PRIMER VIAJE DE ROSA BERROS
Hola. Seguimos con nuestra sección de
viajes hechos con la brújula imantada de tiempo y nostalgia. Es un placer montar estas entradas en mi blog; es emotivo tanto leeros como compartir el viaje después con vosotros. En el caso de esta compañera además he revuelto una
biblioteca entera, ya lo comprobaréis. Para los que no seguís estos viajes
comentaros que es una sección abierta a cualquiera que le apetezca participar con
crónicas de su primer viaje, esas anécdotas y momentos inolvidables, y esas
fotos de antaño. Hasta ahora han participado: MIGUEL
PINA MILANO NEGRO XUS CLIMENT y JOSEP
Mª PANADÉS
Y ahora quién nos trae su primer viaje
es ROSA BERROS
Presentar a Rosa ¡oh, la, la! Qué puedo
decir de esta leonesa a son de chanson: Una generosa rebloguera, carismática
compañera. Historias son muchas las que te puede dejar, contadas y sin contar, y
si no te aficiona, lo intenta. Escritores y directores deben de alcanzarla a ver, y contar con ella por esa pluma que tiene de exquisita finura en reseñas. Un ser transparente como
Eristal; incansable torturadora del tiempo; sigue y comparte, comparte y
comenta a un solo compás. Fábulas no, son historias las que te cuenta, las
suyas, y con mucha curiosidad las que los otros le prestan, que pueden ser
cientos de ellas, que digo, miles, y si no lee su blog Cuéntame una historia, te llevará de la tierra a la luna, le cambiará
el universo a las letras.
Os dejo ahora con una jovencita Rosa y su
primer viaje con su amor a ese París romántico. ¡¡¡Gracias compañera!!!
Era la Semana Santa de 1991 y, por primera vez, iba a visitar
París. Fue el primer viaje que realicé con mi actual pareja. Por
entonces, se puede decir que nuestra relación estaba empezando. Qué
mejor lugar para una pareja en sus inicios que el romántico y luminoso
París.
El París que yo tenía en mi mente era el de toda la literatura que
había leído a lo largo de los años. Una mezcla de mosqueteros,
jesuitas, Martín Romaña y Octavia de Cádiz, la Maga buscando al niño
Rocamadour, la Niña mala... Y, por supuesto, todos los pintores bohemios e
impresionistas que imaginaba fumando en pipa en alguna buhardilla con vistas a
la place du Tertre. En honor a la verdad, yo sabía que no iba a encontrar ese
París, pero sí algo que me lo recordara.
El viaje se hizo en autobús y salimos de Bilbao el Miércoles Santo
por la noche. Por problemas de tráfico en la llegada que lo retrasaron todo, no
nos pusimos en el centro de la ciudad hasta cerca de las seis de la tarde, tras
alojarnos en el hotel que estaba un poco alejado y hacer un par de transbordos
en el metro.
Aquí se vio frustrada otra de mis expectativas que no era sino
llegar a París y comer algo de la afamada cocina francesa, esa que es
espectacular a base de sus tres ingredientes estrella: mantequilla, mantequilla
y mantequilla. No sé si por lo tardío de la hora o porque no supimos buscar
bien, el caso es que la cocina francesa no la probé ese día, pero terminé
entrando por primera vez en mi vida ¡¡en un MacDonalds!!
Entre eso, el cansancio de toda la noche sin dormir y una lluvia
menuda y fría que ponía la ciudad triste, gris y desolada, me encontré con que
París no era París. En las Tullerías no estaban los mosqueteros y el Louvre era
un caserón inmenso y gris que, en lugar de cobijar a Ana de Austria, te hacía
esperar una cola de horas para entrar en unos pasillos atestados de gente,
donde hubieras necesitado dos meses para empezar a gozar de sus maravillas. Me
conformé con el arte egipcio, la Victoria de Samotracia, cuando conseguimos
encontrarla, y la Mona Lisa que creí vislumbrar entre cientos de cabezas.
