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Mostrando entradas de noviembre, 2018

LA MUJER DE UN SOLO OJO

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La criatura olvidada en la torreta cierra el portalón de madera, tira fuerte de la aldaba de cisne, ajusta el bronce y la comisura. La criatura baja con los pies doblegados al húmedo brocado de la calle, despacio, ha tomado las escaleras esculpidas en la roca, las que zigzaguean sobre las palomillas de los muros, las linarias lilas, inapreciables. La criatura parece que se escabulle en las sombras del barrio alto, va en silencio, solo el sutil roce del faldón roza en sus adolescentes piernas. Cuando su trazo oscuro baja por el musgoso arco de la Puerta cerrada son las ocho de la mañana. Sigilosa toda ella evita dejar huella en esa calzada empedrada aún con el fresco rocío de la noche llena. foto archivo Es una cautiva de su atavío, pero lícito a su voluntad. Ella es esa prisionera eximida de un tiempo pasado con sus grilletes adornados de falso tafetán; inocente de las circunstancias aciagas, porque no tapa desgracias, no hay viruela en su

LA HABITACIÓN FLOTANTE

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Siempre pasaba frente a este edificio de camino a casa. Volvía de la oficina con el ronroneo diario de lo que había sido la agotadora jornada laboral y acercándome al número 4 de la calle Sister, el impulso de mi cuerpo se empezaba a ralentizar. Y aquí, justo aquí, se paraba. Esta inercia ¡paf! me hacía olvidar todo cuanto traía en mi mente. Admiraba las balconadas corridas en el frontal y las contraventanas de madera blanca, su filigrana en las barandillas y ese portal de entrada. Una entrada con un viejo escalón de mármol gastado en su parte central. Era la nota principal del tiempo: miles de pisadas de acceso y salida, de espera en días lluviosos o de fuerte viento de terral. Y un día, ya no pude evitar mirar adentro. Traspasé la enorme puerta de madera y entré en el zaguán. Había unos dibujos infantiles en ambas paredes que me recordaban los de la pastelería que solía frecuentar con mi madre y una puerta acristalada con esquinas caladas y detalles grabad