LA HABITACIÓN FLOTANTE
Siempre pasaba frente a este edificio de camino a casa. Volvía de la oficina con el ronroneo diario de lo que había sido la agotadora jornada laboral y acercándome al número 4 de la calle Sister, el impulso de mi cuerpo se empezaba a ralentizar. Y aquí, justo aquí, se paraba.
Esta inercia ¡paf! me hacía olvidar todo cuanto traía en mi mente. Admiraba las balconadas corridas en el frontal y las contraventanas de madera blanca, su filigrana en las barandillas y ese portal de entrada. Una entrada con un viejo escalón de mármol gastado en su parte central. Era la nota principal del tiempo: miles de pisadas de acceso y salida, de espera en días lluviosos o de fuerte viento de terral. Y un día, ya no pude evitar mirar adentro. Traspasé la enorme puerta de madera y entré en el zaguán. Había unos dibujos infantiles en ambas paredes que me recordaban los de la pastelería que solía frecuentar con mi madre y una puerta acristalada con esquinas caladas y detalles grabados que daba paso a la intimidad del edificio. Esta entrada también era abierta. Delante había un viejo ascensor y una escalera de mármol blanco con un pasamano de hierro pintado a juego. Había un gracioso detalle de madera al comienzo de subir, era un angelote sonriente… Casi podría pensar que al mirarlo me quería contar un secreto. Con esa invitación volví a mi casa.
Siempre pasaba frente a este edificio de camino a casa. Volvía de la oficina con el ronroneo diario de lo que había sido la agotadora jornada laboral y acercándome al número 4 de la calle Sister, el impulso de mi cuerpo se empezaba a ralentizar. Y aquí, justo aquí, se paraba.
Esta inercia ¡paf! me hacía olvidar todo cuanto traía en mi mente. Admiraba las balconadas corridas en el frontal y las contraventanas de madera blanca, su filigrana en las barandillas y ese portal de entrada. Una entrada con un viejo escalón de mármol gastado en su parte central. Era la nota principal del tiempo: miles de pisadas de acceso y salida, de espera en días lluviosos o de fuerte viento de terral. Y un día, ya no pude evitar mirar adentro. Traspasé la enorme puerta de madera y entré en el zaguán. Había unos dibujos infantiles en ambas paredes que me recordaban los de la pastelería que solía frecuentar con mi madre y una puerta acristalada con esquinas caladas y detalles grabados que daba paso a la intimidad del edificio. Esta entrada también era abierta. Delante había un viejo ascensor y una escalera de mármol blanco con un pasamano de hierro pintado a juego. Había un gracioso detalle de madera al comienzo de subir, era un angelote sonriente… Casi podría pensar que al mirarlo me quería contar un secreto. Con esa invitación volví a mi casa.
Pasaron algunos años, años en que la crisis económica dejó mella en mi empresa. Me quedé sin trabajo durante un tiempo hasta que por una suerte casual volví a este portal. Comencé a trabajar en el 4º piso de ese bloque de viviendas de la calle Sister. ¿Qué influjo, reflujo, embrujo me llevó entonces a entrar la primera vez en este zaguán? Porque desde el momento que empecé a trabajar aquí mi vida cambió. A partir de ese instante me vi muy diferente de cómo era. Siempre me había considerado una mujer bastante aburrida, apática, negativa. No sé si fueron las escaleras de mármol, el angelote, las paredes altas de mi lugar de trabajo o las hermosas contraventanas que parecían abrirte al mundo. Alguno, o todos, me habían corrido las cortinas a una vista diferente de mi vida.
foto archivo
Subir y bajar era un pulso divertido y estimulante cada mañana. Siempre subía por las escaleras saludando a ese ángel sonriente. Era divertido encaramarme al trabajo tocando la suave barandilla e ir cliqueando todos los viejos interruptores de luz de cada piso. Pasado el tiempo descubriría que el ascensor (que desde el principio me produjo un gran rechazo) me cambiaría la percepción de la realidad. Este “levantapiés” tenía la madera parecida a los féretros antiguos y con un olor peculiar a medicamento, en cierto modo me producía estremecimiento. Meterme dentro de este cajón era como hacerlo en una vida que agoniza.