Los gatos habían huido de los tejados de Montmartre y
a las buhardillas no se asomaban los pintores con su boina y la pipa encendida
entre los labios, y empecé a sospechar que no era por el frío. La place du Tertre estaba tomada por turistas a los que artistas,
que intentaban recordar a los de antaño, hacían caricaturas o intentaban vender
dudosas acuarelas. Montparnasse ya no era el barrio que vio morir al niño
Rocamadour, y Oliveira no se encontraba con la Maga en el Pont des Arts. Ni que decir tiene que el barrio latino ya no cobijaba la
pulmonía de Martín Romaña ni su borrachera de Año Nuevo. No era el París en el
que el peruano empezó a escribir su "cuaderno azul".
París no era literatura, sino coches y frío y lluvia y una
ciudad de varios millones de habitantes, una de las más modernas ciudades
europeas en los últimos años del siglo XX. No estaba obligada a ser literatura.
No estaba obligada a mostrarse como yo la esperaba.
Fue un viaje de cuatro días en el que no tuve tiempo de ver todo
lo que quería, y lo que vi no respondió a mis expectativas, pero no todo quedó
ahí, sino que se complicó… un poco.
La víspera del viaje de vuelta a casa, mi pareja se encontraba tan mal en el Mercado de las Pulgas que, a media tarde, tras comer cualquier cosa, nos volvimos al hotel. Los planes que habíamos hecho para la última noche, cena incluida en lo alto de la Torre Eiffel, quedaron destrozados con la frustración correspondiente. Frustración que se nos quitó de golpe cuando, tras pedir un termómetro en recepción, comprobamos que la fiebre del muchacho ascendía a cuarenta grados con dos décimas y noté que empezaba a delirar. Aquí empezó mi calvario particular. Conseguí, con mi deplorable francés que me entendieran en la recepción del hotel y llamaran a un médico que, tras esperarle más de una hora, diagnosticó una tremenda faringitis y recetó unos antipiréticos y un antibiótico que, por la cara que puso, tenía que empezar a tomar ya. Yo tenía aspirinas y paracetamol, pero no tenía antibióticos, y si en España en aquella época los vendían en la farmacia como si fuera chicle, no ocurría lo mismo en Francia.
Pero, aunque cerca (o eso creíamos puesto que en metro no se
tardaba demasiado), estábamos fuera de París, fuera de cualquier sitio, en
realidad, porque el hotel estaba en una de esas zonas de centros comerciales,
cercanas a las autopistas, de las que abundan mucho en Francia. Resumiendo,
para llegar a la farmacia, a la hora nocturna que ya era (como las diez de la
noche), había que hacerlo con aviso de la policía. Es decir, yo avisaba a la
policía y ella avisaba a la farmacia de que yo iba. Entre la factura del
médico, que era el último día y el precio del antibiótico, no sabía hasta donde
me alcanzaría el dinero que nos quedaba. El periplo fue el siguiente: en taxi a
la comisaría, en coche de policía acompañada por dos gendarmes muy majos, hasta
la farmacia, y regreso al hotel, ya con el antibiótico en mi poder, de nuevo en
el coche de la policía. Los gendarmes se ofrecieron a hacerme de taxistas,
cuando conseguí hacerles entender que no tenía dinero para los desplazamientos
correspondientes.
Cuando ahora lo pienso, me parece mentira que hubiera que llevar
a la farmacia una especie de autorización de la policía, pero puedo asegurar,
tras vivir semejante aventura, que así era. No sé si seguirá siendo igual.
Cuando estuve de vuelta en mi casa y pude volver a pensar en el
viaje con calma, me di cuenta de que había sido el viaje más frustrante y
accidentado de los que viviría en mi vida (o eso esperaba), un viaje esperado
desde hacía muchos años con enorme ilusión que sólo había servido para
demostrarme que las cosas suelen ser menos luminosas o, sencillamente, muy
distintas de lo que se espera.
He vuelto a París varias veces después de esta, y he vuelto a
reconciliarme con la ciudad que se ha convertido en la segunda entre mis
ciudades favoritas. He sabido aceptarla tal cual es y hasta he llegado a
encontrarle la literatura que en mi primera visita se negó a mostrarme. Adoro
París y, si hay una ciudad a la que sé que volveré, salvo imponderables de
última hora, es a ella. Aún he tenido otra aventura sanitaria en París, pero esa la dejo
para otro momento porque va a parecer que somos unos pupas.
