NorteSur
Hondarribia, San Sebastian, Zarauz, Gaztelugatxe
“La gente viaja para
conocer al otro, su historia y costumbres, porque al descubrir lo
diferente, aprende más sobre sí mismo”. Inicio con esta frase porque era una asignatura pendiente visitar este rincón de nuestro país, ya tenía ganas.
La costa vasca tiene el encanto del norte.
Los ríos que se sumergen al abrazo del mar.
Hondarribia |
Comenzamos nuestro viaje por Hondarribia.
La ciudad amurallada de calles empedradas
y balcones de hierro forjado. Sus llamativos
de pescadores rescatado de la historia.
Inolvidables esos matices verdes de sus casitas.
La concha Donostia, San Sebastian, la
princesa del norte, donde los paseos se exponen a las mareas vivas del
Cantábrico y a las interrogaciones simbólicas de Chillida peinando el viento.
La bahía desde el Monte Igueldo.
La isla de Santa Klara en el centro como perla de la concha.
Zarautz. La reina de las playas del País Vasco. El capricho de la aristocracia de antaño y una de las playas más turísticas en la actualidad. Playas despiertas a la marea, dormidas al caminar de los bañistas.
Siguiendo por la costa vizcaína
nos encontramos con rincones maravillosos, como éste de la playa de Arenillas.
La distancia a la playa no importa en la Ensenada de Oriñón.
Caminar por la arena dorada donde el río Agüera deja su último aliento al mar.
La distancia a la playa no importa en la Ensenada de Oriñón.
Caminar por la arena dorada donde el río Agüera deja su último aliento al mar.
Son paisajes erosionados, moldeados por el mar. Islas que se unen formando montes, montes que se separan formando islotes.
Como este tramo de costa vasca donde destaca el islote de Gaztelugatxe, “el castillo de la peña”.
Unido a tierra firme por un puente de dos arcos sobre las rocas.
Jalonando hay una pequeña ermita del siglo X dedicada a San Juan.
Hay que sufrir la sinuosa escalinata de casi trescientos escalones para llegar a tocar su campana.
Yo no lo hice porque quedé antes extasiada con este paisaje.
De esos sitios, de esos momentos que quitan la respiración.
Volveré, juro que volveré, y tal vez, toque la campana.
Volveré, juro que volveré, y tal vez, toque la campana.
Una costa vasca para no olvidar.
Espero que tengas la oportunidad de conocerla si aún no lo has hecho.
Hasta pronto.
Ruta de los pueblos blancos
ENTRE CÁDIZ Y MÁLAGA
Gaucín |
La mirada se pierde entre manchas blancas que aparecen salpicadas entre cerros, laderas y tajos.
Las carreteras de montaña transcurren entre bosques de encinas, alcornoques y pinos. No hay que tener prisa, no sabes cuando aparecen ni cuando vas a llegar. Caminos que son serpientes cayendo por las laderas, subes y bajas sin darte cuenta, se detiene el tiempo.
Vejer de la Frontera |
Las luchas entre moros y cristianos han dejado a estos bellos pueblos con castillos y murallas. Muchas de ellas aún abrigan sus casas.
Adentrarse en ellos es ver calles empinadas y estrechas con patios, arcos y calles empedradas. Recovecos de piedra, cal y teja.
Constituyeron la "Tierra de nadie" del valle del Guadalquivir, la frontera entre el cristianismo y el islam.
Castellar de la Frontera |
Grazalema |
Este lugar excepcional que se encuentra en la provincia de Cádiz y está tan cerca de Marruecos (en el continente africano) que la llaman la punta "Marroquí" aunque por todos es conocida como la punta de Tarifa, en la comarca del Campo de Gibraltar.
En ella desde los tiempos más remotos se han llevado a cabo estrategias militares y comerciales. En la época romana se pescaba y comercializaba el atún que pasaba por el estrecho de Gibraltar y una vez preparado en salsas y salazones se llevaba por todo el Mediterráneo. Aún hoy se sigue pescando y es uno de los símbolos de esta costa.
Tarifa tiene valores naturales como el paraje natural de la playa de los Lances que forma parte del Parque Natural del Estrecho.
Un sistema de dunas y cordones de pinos piñoneros que a modo de barrera impiden el avance de las arenas porque Tarifa es fuerte viento, un viento que destruye la dinámica de cualquier playa, pero que a esta costa la ha convertido en unos de los referentes mundiales del surfing. Unos 25 años han pasado desde que un surfista descubriera sus extensas playas y los fuertes vientos de poniente del Atlántico. Desde entonces es el paraíso de los amantes de las olas.
Un vaivén del océano que deja las pisadas solo en el atardecer, cuando esas olas bravías son apaciguadas con los últimos rayos de sol, en el momento que el baño de espuma blanca nacárea la orilla.
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