LOS CINCO DÍAS DE UN PULGAR

Fermín siempre busca en el calendario los azules, por añadidura los verdes. Una vez localizados, adelanta su objetivo. Solo necesita cinco días.

Aupado sobre el aro cromado de su silla pasa las hojillas del calendario. El pulgar en gatillo las hace girar sobre las anillas, revoloteándolas sobre el soporte. Decidida la fecha, golpea con el índice la blancura del papel como si esperase una revelación; luego colorea el día con la punta roma del fluorescente.

Una férrea dedicación a las horas extras ha bastado para llevar a cabo todos sus planes. Sus jornadas caen con la tarde y la complicidad del tiempo fragua los hechos. ¿El consentimiento?, él ya sabe a ciencia cierta que lo tiene ganado con ese gentil puesto que ocupa. Ahora debe acelerar su plan. Será la última vez.

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—La situación, aunque no es novedosa, siempre provoca a mi Fermín una frustración que le dura unos minutos, lo suficiente para arreciarle su tendinitis; él comprende que su trabajo no está libre de temores. Durante treinta años ha puesto a buen resguardo su garantía: la noble labor de cajero. No ha pretendido ascender, ni falta que le hace; evita así encontronazos con la dirección, ya se sabe «si acudes a Troya tuya es la gloria». Además, esos compañeros suyos de trabajo consideran a Fermín un siervo mísero del afán capitalista. Se intercambian frases jocosas un día sí y otro no a su costa, pobre. Les divierte ver su viveza de espalda encogida, de sonrisa rechina- dientes. Les joroba ver su incansable actividad relegada exclusivamente a satisfacer a los clientes. Ah, y no necesita ponerse al día con la tecnología, ¡qué pesados!

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 —Ya me fijé en ese cajero desde el comienzo. Tiene firmes convicciones. Un aura infranqueable de soledad y sus maneras son amables. Siempre prestando la debida atención a mis cuentas. Admiro la precisión que profesa con los pagos y cobros de mis recibos, el manejo de las transferencias y mis fondos. Me complace mucho su eficacia. Le reitero, no dudo en mis últimas voluntades. Valoro gratamente esas virtudes encomiables de Fermín.

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«Doña Ángeles Álvarez de Bohorques ha fallecido de manera repentina. Se ha encontrado una hojilla de calendario y la fecha de hoy marcada de azul bajo su cama. El golpe en la cabeza, su cuerpo tirado en el suelo y empuñando un pequeño frasco de cristal, se consideran suficientes evidencias para que el deseado infortunio se declare “muerte por sobredosis inconsciente de barbitúricos”. La medicina ha alienado su fortuna. Viuda, sin descendencia directa, lega su patrimonio a sus dos displicentes sobrinos y a un abnegado trabajador del banco donde ella guardaba sus ahorros». 

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—Escrupulosa labor la de Fermín. Durante años sin ningún interés computable. En consecuencia, la señora Álvarez de Bohorques no ha dudado en dejarle una portentosa propiedad equidistante unos cien pasos de la principal línea de playa: un chalet parapetado por un maravilloso acantilado. Como notario he sido firme en la lectura del testamento: «Fermín, para disfrutar de dicho patrimonio deberás encargarte del cuidado del inmueble hasta tus últimos días y ser custodio del heráldico blasón incrustado en la fachada norte. Doña Ángeles era legítima heredera de la reina Isabel y ha tenido a buen recaudo su león rampante desde su uso de razón».

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Él no ha tenido coartada, como tampoco la tuvo en ninguno de los anteriores casos. En esta ocasión tampoco Fermín ha reparado en la desorbitada suma que entraña el impuesto de Sucesión. Deberá adelantarse. Evitar el asomo de cualquier duda. Se acerca el día. Coge el calendario y elige con su índice, dejando en buena posición el pulgar en gatillo. El día marcado, esta vez en rojo. Deberá enfrentarse al Banco que anda bastante ajeno a sus movimientos y al rédito de sus horas extras. Unas cuantas reuniones con el sindicato adelantaran qué suma puede negociar. Fermín ya confía en una suculenta jubilación precedida de un merecido despido extra que cubrirá los gastos tributarios de la casa heráldica. Para el resto, eludirá al fisco; con cinco días será suficiente.

 Cinco días verdes bastarán a Fermín para hacer los trámites en Chipre, un paraíso que no levantará sospechas. Suiza y San Marino se han vuelto inseguros tras el revuelo del expresidente de su club de fútbol.

—El primero de los cinco días y ya mi Fermín anda descolgado de su fingida apariencia. ¡Qué guapo cuando aligera su entrecejo y desbloquea la mandíbula! en una de estas se queda sin dientes. Hemos elegido la parte griega de Nicosia para hospedarnos, por si los turcos y sirios no andan muy tranquilos por la isla. Mañana un Maserati nos esperará en el aeropuerto de Lárnaca.

Acomodado en la parte trasera del vehículo, Fermín no anda ajeno a las piernas de su acompañante y a la maleta vintage con estampados de flores rosas que los separa. Mañana y pasado, el secreto bancario. Unos ciento cincuenta euros bastaran para constituir la nueva sociedad vinícola León de Bohorques Sociedad Limitada.

Quinto día. Ya “evadido” de responsabilidades, el cajero descansa en la playa como salmón en croûte, junto a él, un bikini leopardo haciendo gala de marca sobre una pecosa piel. Hojillas sueltas sobre el agua turquesa. Fermín y su dedo en gatillo surfeando la arena blanca.

—Estrella, creo que este lugar es estupendo para enterrar, por fin, los días que quedan del calendario ¿no te parece?

Pintura de Juan Gris