LA ESFINGE
Nació
prematura. En la medianoche de una habitación miserable con papel amarillo
despegado a trozos. Nació esmirriada. Envuelta en trapos con aroma de alcanfor.
Viéndola, el temor se apoderó de su familia. Su delicada salud presagiaba que
no sobreviviría.
Su
madre, se levantó vacilante, arrastrando aún la placenta entre las piernas.
Quedó espantada al ver aquel pedazo de su carne, casi helado, muriéndose a
espasmos. Y llenó su boca de blasfemia. Crispó sus puños en alto para que la
suprema divinidad, fuera la que fuese, se apiadara de ella. Era tal el dolor
que sentía, que sangraba por dentro y por fuera. Amamantar a su hija. Ese había
sido siempre su único deseo. La desesperación se le fue convirtiendo en rabia.
Mientras,
las manos pulidas de la comadrona ataban el cordón umbilical al muslo de la
recién parida para que la placenta terminara de desprenderse. La madre,
blasfemaba aporreándose el vientre, creyéndose culpable por haber concebido a
tal engendro en una noche de placeres efímeros. Ya se veía ella burla de los
presentes, y esa rabia suya se elevó a plegaria, reduciéndola a una maldición.
Sin ser muy consciente de que este reniego suyo, en el futuro afectaría a toda
la familia. Deseó en aquel instante de horror que se retorciesen todos, tanto
vivos como muertos, para que no retoñara jamás ningún brote viciado. Una
maldición que, al hacerla justo en esa fecha, doce de agosto, se extendería a
lo más infecto, hediondo y corrompido; unas fuerzas oscuras que imperaban no
muy lejos de allí.
La
partera, golpeaba, obstinada, el diminuto pecho de la niña. Una y otra vez. A
la par que le insuflaba su aliento. Tenía la confianza de que la niña no
muriese. Según ella, si sobrevivía a esa noche, y a pesar del estigma, le daría
un gran poder a la cría sobre las fuerzas terrenales. Pero lo que no sabía la
comadrona, es que la maldición de la madre ya había provocado un efecto
revelador contrario.
Esa
noche, la criatura sobrevivió. Y lo haría por muchas noches más.
El
padre, ante la maldición que la madre había realizado en aquel estado de locura
de parturienta, y no entendiendo de designios eternos, en vez de enterrar la
placenta en una jarra de barro, como era la costumbre, la quemó en el
estercolero. Destruyó ese lazo de unión de la madre con la hija. Despojándola
así de ese amuleto protector. Pero un trozo del cordón quedó sin arder. Las
gallinas no dudaron, y a falta de otra comida, se entretuvieron en picotearlo.
Mal agüero. De todos era sabido que, si esto ocurría, y la niña sobrevivía,
posiblemente sufriría de convulsiones.
Desesperado,
el padre, hombre de baja estatura y renqueante, salió del corral y fue en busca
del cura. Su hija debía ser bautizada cuanto antes. Con la confianza de que, en
el caso de que muriese o viviera, no llevara esa carga de pecado en su
incipiente alma.
La
familia moraba en una aldea de menos de doscientas ánimas, todas ellas
criaturas enmudecidas. Un lugar nada hospitalario donde se encumbraba a los
necios y así, el aburrimiento nunca llegaba a serles doloroso. Un lugar
terrible para el resto de pobladores de la comarca. Una aldea que en invierno
se transformaba en un cementerio. Un lugar barato para nacer y barato para
morir.
El
bautismo de Hilaria, que así fue como la llamaron, se llevó a cabo en la Torre Magdala.
Un extraño torreón que permanecía erguido en lo alto de una peña desde tiempos
inmemoriales. Al parecer, era un resto de una iglesia abandonada que ya nadie
tenía interés en visitar, pero por motivos extraños, se conservaba medianamente
adecentada para actos aislados de culto. Las lenguas del lugar decían que los
templarios realizaban allí liturgias nocturnas, pero por lo que allí aconteció
durante el bautizo, se diría que eran otros los poderes que moraban en la
torre.