Rosa ¿Y ahora que hago yo? a mí...no me pasó nada..., a mi me encantó París (la única vez que he ido) y desde entonces no me canso de escribir de ella. Bueno, a ver compañera si cambiando la brújula del tiempo y una musiquita apropiada descubrimos juntas lo que esconde París, esa ciudad que a pesar
de “heridas sufridas, volverás (otra vez más) con el alma”.
*
Acompañar a Rosa por
esta capital francesa es como volar con ella bajo el cielo de París. Aladas
cual musas envueltas en ráfagas de viento, planear y descolgar nuestras pisadas
invisibles en las grises terrazas. Jugar por los tejados saltando chimeneas
como danzarinas para después deslizarse por balcones y pasamanos de escaleras
de caracol. Rosa buscará cuáles son los rincones donde ellos se esconden.
Iremos abriendo ventanas donde la tinta se deje oler, por buhardillas o por
bajos, como pequeñas musarañas doblaremos esquinas evitando los espejos. Saltar
de puente a puente llevándonos la corriente. Por callejones estrechos, abriendo
esos candados uno a uno hasta encontrarlos… Y por fin, Rosa deslizara sus manos por las cubiertas, los abrazará sintiendo en las yemas sus grabaciones. Y con
la pasión de una nodriza abrirá sus páginas para revestirse con ellos: los
libros escritos en París.
París es la ciudad de los mitos literarios. La ciudad cultural del mundo para muchos
escritores. En los años 60 estaba a la vanguardia de la modernidad; un paraíso
para las letras para quien quería convertirse en escritor. Ciudad de la
literatura sin prejuicios ni barreras creativas. Esas primeras novelas, esos
barrios convertidos en suyos. Las cafeterías, los restaurantes baratos que
evocarían sus historias. La inspiración de los barrios bohemios y los cafés
literarios. Noches de cabarets y antros de humo. Los jardines de Luxemburgo, misticismo,
donde la inspiración caía bajo la sombra de frondosos castaños y tilos.
Escritores junto al río Sena paseando por su ribera o sentados en sus puentes.
La
vida parisiense con su estilo y su carácter ha dejado su huella. Alejandro Dumas,
Victor Hugo, Vargas Llosa y Julio Cortázar. Soñar en París… Viajemos a ese París de “Los tres mosqueteros”, de
“Los Miserables” “Travesuras de la niña mala” y “Rayuela.”
“Los tres mosqueteros”. Alejandro Dumas
“D'Artagnan no poseía nada: la indecisión del provinciano,
barniz ligero, flor efímera, vello de melocotón, se había evaporado al viento
de los consejos poco ortodoxos que los tres mosqueteros daban a su amigo.
D'Artagnan, siguiendo la extraña costumbre de la época, miraba a París como en
campaña”…
“Desde hacía dos horas París estaba sombrío y comenzaba a quedarse desierto. Las once sonaban en todos los relojes del barrio de Saint-Germain, hacía una temperatura suave. D'Artagnan seguía una calleja situada sobre el emplazamiento por el que hoy pasa la calle d´Assas, respirando las emanaciones embalsamadas que venían con el viento de la calle de Vaugirard y que enviaban los jardines refrescados por el rocío del atardecer y por la brisa de la noche. A lo lejos resonaban, amortiguados no obstante por buenos postigos, los cantos de los bebedores en algunas tabernas perdidas en el llano. Llegado al cabo de la callejuela, D'Artagnan torció a la izquierda. La casa que habitaba Aramis se hallaba situada entre la calle Cassete y la calle Servandoni”…
“Había que llegar hasta el señor de Tréville; era importante que
fuera prevenido de lo que pasaba. D'Artagnan decidió entrar en el Louvre. Su
traje de guardia de la compañía del señor Des Essarts debía servirle de
pasaporte”…
“Descendió, pues, la calle des Petits-Augustins y subió el
muelle para tomar el Pont-Neuf. Por un instante tuvo la idea de pasar en la
barca, pero al llegar a la orilla del agua había introducido maquinalmente su
mano en el bolsillo y se había dado cuenta de que no tenía con qué pagar al
barquero”.
