Algo se les pasaba por alto.
Y justo cuando parecía que las cosas iban mejor, ocurrió.
Las calles del barrio
estaban del revés. Todo era tierra, resto de tuberías y fango. Un tránsito de
ruedas pesadas, orugas chirriantes, palas y volquetes se acoplaban al ir y
venir de los obreros que como mineros taladraban el subsuelo. Un aire
nauseabundo imperaba en el ambiente. Tres meses duraban ya aquellas obras del
nuevo alcantarillado. Por momentos resultaban interminables, pero la vecindad
se adaptaba a las circunstancias con resignación. Solo pensaban en los buenos
augurios que se les venían encima: todas esas inundaciones que se iban a
ahorrar. Aquella obra magna era de extrema necesidad. Habían vivido en unas condiciones
sanitarias estancadas en la época prerromana. En pleno siglo veintiuno las
redes de servicio eran acequias de riego y pozos ciegos, todos arcaicos.
Lo que voy a relatar a
continuación le pasó al vecino Jacinto. Él era uno de los residentes más
afectados. Cada vez que había tormenta en el barrio se le anegaba el
apartamento; saliéndole todas las aguas fétidas por el sumidero del plato de
ducha. Pues bien, el vecino Jacinto estaba inmerso en su gratificante menester
diario con las posaderas encajadas en la apertura del trono liberando
vientre, cuando de forma inesperada empieza a escuchar unos ruidos extraños.
«Zchzzs zchzzs, risss,
riss»
Eran raros y muy
inoportunos aquellos sonidos. El vecino Jacinto se encontraba en una situación
aunque no impasible, pero si inmutable en movimientos. De esas veces que
estás inmerso en la coyuntura entre lo que se piensa, se cree y no se puede
hacer por la limitación de las acciones. Vamos, que no se podía mover. Imposible
cambiar de postura. Intentó asomarse al plato de ducha, el origen
terrorífico de sus miedos. De él le separaban unos pocos centímetros y una
liviana mampara de plástico de poliestireno con grabado tipo gota que le
impedía la visión de la salida del desagüe. A riesgo de que el sonido pudiera
salir de allí, el vecino Jacinto se fue inclinando lo que el espacio le
permitía sin mover mucho las posaderas. Comenzó a otear el horizonte de su
escueto y estrecho cuarto de baño. Ni se atrevía a limpiarse el trasero para no
interferir en la atmósfera de suspense que se estaba creando. Miró arriba,
abajo, de nuevo abajo y arriba,.. Y su intuición hizo que la mirada se le fijara nuevamente en
aquella redonda apertura de desagüe como boca de zombi que estaba a punto de atacar, vomitándole.
«Zchzzs
zchzzs, risss, riss, riss»
Al vecino Jacinto todos los sentidos
se le despertaron a la vez. Se conectó en milésimas de segundo con el
inframundo. Confiaba que el más común de sus sentidos no le defraudara. Con los
ojos abiertos de par en par dejó de respirar, abrió las piernas y se quedó mudo
agudizando la escucha con la esperanza de que el ojo ciego le ayudara a ver más
allá. Miró entre el hueco escaso que le dejaban sus dos muslos aplastados
sobre el arco del retrete. Solo alcanzaba a imaginar que ya no podría salir nada de
ese oscuro abismo, pero ante la duda, lanzó su cuerpo hacia delante saliéndose
del punto de apoyo del retrete para mirar con confianza en los bajos fondos del
excusado.
«Zchzzs zchzzs, zchzzs,
risss, riss, riss»
El sonido se había transformado
en raspeos. Aumentaba. Se magnificaba en
su frecuencia. Era chirriante. Los globos oculares, casi a la deriva del párpado inferior, le
lanzaron a coger el cubo de la fregona. Con la mala pata que al ser rehén de sus
calzoncillos bóxer, tropezó y cayó de cabeza contra la puerta. Se compuso de un
salto. No estaba la cosa para el perder el tiempo. Colocó el cubo encima del desagüe, aplastando el aliento de aquel
oscuro sumidero zumbítico. Con la misma inercia tapó el lavabo, cerró el
trono y apretó fuertemente el botón de la cisterna. Ya no había apertura que
pudiese seducir a ningún ente extraño. Inhaló aire varias veces. Buscó el rollo de papel y cuando procedía a limpiarse….
«Zchzzs zchzzs, zchzzs,
zchzzs, risss, riss, riss, riss»
El vecino Jacinto atravesó corriendo el dintel de la puerta del baño. Colocándose
detrás de ella con su oído derecho en alerta. Intentaba descifrar aquellos sonidos chirriantes ¿De dónde podían salir? Empezaba a sentir su
musculatura crispada. Un escalofrío le recorría por la espalda. Ese “rasqueo”
estaba dentro de su casa como si transitara por toda la pared. Si Jacinto se movía, el sonido desaparecía. Y esto le estaba poniendo bastante más
tenso. Debía ir paso a paso. Volver al punto de partida y entrar al
baño. Se acercó a los grifos del lavabo, luego al grifo doble de la ducha. Y era
allí donde se escuchaba más fuerte. De repente, unas largas antenas filiformes
empezaron a salir del mínimo espacio existente entre las roscas del grifo y el
azulejo. Los finos cuernecillos arrastraron el resto del cuerpo: cabeza,
élitros y abdomen; cayendo al plato de ducha.
