LA ADIVINA Y LAS CABEZAS DE CLAVO

Hola. Llevo meses sin publicar nada. Ni por aquí ni por allá. Te regalo una historia que me atrapó todo este tiempo. Estaba ahí y por fin sale. Gracias por esperar, por visitar este blog. Comenta. Te leo.



El tachonado

Una puerta se refuerza con cabezas de clavo

Ante lo vulnerable aumenta su seguridad

Ellos le recuerdan su naturaleza.


Mientras bebe el café de la madrugada piensa sobre el significado de la muerte. Quizás él no haya vivido como debiera. Con la niebla baja todo se le antoja triste en Bastiella. Triste la fábrica. Tristes los edificios. Tristes los autos. Triste la gente. Sus amigos se enfadan con él porque siempre anda serio. Y él se protege en su trabajo sin mucha satisfacción por ello, pero la suficiente para tirar adelante. Cree que es mejor que escuchar a una mujer quejosa y malhumorada. Ernesto acaricia la superficie lisa del tazón mientras piensa en ello. Tal vez ese comportamiento suyo fuera por ser Ernesto García Bernardo, ingeniero de una fábrica agonizante. Rebusca en su memoria. Quiere ver a su mujer por primera vez. Y como ella escondía sus castas manos para que él no viera las uñas oscurecidas por el carbón. 

La rutina reseca y cuartea la piel. Ernesto aguanta. Pero lo hace hasta cuando ya la rutina le revienta. Y decide buscar de nuevo. Alejarse de todo y de todos. Si pudiera se convertiría en barro, de donde nació el primer hombre, y dejar de ser Ernesto, el del metal. Buscará a esa mujer en el valle. Allí no para de llover y es bueno para reconvertirse. 

Ernesto sorbe el café ahuyentando ese recuerdo y fija la mirada en el vetusto techo de vigas. Cien, doscientos años, cuando él solo pasa de los cincuenta. Y desde hace una década visita videntes. Las llama “divinas del tarot”. Conocerlas le llevó a contraer deudas con amigos, cuando ya tenía encima otras: la deuda de la negritud de una fábrica y una losa más dura aún, un inesperado accidente que llevó a otro y que terminaría por hundirlo. Un día tras otro nadie le ve llorar. Y si ocurriera, sería extraño. Él está convencido que no sabe llorar y que tampoco sabrían como consolarle. Ernesto no duerme. Culpa a los sueños y los amenaza con no cerrar los ojos por la noche.

Aquí al viento le dicen Ábrego y sopla templado en un valle al que llaman Cazoviego. Sus ráfagas arrastran la lluvia contra los picachos que le van de cara y las alfombrillas de brezo no tardan en incrustarse de barro en la única taberna que existe en la aldea. Casa Pepa. Donde un sopor soñoliento se mezcla con olores añejos. Café aguado, orujo y tabaco. Las toses agarradas al gaznate y la pesadumbre a los ojos. El cura es de beber licor de castaña con leche y es también el único que da conversación. Por él acaba de saber de la tal Teresa, la adivina.

—Esa mujer es una mezcla de zahorí y curandera. Es un  sacrilegio llamarle adivina —argumenta el párroco—. Sabe, el mal de amores lo sana con un mejunje de hipérico, mosto y fluidos íntimos. —Sorbe acoplando su robusta barbilla al vaso y con los labios blancos prosigue sin vacilación—. Esto no tiene ningún rigor divino. Lo celestial no se encuentra en matojos de río ni en reflejos del agua sino en la entrega del alma a Dios por la grandeza del evangelio. Todo lo demás es superchería. 

Rubén, el cura, viene a un entierro. Pasa de los sesenta y atiende a dieciocho parroquias y a veintitrés cementerios de cincuenta iglesias, de cincuenta aldeas. En otro encuentro que tuvieron hablaron del poder, de la riqueza, de la fama y de su trasfondo de infelicidad.

—Sabe, Ernesto, todo esto en la vida es anecdótico y pintoresco. 

El frente de las casas absorbe cualquier murmullo que pueda haber. Este viento llovedor de octubre alienta a que los hombres se abriguen en la taberna y las mujeres en sus casas, tejen lana, cosen y amasan en el obrador. Las raquíticas luces de las esquinas abrillantan el empedrado de la calle. Solo el golpeteo de una contraventana no trancada rompe el silencio. “Cuidado que trae recelo este viento. Que lo sopla el diablo del sudoeste” le ha dicho el tabernero al salir. El rojizo de las piedras acentúa la penumbra que desafía el paso receloso de Ernesto.

