TODOS LOS AÑOS TIENEN UN NUEVE DE NOVIEMBRE

1941. Ella con 27 años está de pie. La silueta va entallada a la cintura al amparo de dos filas de botones enormes . Ella y su silueta esperan. Parece que llevan algo bajo el brazo, lo tapa una amplia manga de un abrigo oscuro, más bien verdoso, —de lana, quizás— con esos cuellos y puños de visón pardo, —auténtico, seguro—. Le brilla un hermoso collar de perlas, grises, de tres vueltas, pegado a su largo cuello y sobre la cabeza un sombrerito rematado en un fino halo de convicción. A escasos minutos de llegar, ella ha intentado ver al director de inmediato. Lo conseguirá. Es muy guapa, podría pasar por ser una mujer actual si no fuera por el sombrerito; lleva zapatos de tacón de aguja, bolso estilo cartera, perfume de Rosa de grasse y vainilla, melena oscura bucleada y una máscara, pestañina, delicadamente extendida en una mirada enigmática ; la diferencia, que no lleva teléfono móvil y aplicación WhatsApp para entretenerse mientras espera. Un viejo carcamal...