“Los
Miserables”. Libro
primero: "París en su átomo". Victor
Hugo
“París tiene un hijo y el bosque un pájaro. El pájaro se llama
gorrión, y el hijo pilluelo. Asociad estas dos ideas, París y la infancia, que
contienen la una todo el fuego, la otra toda la aurora; haced que choquen estas
dos chispas, y el resultado es un pequeño ser”.
“Este pequeño ser es muy alegre. No come todos los días, pero va a los espectáculos todas las noches, si se le da la gana. No tiene camisa sobre su pecho, ni zapatos en los pies, ni techo sobre la cabeza, igual que las aves del cielo. Tiene entre siete y trece años; vive en bandadas; callejea todo el día, vive al aire libre; viste un viejo pantalón de su padre que le llega a los talones, un agujereado sombrero de quién sabe quién que se le hunde hasta las orejas, y un solo tirante amarillo".
"Corre, espía, pregunta, pierde el tiempo, sabe curar pipas, jura
como un condenado, frecuenta las tabernas, es amigo de ladrones, tutea a las
prostitutas, habla la jerga de los bajos fondos, canta canciones obscenas, y no
tiene ni una gota de maldad en su corazón. Es que tiene en el alma una perla,
la inocencia; y las perlas no se disuelven en el fango. Mientras el hombre es
niño, Dios quiere que sea inocente... Si preguntamos a esta gran ciudad: ¿Quién es ése? respondería:
es mi hijo. El pilluelo de París es el hijo enano de la gran giganta. El
pilluelo ama la ciudad y ama también la soledad; tiene mucho de sabio”…
“Cualquiera que vagabundee por las soledades contiguas a
nuestros arrabales, que podrían llamarse los limbos de París, descubre aquí y
allá, en el rincón más abandonado, en el momento más inesperado, detrás de un
seto poco tupido o en el ángulo de una lúgubre pared, grupos de niños
malolientes, llenos de lodo y polvo, andrajosos, despeinados, que juegan
coronados de florecillas: son los niños de familias pobres escapados de sus
hogares. Allí viven lejos de toda mirada, bajo el dulce sol de primavera,
arrodillados alrededor de un agujero hecho en la tierra, jugando a las bolitas,
disputando por un centavo, irresponsables, felices. Y, cuando os ven, se
acuerdan de que tienen un trabajo, que les hace falta ganarse la vida, y os
ofrecen en venta una vieja media de lana llena de abejorros, o un manojo de
lilas. El encuentro con estos niños extraños es una de las experiencias más
encantadoras, pero a la vez de las más dolorosas que ofrecen los alrededores de
París. Son niños que no pueden salir de la atmósfera parisiense, del mismo modo
que los peces no pueden salir del agua. Respirar el aire de París conserva su
alma”.
“Travesuras
de la niña mala”. Mario Vargas Llosa
“El día de la cita fue uno de esos días grises y mojados de
fines del otoño parisino, en los que ya casi no quedan hojas en los árboles ni
luz en el cielo, el mal humor de la gente aumenta con el mal tiempo y se ve a hombres y mujeres
por la calle emboscados en sus abrigos, bufandas, guantes y paraguas, apurados
y repletos de odio contra el mundo…Bajé por la estación de Saint Germain y
desde la puerta de la Rhumerie la vi sentada en la terraza, ante una taza de té
y una botellita de Perrier….El local estaba cubierto con la gente típica del
barrio: turistas, playboys con cadenas en el cuello y coquetos chalecos y
casacas, muchachas de audaces escotes y minifaldas, algunas maquilladas como
para una función de gala. Pedí un grog”.
“Estuvimos callados, mirándonos con cierta incomodidad, sin
saber qué decir. La transformación de Kuriko era notable. No sólo parecía haber
perdido diez kilos, estaba convertida en un esqueletito de mujer, sino
envejecido diez años desde la inolvidable noche de Tokio. Vestía con la
modestia y el descuido con que sólo recordaba haberla visto aquella remota
mañana en que la recogí en el aeropuerto de Orly por encargo de Paúl. Llevaba
un sacón raído que podía ser de hombre y un pantalón de franela descolorido,
del que emergían unos zapatos gastados y sin lustre. Estaba despeinada y, en
sus dedos delgadísimos, las uñas aparecían mal cortadas, sin limar, como si se
las hubiera mordido. Los huesos de la frente, de los pómulos, del mentón,
sobresalían, estirando la piel, muy pálida y con los visajes verdosos
acentuados. Sus ojos habían perdido la luz y había en ellos algo asustadizo, que
recordaba a ciertos animalitos tímidos. No tenía un solo adorno ni el menor
maquillaje”.
