VERDE EN DIA ROJO
La Casa Verde con torreón de plata. Allí se le aprieta
a Rosita su espíritu al puño y a la palabra. A veces tararea, a veces canta. Allí
le salen escritas las notas de música buscando inspiración en la añoranza. Allí
fueron sus primeros juegos de niña, sus correrías y travesuras, entre jardines
y fuentes. Rosita con su batuta y una partitura emborronada; sentada queda en un banco, mirando frente a la casa.
La Casa Verde de silueta grande es ahora inmueble de anticuario. Tiene sus ventanas despiertas y una puerta cerrada. Deshabitada y desconocida en dueños. Se habla de un oficial del ejército nacional español, escondido bajo falsa apariencia como empresario de una fábrica de ron. Otros dicen que no, que el propietario fue un escritor que escapó a Nueva York.
Alguien o algo hay dentro de la casa que no la deja envejecer. Hay una mano, o dos, que la convierte en arcana, invulnerable a la eternidad. Que encierra en sus espejos los reflejos de una memoria. Y solo Rosita, daría la vida por descubrirla.
Son sus grandes ojos, como avellanas, los que observan la casa desde fuera. Como dos peces globo, fascinados miran, mientras su mano compone melodías de tiempos desiertos y sombras diurnas.
Y en esto se halla la joven cuando en la buhardilla de esa fachada verde, la que tiene forma de torreta, alguien aparece. Alguien se esconde tras el ventanal de plata.
Rosita deja de escribir en la partitura. Su mano se
abre. La batuta rueda, mientras ella inmóvil queda. Se comienza a oír un
repique de guitarra y con voz grave, una estrofa cantada: “lleva la tarara un vestido verde lleno de volantes y
de cascabeles, la tarara sí la tarara no, la tarara niña que la he visto yo”. Un instante hechicero. El sol pasa rápido dejando
unos rayos atravesar las ventanas. El
cielo se torna de rojo, capricho con antojo de rubí. Un viento caliente del
norte estremece las palmeras y expectantes, con sus pétalos abiertos, quedan los
rosales.
Ahí, cerca de la escalinata, aparece un anciano. En su frente dos entradas abiertas a corazón, un definido de pelo blanco; unas cejas pobladas, nariz porrona y colgantes mofletes. Su mirada es verde, de albahaca, de nobleza pura. Y a esto, que la cancela chirría, como una invitación prestada. Se abre al paso de Rosita. Un saludo alegre invita a la joven a que se acerque. Rosita pasa con recelo porque nadie le habla, solo hay miradas. Rosita entre timidez y miedo, inicia la palabra.
—Bue….Buenos
días.., creí que…. no vivía nadie aquí.
Él la
mira a media sonrisa. A su lado, una fuente ahogada, sin la pasión del agua.
—Nadie sabe que estoy aquí. Me detiene la revelación
del tiempo. Este lugar tiene la alegría de la belleza ¿no crees? Bueno, tú ya
bien lo sabes, vienes con frecuencia.
—Sssí —contesta ella.
—No te asustes mi niña —interviene levantándose,
yendo a su encuentro— Desde aquí siento tu música, ella
es la que te ha traído y la que me ha hecho cantar. No soy un loco, ni un
desquiciado, aunque en mis tiempos, en más de un rincón de este país, me
regalaron esas palabras y muchas más que ni nombrar quisiera. Solo conservo las
bien intencionadas, esas hermosas que me dejaron prestadas. Las que hoy, deseo
para ti.
—¿Me conoce usted?
—Sí, eres Rosita, la música, la que no debería pensar tanto en el
tiempo.—silencio—Te
estás preguntando quién soy, pero ya lo habrás averiguado o bien
seguro, lo sabrás, al final de nuestro encuentro. Ahora, podría contarte una
historia de sueños o de amor; otra de raza y de baile u otra de dibujos y
letras. Y podría decirte que estoy enfermo de muerte.
—Me encantaría seguir con usted, pero…
Interrumpe Rosita, nerviosa, creyendo que aquel hombre
está verdaderamente loco. Hace amago de irse, cuando él interrumpe su marcha.
—No tengas miedo. Amé y amo a las mujeres por lo que
son, con voz y alma, pero no he querido con ellas ni camas ni cenas. Anda
jaleo, pero si soy un artista como tú. Soy poeta, por encima de todo, veo la
fantasía donde existe una criatura. Fui flamenco, como para parar un tren,
gitano sin serlo. Fui arlequín y sigo siendo payaso. Fui Lagarto viejo. Me fui
de boda con Bernarda y me creí los maleficios de las mariposas, sobre todo,
cuando se acercan las que llevan en su cuerpo la carabela de la muerte. Pero no
te asustes, no temas niña, mis raíces son de la tierra, la de ésta, la que tú
pisas.
