola esperando, sola, en un lugar que no llegaba a distinguir
más allá de un camino de tierra encharcada y unas plataneras. A lo lejos vio
acercarse luces y se preguntaba si era el conductor de la camioneta, quién la
llevaría a la aldea. La coordinadora de la organización repartió en diferentes
aldeas a las cinco voluntarias. La mayoría iban de dos en dos, nadie quiso ir sola.
Tal vez la confianza, la propia ilusión por lo desconocido, no le hicieron
dudar a Meri. A ella le movía desde que salió de viaje ese sentir del altruismo
fraternal, la solidaridad bien concebida. Su labor sería enseñar, lo que había
hecho durante los últimos años. Creía que podía aportar mucho de su experiencia
en aquel lugar y no necesitaba a nadie para hacer esto.
Había dejado de
llover y a pesar de ser de noche, hacía un calor húmedo insoportable, Meri notaba
que los pies se le ahogaban. Las botas de piel se habían pegado a sus tobillos
como dos argollas, y llenas de barro, pesaban como si arrastrara dos peanas de
cemento. Había sido mala idea ese calzado. Sus rizos los sentía como goteras sobre los ojos y la nariz. La ropa la llevaba mojada. La camiseta con el sudor
y la lluvia la tenía pegada a la piel; la sentía como si estuviera dentro de un
bote lleno de babosas, que no podía separarlas de la piel.
El vehículo paró.
El conductor se llamaba Miguel, se presentó como líder de la comunidad “El
Verdillo”. En silencio cogió su mochila y la subió a la camioneta. Tenía el
rostro gentil, con piel y ojos muy oscuros, con un bigote poblado que le hacía
destacar su nariz aguileña.
Al montarse en el
vehículo, Meri vio que el lateral estaba agujereado, parecía un colador. Ni
lo pensó, subió y cerró la puerta. La camioneta arrancó...(la preciosa foto es del fotógrafo japonés Yume Cian)
Prometedor
ResponderEliminarBesos
Gracias Sol, pues entonces no me demoraré en subir el resto. Un abrazo
Eliminar¡¡¡¡Ayyyyy pero no nos dejes así!!!!!
ResponderEliminarTiene muy buena pinta, a ver en qué queda. Me gusta como has descrito las sensaciones de Mery, es tan real.
Besos.
Hola Gema, estupendo, porque describo muchas de esas. Me alegro que lo hayas destacado. Un beso, feliz sábado
EliminarAh! Nos has dejado con la miel la boca!
ResponderEliminarHola, qué linda, el dulce de la caña...Ya pronto os cuento más. Un beso
EliminarQué ganas de seguir leyendo, Eme. Es muy bueno. Y promete, vaya si promete.
ResponderEliminarA la espera quedamos. Que no sea larga.
Un beso.
Jaja Rosa, Gracias. Tranquila que lo subo pronto. Un abrazo
Eliminar«Meri tenía un espíritu joven, chispeante; se sentía como una botella de cerveza tumbada después de caer boca abajo y que estaba a punto de abrirse. Sobrada de ilusión por iniciar una vida en solitario. Andaba colocando un pie delante del otro, uno inconsciente y el otro deliberado. Ella sentía que debía hacer este viaje...» Qué bien expresado. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Iba a poner "de joven", pero a mí, de mayorcita, sigue pasándome igual: un día te asalta la intuición de que debes hacer algo y... allá que vas como embrujado tras una luciérnaga.
ResponderEliminarEsperando estoy a ver por dónde nos sales.
Tranquila María, que Meri tiene una historia que contar entre luciérnagas. Pronto lo subo. Gracias. Un abrazo
EliminarPues mira he leído primero la segunda parte y me ha encantado. Tienes un talento para narrar historias inigualable. Un abrazo Emerencia
ResponderEliminarGracias Mamen, esta historia tiene mucho de mí, bueno todas las que escribo, pero ésta, en particular, más. Un abrazo
EliminarMe parece ue se trata de un relato concientizante, al principio nos muestras los resultados, a una Meri ue ha madurado producto de una experiencia sin igual, al menos eso me dejan ver tus letras.
ResponderEliminarLuego te vas al comienzo de la historia donde nos cuentas a grandes rasgos, pero bien detallados los mas significativos, el como nació esta historia y su por que, muestras a una Mari necesitada de un cambio, de desplegar sus alas y alzar el vuelo... La historia se nota que va por mucho mas de lo que de entrada se percibe.
Abrazos Eme.
Hola Idalia, sí claro, es una vivencia en primera persona, es una historia basada en hechos reales, ocurrió hace casi 30 años. Se podría contar muchas cosas más; pero solo he destacado ese momento significativo con las luciérnagas, el encuentro, un instante que tengo muy marcado en la memoria. Gracias como siempre por tus apreciaciones. Un abrazo
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