STORYTIME. ENTRE AMOR Y AMOR
«Te he querido siempre», aquello fue lo último que me dijo y que puso fin a nuestra relación. Frente a lo más bello de Lisboa, la torre de Belén, en un viaje de estudios de bachiller que hicimos en el instituto. Según él, se declaró valiente, según yo, se expresó como un cobarde. Era prisionero de la fantasía prodiga de nuestra edad quinceañera, y había demasiados mandamientos consentidos por los padres de antaño. Él, para quitarle hierro al asunto, me dijo que se dedicaría a ser un aventurero, un viajero; decía que el viento lo arrancaría de nuestro pueblo e iría a parar bien lejos. Luego me enteré de que una codicia bien grande se apoderó de él. Y estas cosas, cuanto más se bebe, más sed tienes; tal es asi, que por lo visto, se ha hecho de una gran empresa y ahora es director de banco. Al final, resulté yo ser más aventurera que él.
Un día lo encontré por casualidad, con la cabeza canosa y monda. En segundos me dio a
entender que se había labrado a sí mismo en un lugar donde nadie conoce a nadie. Y
fue en Motril, nada menos que el pueblo de al lado, a veinte kilómetros. Desde
aquel día no he vuelto a verlo. Pero, ahora que lo pienso, alguna que otra
foto guardo de él. Fue mi primer amor y no nos engañemos, son relaciones que
marcan. Por otro lado, reconozco que la mayoría de las veces en la adolescencia, el amor dura el encendido de una farola.
Fue por aquella época cuando me dio por una colección de álbum de fotos.
Los tenía de todo tipo: esos que pegas la fotografía levantando el plastiquillo
y otros, que la debías que meter en una especie de bolsita. Tal fue la afición
mía a las composiciones de imágenes familiares que no satisfecha del todo,
perforé con chinchetas toda la pared de mi cuarto con fotos que me gustaban: de mi niñez, de mis amigas y de mi panda de entonces. Y es que la juventud sí
que está presente a lo largo de nuestra vida, tengamos la edad que tengamos. Es
como encontrarnos ese libro que siempre está ahí, frente a nosotros, con un doblez
en la misma página. Tal cual abres una caja de música con la bisagrita oxidada
por el tiempo, esa que chirría como una cría de ratón, y en ese momento, suena
una musiquilla con sabor a colacao y pan con aceite y azúcar.
Yo nací
colorada, muy colorada, in extremis colorada. Con cuatro kilos y medio, pelo en melena y bien hinchada. Esto último, sería por las ganas de
salir que tendría o por los dichosos fórceps que me aplastaban el cerebro
dejándolo sin aire. Mi madre me parió rajada de dolor, la pobre. Eso sí,
fui el centro de atención justo cuando ya empezaba
a respirar fuera del agua. Me pasearon por todo el hospital; harta de comer,
según mi madre. Ahora me zambullo, salgo
y entro tantas veces de la bañera, que ya nadie se sorprende que sea blanca,
esté amarilla o me tiña de negro. O si me
expreso entera, o lo dejo a medias.
Según crecía me escondía de la amiga imaginaria, unas veces en los
huecos del palomar, y otras lo hacía entre las cajas de cartón donde vivían las
cobayas. Lo mismo corría tras las gallinas, buscándola, o a gritos, lo hacía en
medio del tropel de los conejos. El mundo giraba en torno a mí. Me puse la
órbita de la luna en la cintura.
Por entonces creía que en el cielo estaban los borregos si no, ¿cómo iba
a poder contarlos en la noche? Mi madre decía que después de la tormenta se
aborregaban las nubes. Yo miraba
al cielo y veía unas nubes redondas; eran copos blancos como algodón y sabía,
que los borregos estaban todos allí, juntitos. Pero, por mucho que miraba,
nunca veía donde estaba el pastor. Aún lo
busco.