“Y mira que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo – Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la arena Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez”…
“¿Para qué nos vamos a engañar? No se puede vivir cerca de un titiritero de sombras, de un domador de polillas. No se puede aceptar a un tipo que se pasa el día dibujando con los anillos tornasolados que hace el petróleo en el agua del Sena. Yo, con mis candados y mis llaves de aire, yo, que escribo con humo. Te ahorro la réplica porque la veo venir: No hay sustancias más letales que esas que se cuelan por cualquier parte, que se respiran sin saberlo, en las palabras o en el amor o en la amistad. Ya va siendo tiempo de que me dejen solo, solito y solo”..
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba
el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos
exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en
un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo
cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo,
hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado
caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque
en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él
aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un
ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el
clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante
embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica
agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían
balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y
todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas,
en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”.
"Cada
vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el
idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y
perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso."
Y hasta aquí este inolvidable viaje con
Rosa. Maravilloso este
recuerdo de París. Ha sido emocionante y laborioso recuperar estos párrafos literarios, y sobre todo leerlos e identificándolos con mi viaje a París. Espero que os haya gustado, y ya sabéis, estáis invitados a contar vuestro
PRIMER VIAJE, esas anécdotas y momentos inolvidables con esas
fotos de antaño. Estaré encantada de acompañaros en el
recuerdo. Un abrazo fuerte.
OTRAS ENTRADAS DEL BLOG RELACIONADAS CON
PARIS
Ay, Eme. Muchísimas gracias. Me ha emocionado tu presentación. Muchísimas gracias por tus palabras hacia mí y hacia mi blog.
ResponderEliminarEspero que todos disfruten con este viaje tan accidentado que fue mi primer viaje a París.
Un beso y... ¡¡a París!!
No te digo que de emocionada que estaba me olvidé de la mitad del comentario y no he dicho nada de ese fragmento maravillosos de La Maga a la que Oliveira busca en el Pont des Arts; con ese idioma que se nos enreda y por momentos no sabemos si lo entendemos o lo intuimos o sencillamente nos confunde de belleza.
EliminarUn besazo enorme, Eme y a todos los que se acerquen por aquí.
Gracias Rosa, a ti siempre, ha sido un placer disfrutar con tu viaje, tan elocuente y con esas circustancias que te "atropellaron por las calles de Paris" ¡Mon Dieu! Y además encontrar esos libros, esos párrafos y seleccionar mis fotos de París a son de acordeón con esos personajes de la literatura. Una entrañable experiencia y muy fructífera en letras. Un abrazo
EliminarToda la literatura está en París, por eso el verdadero París se nos escapa en verdades y trozos de realidad que nos escatiman los mitos.
EliminarD'Artagnan y la Niña Mala y Jean Valjean y la Maga y Martín Romaña no están en París, al menos, no a primera vista, por eso hay que volver y volver y poco a poco uno se va encontrando con ellos, pero cuesta verlos porque se esconden y se burlan de nosotros y hay que estar dispuesto a perderse en París para encontrarlos a ellos. Casi hay que estar dispuesto a perder París y entonces entre sus brumas oníricas, los podemos encontrar.
Un montón de besos.
Entrada para enmarcar, amigas Eme y Rosa, con una presentación exquisita de la viajera que, por cierto, casi no reconozco en las fotos (están chulísimas).
ResponderEliminarSi os cuento que a mí se me ha frustrado la posibilidad de ir a París hasta en 3 ocasiones...
Al menos, Rosa, te pudiste reconciliar con la ciudad, porque menuda aventura la de aquella noche. Te he podido visualizar y todo, bien acompañada ;-), en busca de la farmacia, ¡y hablando en francés!
Y a ti, Eme, se te nota en tus letras y en esos párrafos tan bien elegidos, una adoración especial por la ciudad. Las fotos, espectaculares. Ya digo, una maravilla de post.
¡Muchos besos a las dos!
