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Mostrando entradas de septiembre, 2020

LA DAMA DEL BASTÓN

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  Odio decir esto. Sí. “El amor es ciego”. Si no fuera por Mozart… No soy ni Genoveva, ni Salomé. Puesta a elegir, me gustaría ser Dorabella, o Elektra, pero simplemente, soy la dama del bastón. Nací con la mirada torcida. Y crecí mirando hacia el infinito. A mí, no me importó. Pero a mi madre sí. Mis ojos iban a la contra de lo normal. Me diagnosticaron una ceguera inminente al acabar de nacer. Con el tiempo se quedó en una mirada a medias, aunque en el fondo de mi retina, veía un poco más de lo que la gente creía. Y por mucho que se empeñasen en ponerme antifaz sin vivir carnaval alguno, nunca tuve miedo a caer             ¿Las estrellas?, algunas veo cada noche. ¿No sé por qué piensan que los ciegos no sentimos? Vivimos las sensaciones amorosas mucho más que la gente “normal”. Y para esto no hace falta contar las camas en donde me he acostado y en las que no quise nunca estar. Más vale hablar de las que gustan amanecer en ellas, donde el tiempo se queda suspendido y yo, pueda

LA ARAÑA Y EL CHINCHE

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Un buen día la araña Clotilde se instaló en la habitación más tranquila de la casa, justo en la esquina de la pared que lindaba al techo. Alejada del bullicio, ella preparaba sus hileras. Con dotes de malabarista y una gran delicadeza comenzó a tejer la tela de seda. Su hilo era más fino que un cabello, visible solo con el sol. Las hebras relucían en el mismo instante que la caricia del aire las iba endureciendo hasta convertirlas en algo parecido a cuerdas de violín, incluso más resistentes. La araña ajustaba con precisión todo el entretejido y así iba conformando su red. Un trabajo de confección que le llevaba días. Con muy poca comida en la tripa y aun menos descanso, ella, paciente, se abría paso en su telaraña, zancada tras zancada. Todo iba bien hasta que algo se atrevió a irrumpir en su espacio.   Bajo la alfombra asomaron un par de antenas arrastrando un cuerpo plano del tamaño de una semilla de manzana. Desde arriba Clotilde no se percató de aquella presencia hasta que el indi

EL HOMBRE DEL SOMBRERO AZUL

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  La misma rutina y los mismos movimientos desde hace cuatro días. El hombre del sombrero azul se encuentra sentado en su silla. Se le ve con la cabeza baja y sus dos brazos, sobre la mesa. Parece una estatua, como esas vivientes que hay en las calles. Sus dos manos, ahora se mueven, pareciera que dibujaran en un papel. El hombre, ha transformado la pequeña mesa redonda de la terraza en una mesa de dibujante. Cuando llega, lo primero que hace es sacar sus lápices de un bolso que lleva cruzado. Saca algo pequeño, puede ser una goma de borrar, o tal vez, un sacapuntas. Después, pide una taza de café. La cafetería queda justo en la acera de enfrente. Frente a frente al portal de mi bloque. Yo, lo observo desde mi ventana. Aparece sobre las nueve de la mañana y se queda más o menos una hora. Luego, recoge todo y se marcha. El hombre del sombrero azul es un poco gris. Su chaqueta, es gris, su pantalón, es gris. Tiene una expresión limitada, neutra, que no alcanzo a ver muy bien; debe de tra

SU MENTIRA

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    Hoy, llueve fuerte. Llueve intentando aplastar el asfalto.  Llueve de una forma que el agua se traga la espuma del barro. Ahí la veo, correr calle abajo para ahogarse en las alcantarillas. Hace un rato, yo me he tirado bajo esa agua. Y han sido sus guantazos en mi cara los que me han ayudado a verlo claro. Llevo media vida recibiendo abrazos, falsos abrazos. Media vida con apretones de manos. Diligentes e interesados. Hubo un tiempo que estuve lleno de palabras. Sí. Y la mitad de mí mismo, amarrada a ideales. Pero pasó. Las palabras se vaciaron, sucumbieron, en una mentira tras otra.   Y hoy por fin, lo veo claro. Renuncio. Es ahora cuando escucho esos murmullos pegados a mi frente. Esos gritos de quienes, tal vez, no les haya prestado la atención que merecen. ¿Te preguntarás quién soy? Soy ministro. Casado. Por los cuarento, o cincuenta, estoy. ¿Y que más? Político, seis, ocho horas al día. Una hora, marido, y media, padre. Visible a tiempo comple