EL ESPÍRITU DE ISADORA

Bermejo se llamaba, por el color del pelo y su piel de salmón. Nació no muy espabilado. Confundía la tortilla con la hogaza de pan. A pesar de su incredulidad, siempre supo que allí estaba el espíritu de Isadora. La mujer vagaba por los sembrados del norte como alma en pena. Y Bermejo tenía su vista puesta en el crecimiento del trigo. Cuando germinaba, veía latir el corazón de la muerta a sus pies, y en el trigo ya hecho grano, veía los ojos de Isadora como semillas de rambután. En el pueblo, la gente lo dejaba por loco. “Un inocente que soñaba con espantapájaros”, decían. Pero este espantapájaros se tragaba cantos y graznidos de mirlos y urracas. Isadora murió sin ser perdonada por su hermano y él, por su culpa, quedó amargado por vida. Desde entonces ella vagaría en la oscuridad, evitando así que los demonios se le llevasen y prendieran su alma en la eternidad del infierno. El atontado Bermejo proclamaba a los cuatro vientos que era el portador de la verdad, ...