El
cura, de rostro de tiza y pelo aceitoso, ante la insistencia del padre de
Hilaria, accedió a realizar allí el rito de la gracia santificante. Era un día
azotado por vientos helados del norte. Y en lo alto de la peña, el frío
quebraba los huesos por dentro. La pila bautismal estaba colocada en una
esquina y sobre un suelo de baldosas blancas y negras que parecía una tabla de
ajedrez. En el momento que estaba llevándose a cabo el rito, la pila bautismal
pareció moverse. Los presentes, padres y padrinos, se inquietaron. Observaron
con temor a su alrededor, pero decidieron proseguir y terminar cuanto antes. El
cura permaneció clavado con la concha de agua bendita alzada, mirando hacia la
pila y a la única cruz que había, una de madera de roble que estaba caída en el
suelo a la espera de que algún día pudiera ser colgada de nuevo. Unos destellos
de luces empezaron a brillar en los cristales de los ventanales y las paredes comenzaron
a sufrir cambios de temperatura. Los presentes, lo mismo padecían sudor por
calores, que temblores por frío. El cura aceleró el bautizo y aconsejó salir lo
más rápido posible de allí. Mientras cerraba el portalón miró la efigie del
demonio Asmodeo que salvaguardaba la entrada y con el rosario en una mano y la
biblia en la otra, comenzó a orar: «Bendito sea, mi Dios, que dais el sufrimiento
como divino remedio a nuestras impurezas, no dejes que este hogar santo de
rayos primitivos se convierta en espejos oscurecidos». Mientras, en
el interior, un cuerpo retorcido con garras de arpía y enormes ojos, salía de
la pila bautismal.
La
familia bajaba bien ligera a la aldea, dando resoplidos y lanzando escupitajos
al suelo. Se acusaban los unos a los otros el haber puesto los pies en aquella
capilla ya de tiempo cerrada. La tía de la niña, su madrina, insistía que era
un lugar de adoración de ídolos antiguos, y a saber si, se había usurpado el
descanso de algún ser maldito.
Pasaron
los días y la madre, sin cumplir aún la cuarentena, comenzó a dejar de comer.
Llevaba días con un aspecto sombrío y enfermizo. Le obligaban a tomar vino
mezclado con aceite de aceituna y caldo de cebolla, por si hubiera quedado
algún resto de amnios en su vientre aún sin salir. Con el pelo enmarañado, a
medio peinar en la nuca y las uñas ennegrecidas, aquella desgraciada se sentaba
en la mecedora con la mirada fija al frente, enmudecida. A ratos, se le
agarraban unas toses seguidas de pitidos agudos que se le harían frecuentes
conforme avanzaban los días. En contra de su voluntad, no la dejaron dar de
mamar a su hija. Su marido estaba convencido que solo unas fiebres malignas la
podrían llevar a esa extrema delgadez que vestía.
Con
el paso del tiempo, la mujer desarrolló una condición autodestructiva y poco a
poco, se fue aislando del mundo. Se encerró en una habitación de la que nunca
volvió a salir. Y un día, apareció muerta, con sangre en la boca y toda llena
de restos de orina y heces. Hilaria, la niña maldecida con la vida, tenía
entonces seis años. Y esta vivencia de ver a su madre en esta agonía, le dejó
una huella amarga. Sus primeros años los creció como una medalla nueva, con
salud normal, pero fue a partir del fallecimiento de su progenitora cuando
padecería graves crisis emocionales que más tarde se le complicaría con ataques
epilépticos.
A
los pocos años de la muerte de la madre, en la casa, comenzaron a escucharse
golpes y extraños ruidos. Pisadas que no tenían explicación alguna puesto que,
solo vivían en ella Hilaria con su padre. Estando ambos en el salón de la casa
repararon en unas vibraciones que afectaban al mobiliario. Unas veces eran las
sillas y otras, eran las camas. A la niña, al principio, todo esto le provocaba
temor, pero con el tiempo fue acostumbrándose para luego convertirlo en un
juego. Ideó golpes para comunicarse con los sonidos, convencida de que era su
madre quien quería jugar con ella. Golpeaba la pared e imitaba los mismos
ruidos. Incluso inventó respuestas a preguntas que ella hacía. El padre temía
lo peor. Que fuese su esposa realmente y que no abandonaría este mundo dejando
a su hija en él.