Gracias, Chelo. Me encanta que te haya gustado. Eme ha puesto las fotos, excepto las cuatro del montaje que veo que, al menos tres,están torcidas hacia la izquierda (soy un desastre) y las dos en las que salgo yo, claro. También ha puesto Eme su selección de textos que es muy acertada.
EliminarNo me extraña que no me conozcas en las fotos, con casi treinta años menos y el pelo corto.
Sigue intentando ir a París. Nadie debería dejar de conocer una ciudad tan espectacular y con tanto libro escondido entre sus calles.
Un beso.
Hola Chelo, tienes que ir es una ciudad cautivadora. Sí un solo viaje que hice, pero fue lo suficiente. Mis fotos me la recuerdan a cada paso esa emoción que sentí al descubrirla. Esa es la magia de la imagen, que sacan de ti lo mejor, lo más mágico del momento. Gracias por la parte que me corresponde. Un abrazo
EliminarHola Eme, hola Rosa, bueno hay quien no quiere buenos principios en algunas experiencias (viajeras en este caso), o al menos se conforma con ese dicho. Por mi parte recuerdo mi primer (y único) viaje a París, con la entrada más caótica que os podáis imaginar y después amé profundamente esa ciudad que me pareció un auténtico museo al aire libre. Completisima entrada con experiencias personales y alta literatura. Un abrazo para ambas.
ResponderEliminarDesde luego, son mejores los buenos finales. De tener que elegir, prefiero sacrificar el principio. París ha ido ganándome en cada viaje. Ahora es una vieja conocida a la que siempre estoy deseando visitar.
EliminarTienes razón, es como un museo al aire libre, pero un museo muy vivo y animado. La llaman la ciudad de la luz, pero yo la lllamaría la ciudad del espacio. No conozco otra tan generosa con los espacios. Fue de lo primero que me llamó la atención y me lo sigue llamando.
Un beso.
Gracias Miguel, es que París te enamora a unos a corto plazo y a otras a ritmo de "bypass", jaja, es broma Rosa. Un abrazo Miguel
EliminarEme y Rosa habéis hecho entre las dos un viaje a París que yo de momento no he podido hacer. Quizás algún día pueda contar anécdotas de un viaje sin percances como le ocurrió a Rosa. A veces ocurren casos que cuando se está fuera de casa se incrementan y se ven más graves. Pero con las anécdotas de Rosa y las literatura de esos libros hemos disfrutado un poco de París. Un abrazo
ResponderEliminarGracias Mamen, me alegra que te hayamos cautivado con París, espero que vayas algún día y segura estoy que traerás un saquito de glamour parisino y esas pinceladas que trasladarás a tu lienzo. Las cosas se intensifican en los viajes, estoy contigo. Yo creo que es porque son unas circunstancias donde prima el factor tiempo y nos aceleramos en todo, aparte del idioma y el sex-appeal de la persona que te socorra, jaja (Lo siento Rosa, esta mañana solo se me ocurren bromas). Un abrazo Mamen.
EliminarEspero que tu viaje sea menos accidentado que este que relato, Mamen.
EliminarTodo lo de la farmacia y demás, en aquel momento, fue una experiencia muy complicada, pero al poco tiempo, analizándola desde casa, me acabó resultando muy satisfactoria pues me di cuenta de que había superado con éxito total una situación difícil y eso me dio mucha confianza en mí misma.
Espero que pronto puedas ir tú también a París.
Un beso.
Hola Eme y Rosa, habéis conseguido retornar a París con el recuerdo, con la fotografía y con la literatura. El recuerdo de Rosa me ha gustado porque representa las grandes ilusiones y expectativas que uno se hace imaginando la ciudad soñada y luego muchas veces la realidad te hace aterrizar, aunque luego esas anécdotas se convierten en inolvidables.
ResponderEliminarY Eme, ese paseo que nos has regalado con la magnífica selección de textos.. " Bajé por la estación de Saint Germain y desde la puerta de la Rhumerie la vi sentada en la terraza, ante una taza de té y una botellita de Perrier…" una gozada!!
Lo que os digo amigas, he disfrutado volviendo a París con vosotras, con vuestras anécdotas y experiencias.
Muchos besos a las dos.
