LA DAMA DEL BASTÓN

 



Odio decir esto. Sí. “El amor es ciego”. Si no fuera por Mozart…

No soy ni Genoveva, ni Salomé. Puesta a elegir, me gustaría ser Dorabella, o Elektra, pero simplemente, soy la dama del bastón.

Nací con la mirada torcida. Y crecí mirando hacia el infinito. A mí, no me importó. Pero a mi madre sí. Mis ojos iban a la contra de lo normal. Me diagnosticaron una ceguera inminente al acabar de nacer. Con el tiempo se quedó en una mirada a medias, aunque en el fondo de mi retina, veía un poco más de lo que la gente creía. Y por mucho que se empeñasen en ponerme antifaz sin vivir carnaval alguno, nunca tuve miedo a caer

         ¿Las estrellas?, algunas veo cada noche.

¿No sé por qué piensan que los ciegos no sentimos? Vivimos las sensaciones amorosas mucho más que la gente “normal”. Y para esto no hace falta contar las camas en donde me he acostado y en las que no quise nunca estar. Más vale hablar de las que gustan amanecer en ellas, donde el tiempo se queda suspendido y yo, pueda contar los besos.

El teatro nos unió, a los tres, a él, a mí, y a Mozart.

Cuando nos conocimos, ese día representaban “La flauta mágica”. Yo estaba en el descanso, apoyada sobre la pared fría del vestíbulo. Apreciaba levemente una luz diáfana, suave, como de ceniza, y olorosa como hojas de laurel a la caída de la tarde. Quiero pensar que fue su mirada la que me hizo sonreír, pero no; en realidad, fue el roce de su mano al entrar al patio de butacas. La sensación de su piel, a nectarina, se me quedó grabada. Esa noche, se me tatuó la tentación.

Los días pasaron muy lentos. Yo esperaba ansiosa al siguiente concierto. Quería volver a verlo.

Se estrenaba “Idomeneo”, de Mozart. Ese sería nuestro primer encuentro.

Él se presentó primero. Orlando. Una voz armoniosa, con los silencios justos; una tesitura que endulzaban los minutos. Coincidimos en las primeras butacas, las que se reservan a discapacitados sensoriales. Ironías de la vida. Esta vez fue su olor a castaño de indias el que me cautivó. Apenas nos dijimos nada fuera de la afable cortesía.

“El rapto en el Serrallo”, por supuesto, de Mozart, fue nuestro segundo encuentro. Él ya me esperaba en el teatro. Me abrió la puerta del taxi. Recuerdo que toqué su cabeza para saber cómo era. Redonda y lisa. Nunca vi uno, pero tiene que ser como tocar un huevo de avestruz. Él se adelantó abriéndome paso. Me concentré en el suave golpeteo de sus pies en la moqueta. Respiré hondo, calmando mis pulsaciones. Esperé a que se mezclasen bien la emoción de su compañía y la nueva ópera. Al salir, él insistió en acompañarme a casa. Nos dimos cien besos exactos. Los fui contando. Aunque, ahora que lo digo, solo me acuerdo de cincuenta, quizás treinta, miento, los diez infinitos que nos dimos, esos sí que valieron la pena.

Mi imaginación erótica se ha forjado en la copulación de las figuras griegas, así que, ella se me subleva al sexo helénico. Orlando cumple fielmente con los cánones de esa belleza griega: respingona naríz, un pecho fuerte, hombros anchos, lengua corta, culo grande y un pene pequeño. Mis dedos, diligentes, aprendieron pronto a tocarle y acariciar cada una de esas formas, curvas y pliegues de su cuerpo.

Pasé de sentir la suavidad de las sábanas de algodón sobre mi cuerpo desnudo, a la tibieza del suyo junto a mí, a refugiarme en su calor. Poco a poco nos fueron asomando los sentidos sobre la piel sin medida ni recato. En perfecta sincronía. Su transpiración condensada, mezcolanza de almizcle y barro, y esa suavidad de sus manos, hicieron que mis sentidos estallasen.

Mis dedos se prendieron rápido a su sexo verificando su rigidez; acariciando sus testículos. Me adentraba en sus texturas, resbaladizas y arrugadas, hasta hacerle levitar. Luego le cojía su mano de nectarina y la colocaba sobre mi cuello, senos, monte de venus y él, atravesaba la largura de mis piernas hasta acariciarme pies y manos. Su lengua corta pegada a mi cuerpo era como baba de caracol, no dejaba de marcarme ternura.

Tuvimos varios encuentros después. Sin Mozart. Y luego llegó “Las bodas de Fígaro”. Yo pensaba que Orlando me iba a pedir algo más serio en esta cita; tal vez un maridaje explosivo de sabores. Nada más lejos de la realidad. Descubrí que padecía algún mal.