El anciano la invita a pasar a la casa. Rosita perpleja anda. No sabe bien qué hacer y qué decir. Las escaleras se le comienzan a estrechar en los pies y sin darse cuenta, aparece junto al anciano con la entrada a la casa medio abierta.
—¿Quieres conocer la casa que tanto te gusta?
Como invitada, ella accede. Duda ahora Rosita entre subir al piso de arriba, donde está la buhardilla que ve desde fuera y que en sus sueños ha visitado, o quedarse junto a la puerta.
Y a todo esto, el anciano ha desaparecido.
El frío vestíbulo de azulejos andalusíes se eleva como un gigante. Las paredes estan llenas de espejos adornando una escalera de madera y mármol. La barandilla, retorcida y despintada. Todo está cubierto de un polvo azul. Rosita se siente por momentos como una intrusa. Duda si avanzar, pero sonríe. Decide subir. Desgastados los escalones por quién está y estuvieron. Un ventanal los ilumina; deteriorado por la humedad con sus bordes manchados y corroídos. El único reflejo que se ve en él es una cortina rota de encaje, deshilachada que pende de un raíl caído. Una claraboya está medio abierta, la apertura suficiente para dejar pasar una luz temprana, luz rojiza que entra dejando a su paso un arco rubí.
Por fin, la buhardilla. Una habitación rota, deshecha por los avatares del tiempo. Parece una fantasía onírica. En una mesilla, un libro abierto y una imagen entre sus páginas: la foto de una mujer de grandes ojos oscuros que parece aguardar a alguien. Tiene un cierto parecido con Rosita. Se la ve sentada junto a un ventanal, parece la buhardilla. El contraluz le ensombrece el rostro, parece triste. Zapatos de tacón corto y hebilla, y vestido largo con cuello y mangas de encaje.
Rosita, curiosa, sigue mirando. Junto a la mesita, un baúl con marionetas; las coge y las despereza de su sueño. Hay un viejo con cara de huraño y prominente bigote; una joven de grandes ojos oscuros; un joven guapo de semblante alicaído; una vieja con redondeces y otro títere con pinta enfermiza.
Saciada la curiosidad, Rosita deja todo en su sitio y comienza a bajar esas mismas escaleras. Y para su sorpresa, ahora no hay un vestíbulo, es un salón, y donde estaba la puerta se abre una ventana. En un sillón de orejeras, un hombre espera a alguien con cierta cara de melancolía; pensativo y con una mano caída sobre las rodillas y otra, sobre un bastón.
—¡Ah, por fin bajas! creí que nunca aparecerías.
El señor malencarado se arregla con una mano su gran
bigote retorneado como manillar de bicicleta. Sorprendentemente le parece al
títere cara de huraño. Y pega varias veces con su bastón sobre el suelo
hidraúlico de baldosas amarillas. Rosita mira tras de ella y no ve a nadie. Baja para no
inquietar aún más a su observador.
—¿Qué te pasa?¡No sé porque siempre tardas tanto, es desesperante!
Ya no hay duda, le habla a ella.
Rosita baja trastabilleando los pies. Se fija en una maleta verde junto a una vieja lámpara. Sobre la mesa de mármol y patas doradas, hay unos guantes y un precioso bolso bombonera. Alguien se prepara para salir, tal vez un viaje.
—¿Me bajaste la pipa?..... ¿No? No sé dónde tienes la cabeza.
Ella con la sorpresa y el miedo agarrados sube corriendo las escaleras. Se pellizca. Solo puede ser un sueño. Vete, vete, le taconea su cabeza pero ¿cómo? Y si baja, tiene que ser con una pipa. ¿Y dónde se ha metido el anciano que le abrió la casa? Busca, busca en el baúl de las marionetas. Las figuras del viejo cara de uraño y la joven de grandes ojos, han desaparecido. Encuentra un maletín de médico ajado por el tiempo con una inicial en grande, una C. Y una vieja caja de herramientas cerrada, y allí dentro, una pipa. Está salvada. Trata ahora de bajar y buscar la salida. Comienza a deslizarse por las escaleras, pero para su sorpresa, todo ha vuelto a cambiar. Es el vestíbulo de antes, el de azulejos andalusíes. Busca por todos lados, le parece ver la entrada. Aligera el paso. Presiente algo. Una sombra se ve tras una de las puertas, alguien la observa. Y en ese momento, una cancioncilla sale de la boca de Rosita: «Con el vito, vito, vito, con el vito que me muero, cada hora niño mío, estoy más metida en fuego».