«Zchzzs zchzzs, zchzzs,
zchzzs, risss, riss, riss, riss»
Y como si de los mosqueteros se trataran, con impetuosa decisión empezaron
a caer una, y otra, y otra.... El vecino Jacinto dio un salto descomunal al
verse invadido, en aquel mínimo espacio de setenta por setenta, por aquel
ejército nauseabundo. Salió de allí dándole patadas al suelo, creía sentir que
le subían por todo el cuerpo. Gritaba y gritaba. Esta vez fue tan escandaloso
que alertó al resto de la vecindad. El tropel de curianas empezó a brotar por
aquella mínima grieta de la pared. Correteaban subiendo y bajando. Resbalándose
por los azulejos saltaban del plato de ducha al suelo. Era cuestión de
segundos. El vecino Jacinto se armó hasta los dientes y comenzó a propinar mamporrazos a diestro y siniestro, con las zapatillas, con la escoba. No dejaba de pisar
aquellos cuerpos crujientes. Y ante el miedo de que salieran más, fue en busca de
ajos y laurel. Les tiró todo cuánto tenía. Luego, cogió el bote de vinagre y lo vació sobre aquellas inmundas criaturas. Y por último, el primer “antibichos” que encontró en los armarios. Fulminadas quedaron las que pilló por delante.
Todas patas arriba repartidas por el baño. Respiró triunfal. Y con la
tranquilidad que ahora requería el momento, el buen Jacinto barrió de la escena
del crimen todos aquellos cadáveres y restos machacados de antenas, patas, alas,
hojas y dientes. Enfrascado estaba en el plató de la batalla, cuando…
«Zchzzs zchzzs, zchzzs,
zchzzs, risss, riss, riss, riss»
¡¡Empezaron a salir más cucarachas bajo el aplique de la lamparilla
del baño!! ¡No se lo podía creer! El insecticida las había desviado de un
conducto a otro tras los azulejos. Se movían hacia la luz. Salían por cada
resquicio, hueco o raja que hubiese libre, por muy estrechos que fuesen. Y vuelta
a empezar. El vecino Jacinto así estuvo hasta que acabó de escuchar aquel ruido espantoso y
maléfico.
Esa noche no durmió. Quedó vigilante, ante lo que podía acontecer
con tanto insecto suelto tras las paredes y en el suelo de su casa. Todas las cucarachas del subsuelo al destruíseles sus madrigueras se habían refugiado en los huecos de aire, tras las paredes. El vecino
Jacinto se parapetó en su cocina. Ya con solo pensarlo le daba grima imaginar
la cantidad de bacterias y patógenos humanos que debían de llevar en sus cuerpos
aquellas asquerosas criaturas tras el abandono de las alcantarillas. Habían
salido de esas cloacas prehistóricas y a sabiendas, los virus que podían
trasmitirle ahora. Se sentó y quedó vigilante a cada sonido, ruido o siseo que
escuchara. Se armó con el palo de la fregona por lanza y el bote insecticida
como escudo. Le apaciguaba saber que estos insectos tenían memoria a
largo plazo y por tanto, si él conseguía eliminarlas del todo, las
sobrevivientes ya no aparecieran más por allí, conociendo la lucha
encarnizada que les esperaba.
Al día siguiente, ya más tranquilo, Jacinto compró un cebo azucarado, ideal para ellas. Despejó los conductos de restos de antenas y alas, y los selló
con silicona. De este modo, las seguiría traicionando por atreverse a
perturbarle su momento más sagrado del día: el del trono. Se sonríó triunfante.
De cagarla otra vez de esta modo, y en estas circunstancias, ningún bicho más se le iba
a escapar.
«Zchzzs, risss»
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Me animará a seguir escribiendo
y narrando las historias.
Una pasada. Imaginar lo que cuentas es troncharse de la risa, pero claro, menos el vecino Jacinto :-), que estará en un sinvivir
ResponderEliminarAy, qué plagas hay... Un abrazo
HOla Alba, jaja, era lo que pretendía dar risa por la situación, suspense y por que no, asquito. Al menso es lo que me producen a mí. Un besote
EliminarHas conseguido ponerme de los nervios y divertirme al mismo tiempo.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un abrazo.
Graciasssss Chema, entonces pues ¡objetivo conseguido! Pues el vídeo lleva efectos sonoros, ha sido la leche. El miércoles lo subo. Un abrazote
EliminarAy pobre Jacinto. Me pasa como a Macondo, me he divertido pero a la vez me he puesto nerviosa.
ResponderEliminarEnhorabuena por un relato tan original y escatológico, jejejeje.