Gracias Xus, siempre es un gusto compartido hacer estas entradas, dosis de nostalgia e imaginación. Es que viajar es vivir, soñar, burlarte de la penuria, sacarle la lengua a la roñosería y ya puestos, que el ceño se nos abra y nos aviven los ojos ante los detalles y los instantes. Y de los texto, decirte que han sido un lujo extraerlos uno a uno y ponerle esa mirada tras la cámara, imaginarme a esos personajes por ahí corriendo, cabalgando, escondidos, sentados tras la mesa, enlazando manos y cuerpos después de... bueno la imaginación me vuela en el cielo de París. Un beso Xus
EliminarEl recorrido literario de Eme ha sido fantástico. Me han entrado ganas de releer (alguno sería la tercera vez) todos esos libros y alguno más.
EliminarEs curioso, pero después de esa pequeña decepción de París, cuando me reconcilié con la ciudad, surgió un amor menos literario y fantasioso y más real. Ahora la amo por lo que es, más que por lo que imaginaba que era. Además esta experiencia dura y otra que tuve mucho más adelante, me han hecho tener con la ciudad una intimidad especial que no tengo con ninguna otra.
Un beso.
Es frustrante que un primer viaje planeado con tanta ilusión y grandes expectativas resultara tan decepcionante y accidentado. Es como tener un mal recuerdo del primer lance amoroso. Pero para eso está el tiempo, no para olvidar, sino para enmendar lo fallido, dándonos una segunda oportunidad.
ResponderEliminarYo he estado en Paría en tres ocasiones y guardo un bellísimo recuerdo de todas ellas. Tuve suerte.
Estupendo relato de Rosa, salpicado de esas anécdotas tan vívidas que he sentido como propias. Puedo imaginar la angustia que debió sentir al enfermar su compañero. ES lo peor que puede suceder en un viaje, que alguien enferme.
Y me ha encantado la aportación de Eme, con las pinceladas de literatura para ilustrar los sentimientos y vivencias de grandes autores en torno a esa bella ciudad.
Un abrazo.
Gracias Josep Mª, el tiempo en París claro porque en otras ciudades, a lo mejor te plantearías no volver a lo mejor, pero que absurdo decirlo porque cadad momento de nuestra vida van con sinfonías diferentes y los acordes no son los mismos, es cuestión de abrir esa mente y dejarnos llevar, lo bueno y malo perece pero la magia... Gracias compañero. Un abrazo
EliminarJamás me planteé no volver a París tras esta experiencia. Al contrario, estaba deseando volver para conjurarla y borrarla con otra más positiva que yo, no sé por qué, sabía que llegaría. El tiempo hizo que esta vivencia perdiera dramatismo y, como cuento más arriba, se convirtiera en algo positivo. Siempre he dicho que viajar no es divertido sino interesante y estas experiencias son las que dotan de interés a los viajes.
EliminarUn beso.
Me ha encantado esta entrada, Rosa y Eme. Primero la historia de dos jóvenes que deciden vivir una experiencia viajera en la ciudad del amor y la literatura. Luego al echar pie en la tierra de la realidad una cierta frustración: D'Artagnan, la Maga, Martín Romaña o Jean Valjean no aparecían por lado alguno; y para más inri, tu compañero -¡ya es mala pata!- enfermó ocasionándote un periplo por París digno de una novela. Me ha encantado leerte, Rosa.
ResponderEliminarY luego la excelente presentación que, Emerencia, has hecho de Rosa. Y esos fragmentos literarios tan bien elegidos y que no despistar él porque son muy ilustrativos de la relación entre París y la literatura.
París es una maravilla y bien vale cualquier incidente pues al final esto sólo queda como anécdota a recordar en los viajes sucesivos. Estoy seguro que eso es lo que a Rosa le pasó.
Besos
Eme ha hecho una presentación adorable de mi blog y de mí misma.
EliminarY tú, como profesor de literatura, habrás visto que los extractos y las obras escogidas por Eme son de lo más recomendable y además de una belleza digna de escritores de la talla de los que son.
Sí, todo eso esperaba ver en París en aquel primer viaje en el que ni siquiera pude ir al Père Lachaise a visitar tumbas de escritores porque la faringitis del muchacho nos lo impidió. Claro que, desde entonces, ya he visitado tres veces a Marcel Proust.
