LA CASADA INFIEL

 


Para encontrar la paz en el cielo debes encontrar mucho amor en la tierra.

Así que me propuse buscar una aventura. Solo pasión y emoción. Tenía que decidir qué hacer con algunas de las tristezas y alegrías de mi día a día. Y no es que yo tenga una existencia solitaria, estoy casada desde hace ya quince años, pero hay momentos en la vida en la que se despierta algo dentro de ti. Sientes que algo falta o ese algo lo quieres diferente.

¿Quién no ha tenido una relación extramatrimonial? Yo, Candela. Cuando la mayoría de la gente que conozco, hombres y mujeres, los han tenido, pero claro, no lo cuentan. Te vas enterando en petit comité. Y no me refiero a tener un flirteo con otra persona por chat. Tampoco un encuentro con tono sexual a través de una webcam o ver pornografía. Sino a un encuentro con alguien de carne y hueso. Hay quien pensara que es romper la confianza de la pareja, pero también cabe la otra posibilidad: afianzarla con un encuentro fuera de ella. Incluso llegué a pensar que podría mejorar nuestra relación sexual. Al fin y al cabo, todos buscamos la felicidad, aunque no tenga muy claro de que se trata.

Yo andaba teniendo sueños eróticos, y no era precisamente con Lanzarote, el del rey Arturo. Y estos sueños eran cada vez más frecuentes. Así que pensé “Candela antes de que una noche de éstas un bello y sensual íncubo con un cuerpo de infarto te seduzca y despierte tus demonios, búscate una cita real”.

Así que, estaba dispuesta a amenazar mi moral. A sabiendas de que había algo en mi cabeza que decía “no”, “no es correcto, Candela”. La verdad, esos prejuicios me hacían sentir muy incómoda. Pero no me dejé engañar el sexo es un impulso natural. Y no puedes pasarte toda la vida fijándote en una sola persona.

Si no que se lo digan a las malmaridadas e inconformistas Madame Bovary o Anna Karénina o Ana Ozores, la Regenta, o Lady Chatterley. Todas estas mujeres de la literatura conocían bien el triángulo amoroso. Pero claro, con un final trágico. Castigadas con la muerte. Pagan así con el “delito” cometido. Dolor y culpa. Una, que enferma, otra que se envenena y hay quien se arroja del tren en marcha o muere a manos del marido. Aquí no hay perdón de cuernos que valga. Y curiosamente, la pena de muerte por adulterio recaía entonces, y ahora, sobre la mujer. Unos trágicos finales acordes con la crítica moral y el tabú de sexo y religión. La única que se salvaría de todo esto sería María.

A veces pienso que nos han programado de una forma contradictoria y con una evidente cortedad de miras. Por un lado, quieres una pareja estable para formar una familia, y por otro, quieres satisfacer todos tus deseos sexuales. Y esto creo que incluye a más de una y de dos. No se trata de, desmenuzar sueños en cama ajena. Mi esposo seguiría siendo no perfecto. Yo, Candela, seguiría siendo no perfecta. Y mi relación seguiría siendo, segura. Es solo que, yo pasaba rachas de mal humor llegando a pensar que era por un machismo por parte de él, o quizás, un deseo sexual mío no resuelto, o peor aún, miedo a morirme. Vaya a saber qué razón había. Lo que si descartaba del todo es el sentimiento de culpa de esposa perfecta, madre perfecta.

Y no nos pongamos las manos en la cabeza que no arde Troya. Nunca sabes hasta donde puedes llegar hasta que no lo intentas. Así que me propuse buscar una plataforma on line para una cita. Una web de citas de esas para gente casada que busca tener una aventura. Una aventura discreta.

De los cuatro portales de encuentros que descubrí para casados, y que deseaban cometer infidelidades, hubo uno que me dio más confianza. Ahora tenía que elegir cuál sería el Nick de usuaria para mi presentación en la plataforma. Escribí toda una lista de apodos. Dudé si ponerme Helena, Ginebra, Isolda, Afrodita, Desdémona o Francesca de Rimini. Todas mujeres infieles. Me decidí por la primera, la primera mujer infiel universal, antes que ponerme un nombre afrodisiaco y lujurioso. Helena, esposa del rey Melenao y que se encaprichó del bellezón troyano Paris.

Y después de hacer un centenar de borradores, escribí una breve presentación y la colgué en el perfil:

Helena de Esparta. Solo sexo. Soy una pestaña rebelde harta de estar en su sitio. Si hay alguien ahí, que sople. Me gustan las fresas.