Transcurrían
los días y los sonidos se fueron haciendo cada vez más frecuentes e intensos.
El padre no sabía qué hacer. No quería enfrentarse a las posibles habladurías.
Si aquello se llegaba a saber sería un infierno. Sin duda, era consciente de
que la familia había caído en un castigo eterno y no tardó, en decidirse. Se
llevaría a su hija de allí, abandonarían su casa, los pocos bienes que tenían. Buscaría
algún lugar donde se olvidarán de todo, y con la fe ciega de que mejorara la
salud de Hilaria. Lejos, lo más lejos posible, distantes de cualquier rastro de
aquel espíritu ennegrecido de su madre. Pero los caminos del mal son inescrutables.
Hilaria
con diecisiete años se convertiría en una médium. Convocaba a los espíritus en
un ambiente de maderas secas de Palo Santo que ella misma quemaba para los
rituales. Lograba así los momentos más íntimos con los seres queridos de la
gente que le visitaba. Su mente había evolucionado mucho desde aquel primer
encuentro de niña con el fantasma de su madre. Era respetada ahora por todos,
incluso los más incrédulos e ignorantes de las malas artes. Todos la buscaban a
ella por el miedo a lo desconocido. A Hilaria, por entonces, se le había
acentuado sus ataques de epilepsia, contribuyendo así a darle más credibilidad
si cabe a las sesiones de espiritismo. Pero el diablo no se había olvidado de
ella. Se agitaba a su alrededor sin cesar, flotaba como ese aire que es
impalpable, infundiéndole a Hilaria, sin saber por qué, un deseo de culpabilidad.
En algunas sesiones, ella terminaba jadeante, tremendamente fatigada. Con los
ojos sangrándoles de confusión y las heridas de su alma abiertas.
Hilaria
se transformó en su mayor enemiga. Su mundo se movía en un cieno de fanatismo,
un fango de supersticiones, que la consumían y la hacían dudar de todo. Ya se
había robado a sí misma cuando penetraba en los cuerpos de los difuntos. Ya
apenas dormía. No descansaba y se terminó autolesionando con las sacudidas que
le daba su cerebro, esas dichosas convulsiones recurrentes.
En
esta vulnerabilidad, y por suerte para ella, Hilaria congenió con un hombre que
daría aliento a su vida. Él era conocedor de los males que sufría y a su
dedicación, aun así, se enamoró de ella. De algún modo, compartían pasiones
similares. Se dedicaba a la arqueología. Le asignaron importantes excavaciones
de tumbas y se llevó a Hilaria con él. Conocerían Turquía y Grecia, Egipto.
Descifraron signos y señales en los enterramientos, jeroglíficos. Se
instruyeron con los grandes guías de las almas. La comunicación de Hilaria con
los espíritus se haría cada vez mayor. Se entregaba a prolongados éxtasis sin
la duda de no despertar.
Hilaria
pasaría a llamarse la Esfinge. Fue en El Cairo. Al poco de llegar, pronto se
supo de sus rituales e invocaciones y esa facilidad innata que tenía para
comunicarse con los espíritus. La elevaron a sacerdotisa. Decían de ella que
permanecía expectante a lo desconocido y que era como una de esas tumbas que
profanaba junto a su marido. La esfinge. La que antes de tener miedo, su boca
silencia. Un halo de misterio sin ambición ni orgullo.
Con
esta condición de sumo poder, penetraba en las tumbas por la noche, profanaba
el silencio y la oscuridad. Indagaba hechos y verdades más allá del límite de
la percepción. Le fascinaba el control de la muerte.
Fue
aquí, en Egipto, donde rebosaría de saberes ocultos. Y fue aquí donde, paseando
por el desierto, encontró una rosa de Jericó, una Anastática. La planta
la esperaba. A sus manos llegó seca, cerrada sobre sí misma, volteada mil veces
por el viento a través de las dunas. Traía el poder de una superviviente de
muchísimos años y una apariencia frágil, al igual que ella. Hechizada por su
forma la consideró sobrenatural. La Esfinge la incorporaría a sus sesiones de
vidente. Comenzó poniéndola sobre piedras en un cuenco plateado y la sumergió
en agua. Un bautizo de vida para darle aliento. La planta se abrió como un
milagro. Parecía palpitar. Pero lo extraño fue, que lo hiciera en la noche, sin
luz alguna. Sus hojas y tallos se iban ennegreciendo mientras extendía sus
ramas. Lejos de ser un talismán para la Esfinge, se convertiría ella en la
prisionera de aquella planta.