Por lo pronto, Orlando rehusó a asistir esa noche a la ópera; congenió con alguna que otra excusa, poco creíble, pero después algo le hizo cambiar de opinión y me acompañó. Hubo un descanso en el segundo acto de la ópera, dejándonos a la expectativa de qué argucia se iba a inventar el Conde para evitar la boda de Fígaro y Susana. Orlando, antes de levantarse de su sillón, me dijo al oído que siguiera la cuerda que estaba atada a mi bastón. Intrigada, la comencé a seguir por el patio de butacas. La fibra suave se me enredaba en los pies; sentía el murmullo de la gente a mi paso, pero yo continuaba tirando de ella mientras avanzaba. El juego resultó divertido a pesar de que se me abrasaban las yemas de los dedos. Superficie tras superficie de paño y cortinaje, un pasillo tras otro, hasta por fin llegar a un palco del anfiteatro. Su voz me abrió la puerta y sentí su mano caliente en mi rostro. Me rodeó con sus brazos. Su pulso estaba más alterado que el mío y yo, me abrigué en su sonrisa. Allí, escuché correr una cortina, luego otra. Me desabrochó la blusa y me besó los lóbulos de la orejas, hombro y pezones. Me enredé en su lengua. Ardía el aire, mientras nos quedábamos sin aliento. La pared se me pegaba a la piel, sentía la rugosidad de ella mientras su pene penetraba explotando en mi abismo interior. Era yo ahora quién estaba enredada como esa cuerda en su complexión fuerte. Ahora, era yo la Susana de Fígaro; gemía evocando sensaciones trifásicas mientras los violines vibraban en su canto a la libertad.

La intensidad desbordada del encuentro de esa noche, y la posterior frialdad en la despedida, se me antojaron ajenas, las de un extraño.

“Cosi Fan tute”, traducido sería “También lo hacen todos” una ópera, por supuestísimo, de Mozart. Con esta representación, Orlando y yo rompimos. He creído pensar que tal vez fueran nuestros diferentes códigos, aunque puede que me engañe a mí misma. Aquella noche, en la despedida, sentí de lleno la tensión en su brazo, una rigidez fría en todo su cuerpo y un avinagrado distanciamiento. Conseguí rozar su mano un instante, su piel era como de kiwi. Quise tocar su cara, y me apartó las manos. Con el ardor en mi boca, supe que ya no me prestaría más sus ojos. Ansiaba sus palabras y el énfasis de su voz. Yo le escuchaba, pero esta vez fue diferente a las anteriores, no le entendía. Era un desconocido, traía un perfume de bergamota mezclado con algo que no supe apreciar. Esto mitigó todo resquicio de excitación. Dejé de respirar por un momento. Luego escuché el eco de sus pasos mientras anunciaban el comienzo de la ópera "Cosi Fan Tute".

En mi cabeza sigue sonando un recuerdo: su promesa de enseñarme a nadar en un paraíso de violines.

Ahora disfruto de mi impúdica y particular infidelidad con casi todos mis sentidos. Necesito tiempo. Mozart sé que me espera, al menos él no va a fugarse, a no ser que lo haga en do menor y con dos pianos.



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"Amor para dos ruedas y chaqueta azul"

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Comentarios

  1. Pero qué precioso post. Con Mozart una relación no es un trío mundano, es un acoplamiento de sentires.

    Un abrazo, y feliz día

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    1. Hola Alba, muchas gracias amiga, por estar siempre tan puntual a la publicación, y por supuesto, por dejarme esasa impresiones tuyas tan particulares. Un abrazo

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  2. Precioso relato. Amor a ritmo de Mozart, de las óperas de Mozart.
    Siempre he pensado si será fácil engañar a un ciego y hacerse pasar por quien no se es. Sospecho que es bastante difícil, aunque si se tiene suficiente pericia...
    Muy bien escrito, como siempre.
    Un beso.

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    1. Hola Rosa, has captado parte de esas emociones y vivencias que la protagonista destaca en su historia. El sentido del olfato y el tacto lo tienen muy desarrollado.Muchas gracias por tu sincero comentario. Un abrazo amiga

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  3. Magnífico relato, Emerencia. Felicidades.
    Un abrazo.

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    1. Ay pues muchas gracias Chema, un abrazo para ti también. Feliz semana!!!

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  4. ¡Hola, Eme! Un relato muy bien escrito en el que consigues mostrar todas el amor apasionado a través de todos los sentidos. Esa frase de Nací con la mirada torcida y crecí mirando al infinito es antológica y describe muy bien al personaje. También me gustó como Mozart se convierte en un personaje más del relato, de forma natural nos muestras el conocimiento que tienes de su música. Un fuerte abrazo!

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    1. Muchas gracis David, estoy encantada, como siempre, que me destaques esos detalles. Siempre se cuida mucho al personajes en sus descripciones o en lo que dice, que te voy a contar a ti, pero nunca sabes donde el lector engancha con él, en este caso con ella. Genial. Bueno lo de Mozarte y sus óperas ha sido una super inspiración, con la que estoy encantada, he escuchado sus violines y pianos en todo el trabajo de creación literaria. Un abrazo fuerte. Ah, Mañana subo el vídeo ni te cuento el nudo de emociones de esta criatura mozartiana.

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  5. Un relato genial. A Mozart seguro que le habría encantado, como a mí.
    Un abrazo.

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    1. Hola Josep Mª por casualidad he visto tu mensaje. Me había entrado como spam, gualaaaa. Muchas gracias por la lectura, y me alegra que te haya gustado. Un abrazo, amigo

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