LA MALA MUERTE
Un minuto y todo acaba con la última respiración. Ni uno más ni uno menos. El estado de ánimo no da. La pupila deja de responder y el párpado deja abierta una ventana. Y si no le obligan nunca la cerrará del todo. El daño ya está hecho. Alguien y algo decidieron. Por mucho que se le frote el esternón no dolerá. Pasa ese minuto y sigue un empeño enajenado para que sienta dolor. Con destino al frío es la última parada. Hay quien habla de que no está en sus cabales cuando ya la sangre se le coagula. Como dos y dos son cuatro. No está fuera de juicio. Cuentan de su competente vida. Y va una tanda de calificativos de manos de la envidia. Ya pasan un puñado de minutos. Y la impotencia se marca en una mandíbula cada vez más encajada y un cuello cada vez más rígido. No puede gritar. Ni levantar la voz. Ni estrangular. Mucho menos correr. Los brazos y piernas no resisten más. Tiesos. Ha dejado su flexibilidad para ser resistente en otr