Ooooh Gemma, ¿porqué? es como la vida misma cacotas y cucas en sinfonía nocturna jjajajajaa. Gracias linda, un besote.
EliminarCaramba, Eme, que yo no solo padezco de aracnofobia sino también de blatofobia. Por cierto, desconocía el término curana; lo he tenido que buscar en la wikipedia, je,je.
ResponderEliminarInteresante y muy priginal esta historia que me ha recordado mi adolescencia, cuando, estando mis padres de vacacines, me quedé solo en casa y al volver, por la noche, me encontré el piso invadido de cucarachas. Y es que en el apartamento colidante al nuestro, pared con pared, y que había estado vacío durante meses, estaban haciendo obras para reformarlo y volverlo a alquilar, y de un agujero en la pared que sin querer habían abierto los albañiles, pasaron esos okupas al nuestro, con nocturnidad y alevosía, supuestamente en busca de alimento. Me pasé casi toda la noche blandiendo una escoba y espachurrándolas a todas. Tuvo que pasar mucho tiempo para evitar, al entrar en casa de noche, mirar a diestro y siniestro en busca de esas asquerosas cucarachas, ja,ja,ja.
Volviendo a tu relato, que es de lo que se trata, me ha encantado la detallada descripción de los hechos y el sentido del humor con que los has "rellenado".
Un abrazo.
P.D.- En tu anterior entrada te dejé un comentario que posiblemnete no has visto. No te o digo ara que te sientas obligada a contestarlo, simplemente quiero que sepas que sigo siguiéndote, je,je.
Hola amigo mío, pues entonces has visto magnificadas las escenas jeje, qué bueno que al menos el humor escatológico te haya impedido salir "por patas" de la lectura. Anda, pues ya pasé a contestarte, si es verdad que lo tenía olvidado jeje, pero he compensado todo el tiempo perdido porque he einvadido tu casa bloguera y me lo he pasado en grande. Muchas gracias por seguirme. Esto ha cambiado mucho, si no sigues, no te siguen. Pero es que mi etapa de narradora y escritora de relatos me absorbe totalmente. Ahora ando medio andando con una participación para esta convocatoria del tintero (ese personaje que no está) un cuento de navidad y un relato erótico que no se por donde va a salir. La cabeza no da pá má. No es excusa es solo que ando en orbita hacia un mundo desconocido. Un abrazo fuerte y muchas gracias por estar amigo mío.
EliminarHola Eme,
ResponderEliminarCon esto se ríe hasta el más triste humano (aunque a Jacinto) en este caso también le pasan de todas como algunos cuentos de Chema.
Aún voy con la sonrisa de oreja oreja.
Abrazos con cariño y Bo Nadal !!!
Hola Joaquín, justo ahora vengo de perderme en el erotismo de tu página. Me alegro que sea así, humor escatológico jejee. Un abrazo
EliminarHola, Emerencia
ResponderEliminarTienes el ingenio y el don para escribir relatos.
Me ha dejado partida de risa! Es un relato divertido y plagado de humor.
¡Qué travesía la de Jacinto con esas odiosas cucarachas llegan a aparecer en diferentes rincones!
Me ha encantado!
Hola Jessy, halagada quedo compañera. Sí, menos mal que has visto el humor eso es que no eres muy fóbica con estos insectos, porque otra gente sale por patas con solo imaginárselos. Uy, qué bien me has hecho feliz. Muchas gracias, besotes.
EliminarUn relato con mucho humor y asquito por los bichitos. Llevo u tiempo sin leer nada, ni visitar blogs. Espero poder recuperarme y visitaros como merecéis. Un abrazo.
ResponderEliminarAmiga Mamen, tú siempre estarás aquí presente aunque no vengas, formas parte de este blog, tú y todos los amigos blogueros que a los largo de casi ya siete años hemos ido conformando viajeyfotos. Solo desearte que te recuperes. Un abrazo grande
Eliminar¡Hola, Eme! ¡Arg!!! ¡No soporto estos bichos! De hecho, ni siquiera ese crac que se escucha al pisarlos o darles un escobazo, así que no puedo ni imaginarme en una situación así en la que, además, has sabido colocar a nuestro Jacinto en la situación en la que estamos más indefensos. Afortunadamente, la desternillante narración nos ha aliviado, en el sentido de la tensión de la escena se entiende, je, je, je...
ResponderEliminarCreo que dentro de todas esas fobias raras que ahí, existe una del retrete, con ese miedo a que algo salga de ese agujero. Divertido y estupendísimo relato. Un abrazo!!
Hola David, yo tampoc y el pisarlas me dan escalofríos. Me alegra que te hayas divertido con este humor escatológico. Síii lo he comentado anteriormente Me imagino que estaría relacionado con la adolescencia de esas veces que tienes la mestruación e imaginas que hay algo que sale del agujero del retrete. Es una imagen que me acompañado durante años, como con tiburón, Jeje. Un abrazo grande.
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