Mientras que aquella otra estuvo viva el cielo no paró de amenazarle tormenta. Antes del primer rayo ya se escuchaba el trino metálico que la despertaba de su ensimismamiento. La mujer a la que ella llamó Comadre estaba a su lado. Y así para siempre con los ojos vacíos e indiferentes. La criatura apareció en el silencio cruzándose con María Gori. Fatalidad, ventura o azar. Las dos vivían en la misma calle, en la misma dirección. La una en el hueco adaptado del primer piso aledaño al semisótano y la otra, en el tercero; un espacio luminoso abierto a la urbe. Aquel agujero de la una era lo más parecido a una madriguera de garduña con los huesos y despojos de sus víctimas descomponiéndose al amparo de una mirada astuta. La otra, en una cuadrícula de color manzana ordenada con recuerdos y fetiches; devanándose los sesos por alcanzar una plenitud noble y solidaria con las personas. A pesar de sus diferencias naturales, la una y la otra vivían en el c...