Era original. Este paso hay que darlo con mucha energía. Roja y astringente. Como una fresa. Hay que estar preparada para el aluvión de gente que te va a entrar. Con algunos hombres, frunces el ceño y tuerces la boca, con otros, alzas las cejas y abres los ojos, y a otros solo le sonríes o te ríes. Nunca vas a imaginar todos los que pueden llegar a elegirte. Muchos de ellos son ficticios, son de la plataforma. Vamos, que no existen. Pero hay un grupo que sí. Y ahí, es donde está quién puede acaparar tu atención. Es emocionante la búsqueda. Excitante. Siempre que no te altere mucho el sueño con los chats clandestinos. Hasta que un día aparece él:

Aramis. Busco la mujer ideal para verla mientras posa a medio vestir. Soy muy boudoir (buduar).

Aunque era una presentación muy breve, me llamó mucho la atención. Un mosquetero con vocación religiosa, casado, y adultero. Mejor sería verlo por su lado sensual: le gustaba observar a mujeres donde la sensualidad y la belleza son los principales protagonistas y no su sexualidad. Quedé intrigada. Así que lo elegí a él. Aramis.

Esta cita a ciegas me sirvió para romper la armonía de mi armario. Yo diría que de una manera ofensiva. Saqué todo lo que tenía en él. Incluso ropa que ya no me ponía. Y allí, estaba ese vestido que podría encajar con la cita. Un vestido negro. Tuve una buena vivencia una vez con él. Era como mi segunda piel cuando lo estrené. Aun así, cuando me lo puse después de tanto tiempo, umm, preferí comprarme uno. Mejor algo nuevo para una cita.

No me quitaba de la cabeza esa afición suya. La de Aramis. La foto boudoir. Fotos de mujer para la mujer. Me imaginaba esas fotos que nunca me he hecho, para las que no tienes que tener un cuerpo de revista. Solo enfatizar en la delicadeza y la sensualidad. Había que insinuar más que enseñar. Mostrar lo bien que te sientes contigo misma y lo feliz que eres así. Sentirte bella. Y fue entonces cuando me impacienté. No veía la hora de conocer a Aramis pero, por otro lado, no sabía lo que podía pasar.

Así que, me perfilé el tiro de labios hasta la sien. Y, por supuesto, siempre la raya, la raya del ojo no puede faltar. Estaba tan tensa que me dolía el músculo psoas. Pero no hay como hacerle temblar al perineo para que se te quiten todos los dolores.

Y por fin, llegó el día. Mientras iba a su encuentro, recordaba todas las veces que durante un beso me ha subido la sangre de golpe a la cabeza ¿Cómo sería ser besada por alguien que no conocía? ¿Sería tierno? ¿Sería amable?

Era un día largo de verano. De estos calurosos. Y él, con sus cuarenta y largos años, vaqueros y camisa gris. Se sentía guapo sin serlo, pero eso es lo que le hacía ser atractivo. Yo no podía esconder que estaba nerviosa. Y, además, no me atrevía a decir palabra. Solo sonreír. Es un momento denso y embarazoso. Me sentía atrapada en una cámara que solo existía en mi cabeza. Cuando me preguntó si era Helena. Dudé. Casi lo niego y le digo mi verdadero nombre. No sabía dónde mirar o cómo colocarme. Yo no sabía posar. Me dije “Candela, tranquila, sin tapujos, sé tú misma”. El caso es que lo miré a los ojos y me transmitió bastante seguridad y confianza. Ya me había cautivado por internet. Y no defraudaba en persona. En segundos, me hizo sentir bien. Me miró muy discreto el cuerpo, envuelto en ese vestido nuevo, claro y sencillo, con su escote en volante. Cuando nos sentamos, él me pregunto cómo estaba y yo le hablé del calor, de la diferencia de temperatura y el paseo que antes me había dado para intentar relajarme. Cosas así. Cuando no quieres hablar de ti el tiempo es una buena justificación.

Estábamos con la bebida a medias y me di cuenta de que hablábamos muy bajo casi ni nos escuchábamos. Y es que yo intentaba no llamar la atención de nadie. Tal vez hablar así con un hombre desconocido me hacía sentir ser más indiferente a la gente que nos rodeaba. De todas formas, a ninguno nos interesaba contar más de la cuenta.