Un beso.
Hola Juan Carlos, qué alegría tenerte por aquí, es que Rosa es mucho leyendo y contando, es una excelente compañera. De su historia te la dejo a ella que sabrá contarte más detalles. En cuanto a la parte que me toca, gracias. Esas anécdotas no se olvidan ya nos tocará contarlas algún día, yo tengo unas cuantas muy parecidas: Mac Donals, intoxicación, accidente con fractura, ya te digo. Pero es verdad que volvería a los tres sitios sin pensármelo. Gracias de nuevo. Un abrazo
EliminarEncantada de visitar el Paris de Rosa y el tuyo Eme. Las dos habéis conseguido que tenga ganas de visitarlo, además últimamente no hago más que escuchar y leer de esa hermosa ciudad, seguro que si algún día la visito, me acordaré de ambas.
ResponderEliminarGracias, Rosa y Eme.
Abrazos-)
Espero que puedas visitarla pronto y te pierdas por sus calles leyendo persiguiendo alguno de los escenarios de esas novelas que Eme nos ha recordado con tanto acierto.
EliminarUn beso y gracias a ti.
Hola Mila, qué alegría verte. Tienes que ir, por supuesto que sí, y es más, mucho más, de lo que hemos podido contarte o enseñarte. Es importante hablar un poco en francés, así sentirás más esa idiosincrasia tan particular del parisino, lo demás viene a golpe de caminar y pasear por calles, ríos, puentes y museos. De subir yo prefiero Notredame antes que la Torre Eiffel, es mucho más emocionante a cada paso, y las vistas son increíbles. Un abrazo y gracias
EliminarMe ha encantado leeros a ambas, Rosa y Eme, siento que ese primer viaje tan deseado fuera de lo más accidentado e imaginado la angustia sin dominar el francés y ese recorrido con los policías que al menos fueron muy amables. Después el Paris de Eme lleno de grandes citas y hermosas fotografías, me encanta París. Tengo un gran recuerdo de esta ciudad de adolescente con nuestro viaje de fin de BUP, "buscando" al famoso Bossu (jorobado) de Victor Hugo en Notre Dame recuerdo de nuestras clases de francés en el cole, o en aquellos puestos callejeros del Marché aux puces o en Montmartre con los pintores, lo recuerdo con mucha lluvia pero precioso y con mucho cariño. Gracias a ambas por compartir estos recuerdos.
ResponderEliminarBesos
Tuviste suerte de poder viajar tan pronto a París, yo tuve que esperar mucho más... y encima, mira la de cosas que me pasaron.
EliminarPrecisamente no era Quasimodo el personaje que más buscaba yo en París. No sé por qué, pero esa novela no fue de lo que más me gustó. Después de leer "Los miserables", "El jorobado de Nuestra señora de París" me dejó un poco fría. Yo soy más de mosqueteros y de conde de Montecristo. Creo que Dumas me enganchó más en la adolescencia que Hugo. Si volviera a leerlos ahora, es probable que apreciara más al segundo, pero sus novelas son tan voluminosas que miedo me dan.
Un beso.
Hola Conxita, qué buenos recuerdos del bachillerato que nos traes. Yo también estudié francés, era lo más cercano que teníamos entonces (quién lo diría ahora) y de ese viaje de instituto yo estaba tan apollardá que ni me atrevo a escribir sobre él; fue a Lisboa. Después he ido y la he descubierto de verdad. Con los dibujos animados, los cuentos y las series de entonces hacían que se quedaran mejor las imágenes, al menos en mi caso. Gracias por visitarnos en este viaje compartido. Un abrazo
EliminarParís es mucho París como para aprehenderlo así, de repente. He estado dos veces y me ha pasado lo que a Rosa: no ha logrado conmoverme. Quizá es porque tenemos unas expectativas muy altas y poco tiempo en un viaje. Solución: vivir allí durante unos meses, luego ya podremos opinar con conocimiento de causa. Jajajaja
ResponderEliminarHola Milano, "siempre nos queda París" habrá tantas veces como oportunidades nos de la vida de viajar a "la France" yo volveré seguro, lo de quedarme, uhm... a lo mejor le quitaría magia, no sé, no sé ;) Besos
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