Un día me fijé más en él. Algo me atrajo: sus detalles. Su señalización de subida y bajada era media esfera de reloj que marcaba el número de los pisos; después traspasé la cabina y miré dentro de la caja. Entonces vi sus molduras, la lámpara en su interior, su espejo y su silloncito. Una pieza de arte, por donde no había pasado lija por sus maderas, conservaba toda la pátina original. Estaba diseñado para decorar. Un ingenio que subía a personas y que además estaba creado como una antecámara, un pequeño recibidor de una casa. Parecía una habitación flotante. Un capricho muy costoso en su tiempo. Una exclusividad de gente antojadiza que dejaba en los pisos bajos a las personas más menesterosas y como no, a la portera. Un artilugio que pertenecía a esos tiempos en que no se dependía tanto del fluido eléctrico, había gas, incluso carburo y acetileno. Por increíble que pareciera me sorprendió mucho descubrir este noble cajón y, sobre todo, pensar que él era la razón de que existan esos enormes rascacielos y como no, algunas películas de terror. Mi recelo del comienzo estaba más que justificado.
foto archivo
Desde el momento que empecé a utilizar esta habitación elevadora algo inesperado pasaría. Cada vez que entraba y me sentaba en su viejo sillón me sentía que cambiaba. Si entraba triste salía sonriendo, si entraba enfadada con solo abrir su puerta ya cambiaba mi expresión, unas veces bastante y otras menos, me sentía distinta. En su interior frente al espejo, el tiempo era como si fuera hacia delante y otras veces, lo sentía que iba hacia atrás. Había algo mágico. Mi reloj dejaba de hacer tictac. Al principio no me di cuenta, era algo sorprendente, no me lo podía creer. Pasaron los días y establecí un vínculo especial con aquel ascensor.
foto archivo
Después de terminar mi jornada laboral entraba en aquella salita especial y me dejaba llevar. Cada día ocurrían cosas diferentes, veía situaciones inesperadas de toda la gente que había subido y bajado; me había convertido en un testigo de cuántas situaciones puedas imaginar. Vi personas y personajes, animales y animalajes. Escuché de todo. Palabras y palabrerías. Pedos y pedanterías. En su interior se habían tramado divorcios y se habían fraguado sueños de casados. En las paredes podías ver escritos lamentos y sollozos, fechas y fechorías, se escuchaban gritos de alegría, de orgasmos, de miedos y supercherías. A unos les había dado un infarto, a otros una bajada de tensión. Este elevador, que bien podía ser una invención de Arquímedes (“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”) me tenía como hipnotizada. Cuando pulsaba sus botones era como si subiera y parara en un rellano del tiempo. Un día no quise parar y me dejé llevar por un viaje donde me perdí más allá del último piso. La luz se apagó entonces, la media esfera dejó de funcionar y el espejo se esfumó. Me di cuenta entonces que mi rutina y la vida que había llevado no era más que una fase de esa maquinaria imparable del tiempo, recobré mi consciencia y salí de ese SUEÑO. Había estado encerrada en aquella caja a-temporal donde perdí mi reloj de pulsera. No me importaba, al fin era libre, logré adueñarme del secreto que había guardado el inventor dentro de aquella habitación flotante: SUBIR Y PERDER LA NOCIÓN DEL TIEMPO.
¿Lo he soñado, es un dejà vu o una repetición real? Creo haber leído este precioso relato hace tiempo. ¿Estoy equivocado y me estoy volviendo loco o simlemente en un realto parecido a uno anterior? Hasta las imágenes me resultan muy familiares.
ResponderEliminarSea como sea, me ha gustado (o me ha vuelto a gustar) mucho.
Un abrazo.
Hola Josep Mª estás en lo cierto compañero, esta entrada la hice en su momento y ahora la he recuperado, reescribiendo, retomando de nuevo la historia, recreándome otra vez en ella. R que R. Ay es que solo tengo tiempo para eso. Apenas ya escribo, es lo que tiene vivir para el trabajo, sobre todo cuando está a cierta distancia, por eso ya no puedo visitarte. Gracias por la fidelidad. Un abrazo
EliminarSí, como le pasa a Josep María, yo también he leído este relato. Aunque pudiera ser otro que tuviera por protagonista el mismo ascensor y las mismas fotos.
ResponderEliminarComo él, también digo que no me importa. Me ha encantado volver a leerlo y ver las magníficas fotos de un ascensor que ya no existe, pero que existió (o uno muy parecido) en casa de una amiga del colegio.
Un beso.
Hola querida Rosa, siiií, la escribí y dejaste, como siempre, tu comentario. La he cambiado un poquito y por eso la he vuelta a subir. Gracias linda por tus palabras, un aliciente para mantener vivo el blog. Como ya le he dicho a Josep Mª no tengo tiempo para seguiros y de vez en cuando (creo que ya te lo he contado) dejo una impronta para mantenerlo vivo. Un beso
EliminarPrecioso relato, Eme. El diseño de los ascensores es un buen indicador del modo de vida de una época. Antes eran como muy atinadamente has bautizado como habitación flotante. Sus detalles y molduras, su asiento, su lentitud... ¡tan distintos de los modernos y funcionales! Las épocas se suceden, nos dan y nos quitan. La actual tiene cosas buenas, pero sería bueno no perder de vista aquella en la que, por ejemplo, se construyó este ascensor. Fantástico y visual como nos tiene acostumbrados tu estilo. Un fuerte abrazo, Eme!
