EL CALLEJÓN DEL CHICLE

Hay un símbolo de protesta en la pared, lo dejé con mi saliva. También dejé una flor con pétalos azules y naranjas. Si alguien despega mi símbolo y mi flor encontrarán mi ADN. Es mi callejón exclusivo, por donde pasé tantos años dejando mi aliento, y mi pesar. Donde también forniqué la primera vez. Un lugar poco transitado, de paredes húmedas, hediondo y humeante. Caldos que salían pringándolo todo para luego evaporarse. Él era mi día a día, mi tránsito y mi discurrir. Ahí, mis dulces petrificados forman ahora esas flores y símbolos de paz. Del primero que fijé en esa pared, cubriéndola ya existen miles. Están a ambos lados del callejón. Cada dulce pegado a conciencia, o colgando como moco de velas. Tuve momentos en mi vida en los que digerí esa goma de mascar. Cuánto más grande era el problema, mayor era la pompa que yo hacía. Terminaba doliéndome la mandíbula. Activar mi saliva ayudaba a llevar la depresión que agarré por entonces. ...