LA POMPASA

La Pompasa. Una atrevida. La llaman así porque pasa y repasa por donde se le antoja el capricho. Mira, que ahí sale, flota que te flota, despidiendo aires, la muy rechoncha. Todo el mundo la ve brillar, por toda la cara; cara que tiene mucha, cara que le sobra. Será por eso que la siguen. Y persiguen, por si alguno, la alcanza.

—Ay qué caló, chiquilla, que me derrito ná ma verte. —Faito, que se acelera con la Pompasa.

Esta fresca ha nacido escamondá de un cubo y una lazada. En una plaza cerca de la Giralda. Y si lo piensas, no hay mejor lugar. Vamos, que ni una lata la hace sonar. ¡Ay, que se la lleva el viento, ay que se la lleva el aire! Digo que te digo. Dime lo que quieras, que esta chichirivaina se te sube a lo alto… de la Giralda.

Embelesá mira la Pompasa ahora el campanario.

—¿Qué pássa? Que no hay má bello alminár de mezquita ni minarete que se aprecie p´asomarse lozana el día que una nace. Ni la Kutubía de Marraké supera a mi Giralda.

Y las vecinas, la Sixta y la Lusia, que la ven venir.

—Vamos pá lante que nos dá esta la matraca. —la Sixta, tó siesa.

La Pompasa que se tira por la calle, la más estrecha, una callejuela menuda del barrio de Santa Cruz. ¿A dónde irá? Curioseando va la Pompasa que se acerca a todas las puertas y a las ventanas. A ver que ve. 

—Ay chiquilla, cuidado que te vá  arreá un viaje y en una d´esta, te explotá, con… los deseos. —se cachondea la Lusia.

Y es que en estas calles están encerrados los secretos ¿Qué? ¿Acaso dudas tú que no los hay? De pronto, una hornacina que se te aparece cerca del patio de los naranjos y tú, enmudeces. O un farolillo de cristal y forja que se te mece delante y hasta los párpados te abanican. Ennortá te quedas, más todavía, con esa agua de azahar de la mañana y…

Pero, ¡ayayaayaya que se me ha ido la Pompasa! Ah, allí la veo. ¡Uuyyyy!, la verja de hierro, que casi la repasa. ¡Mira que le gustan a esta los rizos y las filigranas!. Ahora dobla el remate de las dos esquinas de la Judería y en el friso de piedra de las dos calles, se persigna, y los ángeles, felices, le resoplan las trompetas. Y ella, más ancha que tó, que ahí va rodando, como las piedras de un molino, rueda que te rueda de una esquina a la otra.

Uf, cómo chismorrean todas las de la calle. Unas, en fachadas de albero, otras en las de cal. Y la Sixta, en mitad del callejón, tirando cubos de agua. Aliviando olores de las esquinas de la noche pasada, vamos meadas de borrachos y alivios de vejiga. Y a todo esto que Faito se pone a recitar y la Pompasa que no se calla.

—Ay Sevilla, qué bonita se te ve por la mañana. Ay, Pompasa que me aprieto en tu talle,  que me trenzo en tú ventanaá, que m´agarro a tú rejaaá.

—Mú Salamero m´a salió tú, Juan Tenorio, ten cuidao que me deshago en tu boca.

—¡Fite!, ella. Te viá a dá un bezo retorció.

Y las vecinas, burla que te burla. Y la Pompasa que se va hacia los carruajes y el Faito, que la sigue. Qué cansino. Pero a ella, le gusta.

Qué bien se lo monta la jodía. En la fuente de la Plaza de España se aborbotona. Se viste de colores, de rojo y de azul, pícara y lozana. Más clara su piel que la del huevo del Colón. Se le está poniendo al Faito la baba, de caracol y los ojos, de pez.

Y por la trocha de la cerámica que se nos pierde de vista. ¡Ay, que ya la veo! Pero, ¡chiquillaaá!, que se  nos va más allá de los pináculos. Ay, que no quiero ni pensarlo. Ni te lo digo. Ni te lo cuento. Que la Pompasa se nos rompe entre las cruces del barrio.

¡Pof!, ¡pof! Que ya ha explotado. Que se nos derrama entre la cerrajería en lágrimas de jabón y agua. Que se nos retuerce entre los farolillos, entre los ángeles. En el fondo, como ella quería.

—Yo, ya me voy a morí sin mi Pompasa. —Faito que su pena llora.

Vida corta la de la Pompasa, pero con que alegría, ella explota.