ResponderEliminarGracias David. La historia está basada en una visita que hice a ese edificio, realmente existe en Málaga. Me inspiró el angelote y el portal, bueno también las ventanas, pero el ascensor no he llegado a verlo, evidentemente si llega a ser así yo creo que hubiera alucinado, ni me imagino el relato, ya sin verlo me fui casi a otra galaxia, jeje... Gracias compañero. Un abrazo
EliminarVaya retrato más bello de estos artilugios que cuando son tan antiguos me producen una extraña sensación de miedo, pero a la vez me atraen por su extraña belleza además retrotraernos a tiempos pasados. En Lisboa y casi seguro que lo conoces, hay un ascensor público que de por sí ya merecería una entrada especial en este espacio de viajes y literatura. Un gran abrazo Eme.
ResponderEliminarAy gracias Miguel, te tengo abandonado, hecho de menos ver los nuevos estrenos de cine. Con respecto a lo que comentas si que conozco es el "Elevador de Santa Justa" que te sube de una parte de la ciudad a otra. Me gustó mucho, el diseño sobre todo, ya lo recogí cuando hablé de Lisboa te dejo el enlace: https://viajeyfotos.blogspot.com/2014/06/lisboa-y-punta-de-piedade.html
EliminarUn abrazo grande!!!
Has escrito un relato precioso, hay pocos edificios que tengan un ascensor tan fantásticos como estos y tan antiguos. Hoy en día se van remodelando los portales y estas viejos portales y ascensores desaparecen .Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Mamen, todo se va perdiendo si que es verdad, solo quedan museos o algunos edificios emblemáticos. Al menos tenemos la imaginación para revivir su interior e ir más allá. Un beso grande
EliminarAy qué relato tan chulo, y al igual que Miguel se me ha venido a la mente el Eleador de Santa Justa.
ResponderEliminarMe ha encantado leerte y qué buena memoria tienen Rosa y Josep María.
Muy muy feliz domingo.
Hooola Gemma, siiii, los dos son dos lectores que a pesar de leer y leer, siempre se acuerdan de muchos detalles. Pero al menos al compartirlo ahora de nuevo lo pueden leer otros compañeras como tú. Me alegro mucho que te haya gustado. Un beso grande
EliminarHola Emerencia, creo que lo escribiste a partir de la foto inicial, me parece que era parte de un reto o algo así, porque leí otros escritos con la misma foto.
ResponderEliminarPero que bueno que nos deleitas de nuevo, los detalles ¿imaginativos o reales? No importa, tu hacer magia con las letras es un regalo que aprecio mucho, te imagino cantarina y feliz escribiendo cada palabra.
Si que sabes disfrutar y hacernos disfrutar a tus lectores, tu alegría es contagiosa.
Ese ascensor es bastante inquietante, despues de la pelicula "The Lift", que la vi siendo muy joven me encantan mucho mas las escaleras, ja, ja, pero hoy me arriesgaría a entrar, tal vez corra tu misma suerte.
Abrazos querida amiga.
Hola Idalia, sí bueno, ¡bueno que memoria tenéis! qué maravilla chica. Sí a partir de una foto que fue la inicial el angelote, parte la historia. Lo de cantarina y feliz ja,ja,ja que bueno. Si que disfruto, lleva su tiempo pero el viaje es muy divertido. Bueno lo de la película me lo apunto, tengo que reconocer que más de una vez lo he pensado y puede resultar claustrofóbico, ni me imagino un ataque de mis bochornos dentro de una ascensor, iiiish... recuerdo a cuatro compañeras que se quedaron en uno y pensaron que se morían de calor, más el agobio y el miedo claro. Abrazos Idalia.
Eliminar¡Hola Eme! Hablas en algunos comentarios que no tienes tiempo. A mí me pasa un poco igual, por eso voy como una hormiguita de blog en blog.
ResponderEliminarEsta vez visito el tuyo, encontrándome con un bonito relato. Nunca pensé que un ascensor se pudiera describir con tanto esmero.
¡Un beso muy fuerte!
Hola Chelo pues ya somos dos con el tiempo chica, ya me tocaba trabajar después de cuatro años, lo malo es que me lleva mucho tiempo en la carretera y apenas tengo vida privada y claro, escribir me está costando concentrarme. Un beso muy fuerte.
Eliminar