Lo de no destacar me viene de familia. Ya mi nombre luce por sí solo. En el colegio, evitaba los castigos y recompensas que
otras niñas sí tenían. Yo prefería pasar desapercibida. Hay que reconocer que la
maestra Doña Flora, fue muy pedagógica conmigo. Me apartó de cualquier
tentación religiosa; también me decía lo que debía de hacer y lo que no y con
quién debía de ir. Yo a cambio, en sus clases intentaba no reírme demasiado ni
levantar la voz. Cumplía con los deberes, los hacía bien y no me pintaba las uñas
porque era pecado. Aprendí a conocer las flaquezas y el arrepentimiento. Ahora que
lo pienso, tal vez mi existencia contestataria e inadvertida sea por esta buena
mujer.
De niña nunca me desperté
con culpa de que crujieran las maderas de mi cama. Quizás fuese porque ya esa
culpa la justificaban bien mis padres ante el señorico. Y lo hacían todos los
días. Crecí muy aprendida de lo que no iba a hacer en mi vida: ser criada. No
es por nada, es que creciendo tan de cerca de ese cacique granadino fui
descubriendo, a lo largo de mi adolescencia, las caricias que te da el alma y lo
que pincha el espino blanco. Y una cosa te lleva a la otra. Ahora me apasiona
el dulzor de la miel de tomillo. Pero debo reconocer que echo de menos las tardes frescas de aquel hermoso
jardín de verano y el enorme huerto de chirimoyos, aguacates, nísperos y
ciruelos.
Mi segundo amor fue en la universidad. Ventilaba el viento por donde le
placía. Así, era él. Gozaba girando aspas de un lado a otro con total ignorancia
de lo que sucedía a su alrededor. Quería construir molinos de aire, de esos que
vemos por las carreteras, que parecen los gigantes del quijote del siglo XXI. Y
claro, a mí no es que me hiciera mucho caso. A veces se creía superior. Al menos, es lo que pensaba yo cuando lo veía inmerso totalmente en sus garabatos
numéricos y sus dibujos de generadores.
El caso es que yo tenía claro que su temperamento nunca me iba a templar
lo suficiente. Pero en aquellos años yo dependía de su energía, que le íbamos a hacer, estaba
de buen ver y era simpático. Me tenía pillada. En una ocasión, así sin
darse ni cuenta, me dijo que me había cogido cariño. Me lanzó un beso. Con la mala fortuna que se me cayó al suelo. Será por que al amor también se
le caen las aspas como al molino. Ya en mi casa, yo le lancé un grito tan
fuerte, que se rasgó el espejo del cuarto de aseo mientras me peinaba frente a
él. Aquello era un mal presagio ¿O será
que no existe la pareja ideal? Pensé entonces. El amor se nos esfumó como el
beicon caliente al queso fresco.
Y es aquí donde surge mi época de aventurera. Pero bueno, eso lo contaré
en otra ocasión.
Si aún no has visitado mi CANAL DE YOUTUBE de relatos cortos te animo a hacerlo.
SI te gusta, SUSCRÍBETE. El enlace al canal te lo dejo aquí:
Me animará a seguir escribiendo
y narrando las historias.
Precioso relato Eme. No sé qué me gusta más si lo que cuentas o cómo lo cuentas, pero ambas cosas me gustan mucho. Hay frases que me encantan: "Mi madre me parió rajada de dolor", "Y es que la juventud sí que está presente a lo largo de nuestra vida".
ResponderEliminarUn beso.
Hola Rosa, bueno, bueno, tú ya me conoces bien, y me alegran esas frases que destacas, sabes que cuando lo haces las valoro mucho. Cuesta en momentos emotivos buscar las palabras justas. Un beso grande.
EliminarUn relato que conmueve y nos llena d emoción por la manera que lo narras. Bien sea a la hora de tu madre, de niña o de mujer. Lo que si es obvio que tras un determinado tiempo parece que encontrar esa alma gemela cuesta más de lo que pensamos o es que no sabemos en que planeta sideral se encuentra. Nunca se sabe y puede que eso sea lo bello que sin darse cuenta, aparece o brota en cualquier instante. Más espero seguir leyendo ese espíritu aventurero, Eme que tu misma describes.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo desde mi costa meiga, amiga.