No podía creer lo que acababa de cantar. Se apresura hacia la puerta, pero un detalle le llama la atención. En un pequeño aparador del vestíbulo cerca de la salida, hay un libro y una nota, una nota con su nombre: Para ROSITA. Los coge y sale creyendo que la casa está embrujada y que desaparecerá tras de ella, para siempre. Corre, corre, y cuando llega a su casa abre el sobre y lee la nota: «¡Ay Rosita! Me las pagarás, mala mujer, con cien duros que me has costado. Firmado: Cristóbal el andaluz, primo del Bulubú». ¿Qué significa esto? ¿Quién es el anciano de entradas de corazón? ¿Y ese viejo huraño? ¿Y cómo diantres aparecen ahí para luego desaparecer? Rosita se hace tantas preguntas.
El anciano poeta ha hecho protagonista a Rosita de una de sus obras “El retablillo de Don Cristóbal”. Él, es el poeta que se fue a Nueva York, quien vivió en esa casa. Y allí murió. Cuando el verde se mezcla con un día rojo las palabras se convierten en música y la música en canción. Se abre el mundo que está al otro lado. Aire, sombrero y corazón.
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He subido varios relatos parecidos a este:
Prosa poética: ES LA HORA.
Relato evocador: EL CALLEJÓN DEL CHICLE.
Relato fantástico: LA ÚLTIMA MORADA DE LAS NINFAS
El enlace al canal te lo dejo aquí:
Pues es un relato precioso, con ese lugar encantado, y el misterioso habitante que quiere su pipa.
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo, y feliz tarde
Hola Alba, muchas gracias compañera, tengo que pasarme a leer tus historias, pero ando de cabeza con mil cosas. Eres un sol por dejar siempre tu comentario. Un abrazo y feliz fin de semana.
EliminarUna preciosidad de relato. Felicidades, Emerencia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Chema, a ti también te tengo abandonado, muchas gracias por este comentario, ay como me alegro que te haya gustado tanto. Un abrazo y feliz fin de semana.
EliminarUn relato precioso, entre la fantasía, los sueños y el temor de una niña.
ResponderEliminarTiene mucha sensibilidad tus letras.
Gracias Eme.
Un abrazo.
Hola Tere, muchas gracias a ti, amiga, halagada quedo con tu visita. Un abrazo y feliz semana
EliminarQué preciosidad de relato. Y qué bien has imaginado a Lorca de anciano, con esas entradas... Precioso de verdad. Por un momento pensé que hacía referencia a "Doña Rosita la soltera", pero ya veo que es al "Retablillo de Don Cristóbal".
ResponderEliminarMuy logrado el ambiente y la descripción de la casa.
Un beso.
Hola Rosa, siii necesitaba verlo anciano, con una muerte en una casa llena de encanto y poesía, frente a su Sierra Nevada. Muchas gracias, cielo, siempre feliz con tu lectura y comentario. Un beso
Eliminar¡Hola, Eme! Jo, ¡qué poderío! Un relato en el que consigues crear una atmósfera onírica con esa minuciosidad con la que alimentas los sentidos del lector. Una historia que me transporta al romanticismo gótico y en la que brillan con luz propia las intervenciones de ese anciano, son épicas y dejan una sensación de leyenda maravillosa. Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarHOla David, mucha gracias, si, García Lorca está presente más que nunca en la historia. Es un homenaje. El vivió y se hizo viejo, murió en Salobreña, en esa casa, entre poemas y viendo Sierra Nevada. Un final digno y lleno de nostalgia. Un abrazote, amigo, feliz fin de semana
EliminarHola.
ResponderEliminarQué relato tan bonito y delicioso. Y Lorca...qué emocionante.
Feliz martes.
Hola Gemma, ay, ya sabia yo que a ti la Tarara sí, jeje. Es un relato que lo he escrito desde las entrañas, to para dentro y con la fantasía de las rosas, los rojos y los verdes. Un abrazo amiga
EliminarPero qué imaginación más endiablada tienes, Rosita, digo Emerencia, je,je. Y. como siempre, una imaginación bordada y festoneada de pura magia.
ResponderEliminarEn mi incultura literaria, no he sabido descubrir a qué ni a quién hacia referencia esta historia, pero sí la he disfrutado de principio a fin. ¿Acaso no es lo que cuenta?
Un abrazo.
Hola compañero!!! ay Josep Mª Lorca no has ido dejando pistas, desde el comienzo con la Tarara y cuando ya habla, poeta en Nueva York.... jaja, no importa sabes que a veces escribo este tipo de relatos y juego con los personajes, nunca con el lector, porque como bien has dicho, lo bueno es lo que queda en el lector, donde le ha llevado, qué sensaciones les han despertado, eso es para mi, como escritora lo que más valoro. Así que me encanta tu comentario "in-con-dicional! un abrazo grande!!!!
EliminarMe gustaría vivir en tu relato!
ResponderEliminarMuchas gracias Buhita, y así Lorca, contigo, envejeciendo en esa casa verde de cielo rojo. Muriendo dignamente como artista, como poeta. Y un precioso buho en la buhardilla, mirando la noche eterna. un abrazo grande
EliminarEmerenvia, precioso relato. Un abrazo
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