Toca en la puerta pintada de azul enmarcada con arco de piedra. La puerta cede. Frente a una máquina de coser, al paso de la luz de una lámpara de pie, está la modista que no pierde la compostura ante el extraño. Modosa, hinca la aguja en un pantalón. Saca puntadas entre fragmentos de palabras. Es reacia a contar mucho de la adivina Teresa. Ernesto está atento a la danza de su muñeca. Este recato le provoca excitación mientras ella habla del río y de brillos; de una choza con ventanas moradas; y de un manantial de agua que nace de una roca. Por un momento imagina la adivina como un druida con báculo de serpientes entrelazadas. La escena le hace sonreír. La modista deja de coser y clava un par de alfileres en un acerico.

De estar en la aldea no pasa de dos semanas y Ernesto ya siente añoranza. Echa de menos escuchar la pasividad flemática de las voces de las videntes y el venturoso azar de su oficio. Tras el accidente Ernesto se enfrascó en todo lo inexplicable. Acudió a videntes tantas veces que se enfundó en la superstición, manteniendo una estrecha relación pagana que da sentido a su vida.

 « Un hombre debe mantener vínculos si quiere seguir adelante. Dejar atrás las deudas contraídas con la vida. Liberarme de la sensación de deber a todos y a todo. Desquitarme. Quiero librarme de este lastre, de todas las trazas fabriles que me pesan en la sangre. Compensar a mis huesos por el tiempo que me sostienen en pie. Veinte años en la oscuridad que solo dan para tener una prosperidad aparente. Quizás en el fondo también quiera librarme de buscar respuestas; liberarme de esta fiebre que me obliga a buscar y a preguntar a otros por mi vida. Están ahí y son muchos y saben todo sobre la existencia. Seguras ellas de saberlo todo. Si soy culpable de la muerte de otros. De esos mineros. De la familia de esos mineros. De mi propia familia.»

Ernesto supo de ella por ese azar que lo mueve todo. Por un encuentro casual con su amigo Félix. Su mujer tiene familia en esta aldea de Cazoviego y le contó que la adivina ayuda a gente a ver su vida. Quizás la adivina Teresa no es tan divina como él intenta creer.

(sigue en los próximos días)

 

RELATO NARRADO



Comentarios

  1. Un placer encontrar gente nueva con buenas ondas que escriben bien
    Saludos desde Miami

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  2. Quedamos a la espera de los siguientes pasos de Ernesto.
    Buen relato.
    Un abrazo.

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    1. Hola estimado Chema. Gracias. Me alegra que te atrape. Un abrazo

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  3. Por fin has vuelto y lo has hecho por la puerta grande, je, je.
    Un abrazo.

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    1. Hola amigo Josep Mª. Espero seguir despierta. Muchas gracias por estar. Un abrazo

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  4. Gracias Julio David, sí estos protagonistas me secuestraron. Espero que pronto me dejen libre. Un abrazo

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  5. Me quedé con intriga. ¿Podría ayudarlo Teresa?
    Bien contado.

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    1. Hola Demi, disculpa por no contestar antes recién vi tu comentario. Sí, que le ayuda. Pronto lo subiré. Gracias. Un abrazo

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  6. Gertrudis8/1/23

    Durante mucho tiempo he sentido una conexión especial con la medicina herbal. Primero, es natural, Charlie asistió a la misma pequeña universidad en el sur de California, Claremont Men's College, aunque abandonó la escuela para inscribirse en la Juilliard School of Performing Arts en Nueva York. York. Si hubiera estado en Claremont, habría sido senior el año que comencé allí; A menudo pensaba que esa era la razón por la que se había ido cuando descubrió que tenía herpes. Entonces, mi vida fue solitaria todo el día, no podía soportar el dolor del brote, y luego Tasha me presentó al Dr. Itua, quien usa medicamentos a base de hierbas para curar sus dos semanas de consumo. Hago un pedido para él y él lo entrega en mi oficina de correos, luego lo recojo y lo uso durante dos semanas. Todas mis heridas están completamente curadas, no más epidemia. Les digo sinceramente que este hombre es un gran hombre, confío tanto en él en la medicina herbolaria que comparto esto para mostrar mi gratitud y también para que los enfermos sepan que hay esperanza con el Dr. Itua. Centro Herbolario. Correo electrónico de contacto del Dr. Itua.drituaherbalcenter@gmail.com/ www.drituaherbalcenter.com
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