DESARREGLO DE SENTIDOS

Por el último agujero alcé mi corto cuello y salí. Llevaba tiempo que no sentía ningún movimiento nuevo sobre mis espaldas solo el peso de la tierra que soportaba. Era una melancolía, como un otoño perpetuo. Día tras día. Con un sentido caduco y a la vez permanente de las cosas. Harto de comer tierra y lombrices deseé entonces arrancar con mis largas uñas algo más grande que aquel silencio. Mi vista ciega se definiría entonces con un nuevo orden de conos y bastones. Mi padre decía que no era digno de la luz, era rata, era topo. Me tapó los ojos antes de nacer para no ver más allá y me hizo sentir que debajo de mi pelaje negro no había nada más. Yo quería escapar de esa oscuridad, no sentir solo la noche. La grandeza no podría estar en esa atmósfera asfixiante; la grandeza debía de estar fuera, donde crecían las plantas, esas plantas a las que yo engullía por sus raíces sin conseguir alcanzar ni uno de los rayos que ellas atrapan. A pesar de nacer tocando el suelo ...