CELOS OCULTOS
Mi diosa de transgresora mirada
dispusiste un reloj solar
para herirme de amor.
Conformaste,
la aguja dirigida a mi libido yacente
para ofrecerme al sacrificio
en este abril de celos.
Ama entonces
este óculo de mi vergüenza,
si así feliz se te antoja.
Encomiéndame al desespero,
a los volcanes y
al arrojo de la tormenta.
No hay palabras
que falten ya,
solo, la escucha del tiempo,
es, la que sobra.
Imagino en la otra orilla a mi rival
que te abraza
y tiemblo en el vacío.
El significado del espacio,
no tiene sentido ya para mí.
El rumor de la nada
es el único que oigo.
Y sin estos intervalos,
¿qué me queda?
La adversidad de esas olas,
su lance,
contra las piedras.
Ese contemplar contigo
era mi ardid,
nuestro centelleo.
Donde la vista me lleva
no hay paraíso más apreciado
que ver emerger en tu cuerpo
esos lascivos senos a mi lado.
Y rodear su insinuante curvatura
con mis manos
Para gozar del cuerpo
está la noche
y es preciso
quedarnos solos.
Debe ser real
nuestro hechizo.
Cuan leve instante
que besas el aire y entonces,
no hay lamento mío
que envuelva mirada alguna.
Ni concierto que guarde
sinfonía más vehemente.
Solo suspiro tras suspiro
guarecidos en el alma.
La porfía del alcohol
ni siquiera ya es un desahogo.
En mi pensamiento candente
no hay más sentido
que tu aliento.
Alzo mis palmas
fustigando al viento
que alardea porque tú
ya no me hablas.
Se tuerce entonces
mi espina,
se me enrollan los hombros
y por la cintura,
yo, me quiebro.
Os escucho vocear
y noto la rabia.
Busco el vestigio
del abrazo de, otro
y tú, en la sombra, callas.
Con premura
enarbolo mi vela como navegante
sin pretexto alguno
para cruzar tus azules venas.
Y alzaré mi vuelo
una y tantas veces.
Y si ese sol presuntuoso
osa a quemarte,
me convertiré en brasas.
Deshilacharé con mis alas
la tremenda pomposidad
de ese amargo cielo.
Y con el calor de mi sangre
haré caer en racimo
la lluvia sobre tu vientre
en un placer
eterno.
Esa magnificencia nuestra
que, en segundos se apaga,
da paso a la vehemencia
con la que ahora muero.
Amor mío en el cimbrar
de tus pasos
me refugio
y fíltrese mi silencio
por los entresijos del tiempo.
Cuando el día se nos desprenda
en ese último rayo
que aún levita,
caerá una corona efímera
de oro y topacios.
Drenará mi destierro
como las huestes
de un rey decadente
que abandonan
sus desmenuzados
restos.
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Precioso, con ese devenir de tristeza que se calma con el amor.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias Alba, compañera, siempre aquí. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo y feliz fin de semana
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