Hola amigo Joaquín, como agradezco haberlo compartido contigo.Fíjate yo al final lo encontré, pero para esto tuvieron que pasar mucho tiempo y muchas aventuras. Feliz martes.
EliminarUn relato precioso, con ese nacimiento y enamoramiento previo. Y dónde mejor que Lisboa, ante la torre de Belén para reencontrarle, ¿no?
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Alba, jeje, no amiga mía, ya no sabré nada más de él, ni en Belén, ni en la conchinchina. Está en otra onda derrotera jeeje. Un besote
EliminarPues ojalá llegue pronto esa ocasión que anuncias para seguir, porque he disfrutado con un enano leyéndote.
ResponderEliminarGracias por lo que nos has contado y, sobre todo, por cómo nos lo has contado.
Un abrazo.
Hola Chema, pues como veo te gustó esta historia, no hay como contar las cosas de una misma, pero amigo mio esto cuesta hay que arañar las palabrasa una a una. Gracias, un abrazo y feliz martes.
Eliminar¡Hola, Emerencia!
ResponderEliminarQué linda narración e historia me encantó como nos llenas de esas preciosas escenas sublimes desde su nacimiento hasta esos desenlaces románticos. Me ha flipado esto: “Me lanzó un beso. Con la mala fortuna que se me cayó al suelo. Será por que al amor también se le caen las aspas como al molino.” Te quedó genial!
Un abrazo
Hola Yessy!!! Ay muchas gracias por destacar esas cosillas, esos detalles del escrito que mantienen el hilo conductor entra autora y lectora. Un beso fuerte.
Eliminar¡Hola, Eme! "Me lanzó un beso, con la mala suerte de que se me cayó al suelo" ¡Qué buena la frase! Aunque en realidad este estupendo relato cuenta con un buen puñado de ellas. Y es que las cuestiones del amor, ni contigo ni sin ti tienen remedio. Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarHola David, jaja has coincidido con Yesssy, no me lo puedo creer. Gracias David. Besotes muchos.
EliminarAventuras y desventuras de la niñez y de la adolescencia. Qué bien lo has narrado, Eme. De una aparente sencillez inicial has ido pasando a tu habitual estilo narativo, más elaborado con tintes poéticos.
ResponderEliminarNo solo me ha gustado, sino que me ha recordado un episodio de mi adolescencia, cuando un amor no correspondido me dio a entender que no éramos compatibles porque ella era una hippy aventurera y yo un chico demasiado convencional. Al cabo de unos años, en un encuentro breve y fortuito, la vi convertida en una pija de tomo y lomo, ja,ja,ja.
Un abrazo.
Estimado amigo, ne te contesté entonces, lo siento. Sabes estas historias cuestan. Me costó la de mi abuelo, y esta de mi niñez, también. Todavía no me creo que tenga un estilo narrativo, guau, se que lo samigos blogueros me lo decís, pero yo aun no lo veo. Me gusta que te hay traído recuerdos. Esos de la adolescencia, son lo que no se olvidan. La niñez a veces tiene lagunas, no las recuerdo como quisiera, (a lo mejor es el subconciente el que se las guarda todas para sí). Jeje, con que hippy aventurera, creo que viste en ella, esa otra cara de lo que te gustaría ser. Al menos eso es lo que me ocurrió a mi con aquellos amores, me gustaban esa parte que en mi me costaba sacar y que me hubiera gustado ser así. Ahora ya hemos crecido, vemos lo que somos con quien estamos y nos damos cuenta que somos tan diferentes y tan parecidos ¿o es la transmutación de las parejas? jaja. Jo, Jose Mª contigo me enrollo a rabiar y eso que no estás aquí, jajjaajajaja. Voy a verte a tu canal, yaaaaa. Un abrazo
Eliminar