De repente, ya no hablamos más. Nos levantamos. Pagamos cada uno lo nuestro. Era lo acordado. Y nos fuimos de allí. Ya habíamos reservado la habitación en un hotel. Estaba alejado de todo. Aun así, antes de entrar miré a todos lados. Sabía que me adentraba en algo que estaba mal. Dichoso código de valores morales. Me orbitaba la cabeza. Y en esas estaba yo, cuando, lo miré. Creo que me leyó el pensamiento. Aquello se iba convirtiendo en un desastre conforme avanzaba el tiempo. Estaba muy lejos de ser un lujo de pecado. Por un momento perdí la confianza en la cita. Volví a casa rápido, pensando que mi marido iba a intuir que había estado con otro hombre, pero él era el mismo de siempre.

Quise abandonar aquella aventura que había iniciado, pero algo en mi interior me decía que debía volver a intentarlo. Aramis resultó ser una persona amable y tierna a la vez. Me gustó que no decidiera dilatar esa primera cita. Luego pensé, que había aumentado mi deseo de estar con él. Yo, Candela, tenía que ceder a la evidencia.

Concertamos una nueva cita. Me inventé una excusa creíble para mi marido. Me di un baño estimulante con miel de abeja. y me encontré con Aramis. En el silencio de una habitación crece la intimidad. Cuando entramos a ella yo pasé delante y él se quedó junto a la puerta encendiendo la luz. Le pedí que fuera con poca iluminación. Corrimos las cortinas. Solo quedó encendida una lamparilla de una de las mesitas. En mi cabeza seguían las imágenes fotográficas. Y en aquella habitación me imaginé que iba a posar para él.

Me quité la ropa y saqué unas fresas que llevaba en mi bolso. Me coloqué en la cama. El bralette de encaje floral blanco era ideal para la oscuridad, realzaba mi figura. Recostada seguía todos los movimientos de Aramis mientras se desnudaba. Me acarició la cara mientras se desvestía. Era una mano cálida y deseé sentirla a lo largo de toda mi piel. Un fugaz roce de su labio superior sobre el mío y sonreí. Sin dejar de mirarnos le di a morder una fresa. Su astringente sabor aumenta el placer en la boca. Nos besamos y lo acerqué a mí. Le cogí su mano entre las mías. Estaba ardiendo. Me miró. Luego la solté y le dejé hacer. Eran movimientos contenidos al principio y luego fue el total abandono al goce. Acarició mis, senos, el vientre, las caderas, mi sexo, con una dulzura exasperada. Cada vez más deprisa fuimos acorralando los cuerpos. Y comencé a notar correr la vida por mis venas cuando me bebió el sexo. Me rendí a un aluvión de pulsaciones que me estremecieron, me fui a una nueva dimensión. Fue una sensación de miedo, dolor, libertad y alegría.

Alrededor de nuestros, sexos, estaba la oscuridad de la habitación. Alrededor de la habitación, quedó el silencio de los pasillos. Y no éramos ni novios ni esposos. Solo vivíamos la utopía que otros sueñan.

“¿Te arrepientes?” me preguntó Aramis. Le dije que no, mirando sus ojos pardos y sus dilatadas pupilas que denotaban todavía placer. “Los dos ganamos momentos de la vida,” le dije.

Cuando me despedí, él me cogió la mano y su pulgar giró en la palma de la mía en un silencio corto como si las palabras quisieran otra vez penetrar por mi piel en un nuevo encuentro. Aquel affaire no iba a ser amor. Solo se podía convertir en una adicción. Una perversión culpable.

Ahora me planteo, si repetiré.


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Comentarios

  1. Interesante y actual. Creo que muchos, y muchas pueden tener esa fantasía, de ser infiel sin consecuencia de amoríos. Bien llevado

    Un abrazo

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    1. Hola Alba, amiga mía. La cosa sobrepasa la fantasía, ni te imaginas los datos estadísticos. En la pandemía estas redes han ardido. Y ahora tanto mujeres como hombres casados son infieles, en torno a los 30 y 50 años. Incluso parece que se inclina la cosa más por las mujeres. "El que no corre, vuela". Muchas gracias. Un abrazo grande.

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  2. Me ha envuelto tu narración de princio a fin.
    Un abrazo.

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    1. Hola amigo Chema!!! jo, no me digas, bueno, bueno, qué bien. Muchas gracias. Yo que me alegro un montón. Un abrazo grande.

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  3. El placer por encima de ninguna otra connotación.

    Saludos.

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    1. Hola Alfred, bienvenido de nuevo. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Saludos.

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  4. extraordinaria tu entrada me atrapó gracias

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    1. Gracias a ti, Mucha por la visita y la lectura. Un abrazo.

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