Comenzó
a crear una serie de artes para sus rituales: cintas rojas con nudos, piedras,
cadenas, agujas y alfileres, mientras murmuraba: «Conozco la ciencia que en el
fondo del lecho diluye la conciencia y a esta maldita lucidez». Y en éstas
estaba, cuando de súbito, vio un humor viscoso y purulento que se deslizaba
furtivo por debajo de la puerta. Confundida y temblando de frío, cerró los
ojos. Su mente se ausentó de aquel espacio y momento, intentó evadirse de
aquella realidad. Sabía que una fuerza maléfica la acompañaba. Un agrio crujido
en las ventanas y en el suelo le provocó un chirrío en los dientes. Abrió los
ojos. Y todos los alfileres, agujas, cadenas, piedras y cintas estaban frente a
ella. Los brazos y piernas comenzaron a sufrirles movimientos espasmódicos y un
dolor en el pecho la abrasaba por dentro. Sentía como si le succionaran la
médula de sus huesos. La Anastática comenzó a tomar el color rojo de la
sangre a la par que se escuchaba: «Deja este juego feroz y ridículo, morirás
con él». Ella, temblando y sin fuerzas, le contestó: «Boca cruel,
monstruo asesino, es mi sangre la que se esparce en el aire y en mi destino».
La Esfinge se consumía
en el ingrato mundo que había creado. El recuerdo de su madre le había
oscurecido el alma y ahora, estaba más presente que nunca. Su padre, en el
lecho de muerte le susurró esa confidencia penosa. Le desveló su prematuro
nacimiento y lo acontecido en su bautizo. Esto confirmaba las presencias
diabólicas. El aliento de su vida era una maldición. Su progenitor le imploraba
su perdón. Todo lo había hecho para que la familia no se avergonzara de ella.
Balbuceaba con la traición humana, el desengaño. Sin embargo, ella solo veía su
liberación en su propio pudrimiento. Era como si sus ojos se hubieran colado dentro
de su cuerpo y lo viera descomponerse.
Desvanecida y derramada en sangre la encontraron. Tirada en el suelo con alfileres y agujas clavados en el cuerpo como un muñeco vudú, y un cuchillo hincado en el pecho. Aún respiraba.
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Una motivación más para contar historias.
Impresionante. De lo mejor que te he leído. Muchas felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Guau Chema, qué subidón, porque mira que son complicadas las tramas de terror, me ha llevado muchos días de trabajo. Si te cuento, que son historias de la que no sales, te atrapan. Muchas gracias. Feliz. Un abrazo.
Eliminar¡Hola!
ResponderEliminarMe has alucinado.
El principio es buenísimo, describes un parto cruel y se nota que has investigado(o sabes mucho); lo que hacen con el cortón para expulsar la placenta, el caldo de cebolla con vino y aceite para los amnios...
Me gusta mucho también la manera dedescribir el bautizo y a los familiares.
Pero es que avanza de una forma increíble. Y ese final es muy muy bueno.
Me ha encantado.
Feliz martes.
Hola Gemma, amiga mía, no sabía que te gustasen tanto las historias de terror, guau. Pues me has dado una alegría doble. Porque es un género que no domino y te atrapa cuando desarrollas una trama. No ves el final, quieres seguir y seguir. Muchas gracias, de verdad, qué motivador.Un abrazo y feliz martes.
EliminarMe ha fascinado ambientación, costumbres, vocabulario, ritmo, personajes, fuerza, vaya que es un relato magnífico, se mire como se mire.
ResponderEliminarUn abrazo y a por más relatos de tal categoría
Hola Alba, amiga, ¿no me digas? estoy flipando, no sabía cómo iba a cautivar la historia. Es de las más largas que he escrito aquí. Y siempre en el blog, tú ya sabes, pues te tira para atrás pasar de las dos mil palabraas. Pero esta historia me ha atrapado tanto que hubiera seguido. Bueno, bueno aprecio mucho el comentario sabiendo que me sigues fielmente todas las lecturas semana tras semana. Muchas gracias.
EliminarHola Eme,
ResponderEliminarMagistral amiga. Esto dice mucho de ti. Espero que el vídeo sea formidable igual que esta maravilla escrita porque se puede decir más alto pero mejor imposible. Me has dejado anonadado, sinceramente.
Abrazos gigantes y venga te animamos a que sigas realizando relatos similares con contenidos categóricos como el de esta post, amiga.
Feliz Martes de Carnaval !!!
Hola amigo Joaquín, muchas gracias, muy emotivador y generoso tu comentario. Es un género muy apasionante, te atrapa, los protagonistas te seducen hasta tal punto que no ves el fin de la historia, seguirías con ellos. Bueno, pues entonces lo tendré en cuenta. Hoy ya he subido el vídeo, a ver si he sabido trasmitir las emociones que encierra la trama. Feliz miercoles. Un abrazo
EliminarMuy bueno, Eme. Mezclas muy bien la superstición, la fantasía, el ambiente del pueblo, el exotismo y la magia de esol lugares que visita... para terminar con ese final tan terrible.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un beso.
Gracias amiga Rosa, me alegra saber que te ha gustado tanto. Un beso amiga y feliz miércoles.
EliminarEme solo tu puedes escribir este relato. Yo no soy de leer este tipo de relatos de terror y esotérico. Al leerlo he visualizado cada momento y me ha parecido un relato largo, pero sin dejar de leer atrapa. Muy bueno. Un abrazo.
ResponderEliminarHola amiga Mamen, ay muchas gracias, de verdad, que te haya atrapado. Son historias que te atrapan cuando las escribes. No ves el final. Un abrazo.
EliminarA la que has dejado de piedra es a mi! Felicitaciones, besotes.
ResponderEliminarHola buhita, muchas gracias corazón. Un abrazo fuerte.
EliminarEmerencia,
ResponderEliminarEstoy aquí conociendo tu hermoso espacio en la web, y encuentro esta escritura que mezcla lo real y lo lúdico de una manera increíble. Como periodista y profesor de filosofía, veo mucha calidad en sus escritos. Sigue escribiendo, hay mucho talento en ti.
Un abrazo.
Bienvenido Douglas, muchas gracias, muy amable, un saludo.
Eliminar¡Hola, Eme! Jo, un relato impecable e implacable en su forma y fondo. La oscuridad que envolvió su nacimiento no solo la acompañó durante su vida, sino que la sedujo fatalmente. Una narración portentosa y una historia que bien daría para una película o una novela.
ResponderEliminarEn cuanto al final me ha parecido tremendo, y a mi parecer deja dos interpretaciones. La mágica, que es que esa oscuridad finalmente la devoró y otra, quizá más terrible, que su padre fuera quien puso fin a la maldición de su hija. No sé si es así o yo que le doy muchas vueltas a las cosas, je, je, je... En todo caso un relato de terror gótico maravilloso. Un abrazo!!
Hola David, muchas gracias. El final está abierto a lo que el mal quiera ofrecer, yo no te la desvelo, por si el maligno se enfada conmigo. Un abrazo amigo mío.
EliminarCaramba, Eme, qué relato más intrigante y esotérico. Aun siendo largo, me has tenido pegado a él durante toda la lectura. Parecía como si yo también hubiera sido embrujado, je,je. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarEstas "artes" ocultas siempre me han dado bastante yuyu.
Un abrazo diabólico.
Hola amigo Josep Mª recojo tu abrazo diabólico. Ya no te visito tanto. Mi cabeza no para. Escribo relatos todas las semanas y algunos me llevan mucho tiempo. Un ejemplo es éste. La historia me ha atrapado y casi va para novela jeeje. Si a ti te da yuyu, pues que sepas que yo voy camino a convertirme en escritora de relatos tétricos jajaja. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo
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