LA REDONDA LOZANA
¿Qué puedo hacer cuando
alguien te dice que eres Lozana? Y no te
engañes, no soy prostituta ni alcahueta; ni tengo rostro de gata ni melena
larga. Es por mis redondeces, por el equilibrio perfecto conseguido entre el
volumen y la forma de sostener mis senos. Otras veces él, mi amante, me susurra
que soy la Juliette del Marqués de Sade porque respondo complaciente al
claustro de sus deseos. En este caso no sé qué pensar, porque de monja solo
tengo a mi tía Isabel de las Clarisas ¿Cómo puedes frenarte ante tales halagos
amorosos, si hasta suenan a libro?
Este amor
es de reventar costuras, no solo por mi suculenta apariencia, es que no existe
pudor en nuestra relación. Me rindo a este ardor con entera libertad y dejo que
él, mi joven amante, alto y cargado de espalda, me devore entera. Por mucha
piel mía que bese nunca se le reseca la boca. El tiempo no existe en sus labios
y nos mordemos las ansias sin mesura.
Nutrida
de tiempo he ido engordando con esa constancia de lirón cuando llena de
provisiones su guarida. La mujer redonda me dejo llamar. Olorosa y contorneada.
“Lo deforme sirve para enaltecer la nobleza” así lo decía San Agustín. Soy una despampanante
llama cálida, con el cuerpo de una de esas tres Gracias de Rubens y con el
volumen gozoso de Botero. Puede que mis piernas ya no soporten los kilos que he
ganado tras una vida desgajada; tal vez debería haberme dedicado a tocar el
oboe, seguro que hubiera sido brutal. Pero no, he caído rendida al placer de la
comida y me sacio en ella. Soy la que soy. La redonda Lozana. El aroma dulce de
cerezas al vino con jamón curado.
A Mario,
mi amante apolíneo, lo conocí en un acto de desesperación. Yo buscaba por
enésima vez la dieta perfecta, aquella que volviera a dejarme tocar algún hueso
y verme una sola forma estrecha, aunque fuese la cintura escapular. Mario en aquel tiempo era repartidor a domicilio y tocó mi puerta. Más de un año estuve con esa dieta
milagro, el mismo tiempo que Mario traía cada mes ese preparado biótico. Nos
fuimos conociendo poco a poco. Para él la soledad era necesaria para tomar
decisiones en su vida. Y fue conmigo con quién compartió esa constancia del
aislamiento. Por entonces yo tenía mucha fe en los dioses para evitar así
perder la esperanza en la vida ¡Qué maravillosos locos giros de aguja da el
destino! Ahora, dice Mario, que su diosa soy yo. Se bebe un Bloody Mery para adorarme y hacer el amor conmigo. Lo que son las
cosas. También afirma que mi cuerpo es único, que hay tanto donde aferrarse que se rinde a él. Y le da tanta lascivia hacerme el amor como verme comer. No hay ternura
más inexplicable.
—Pongamos
orden al placer, Lozana, así gozaremos mejor —me dice bajito cuando nos
achuchamos —abre tu sonrisa dulce y prometedora. Mírame con tus ojos de ámbar y
que tus pechos tiemblen como flanes.
En ese
instante es cuando ya me rindo al vacío, el lugar donde todo se siente. Yo hago
malabarismos con mis ojos en su boca con ganas de tragarme su aliento.
Tras confitarme
los oídos, Mario se ríe y a mí se me carameliza la piel. Los primeros besos
comienzan al pesto, pero cuando nuestras lenguas se juntan, se aprietan y se
chupan en un remolino de saliva, entonces es dulce de leche. Cualquier sílaba se
filtra por mis dientes en un silbido. El pecho me golpea respirando sus jadeos.
Siento vértigo. Él queda con un aroma picante sabor a
jalapeños; espero impaciente que le ardan sus
huellas en mi redondo cuerpo y lo penetre por todos sus rincones.
Completamente encendido, Mario me coge las piernas, rollizas y bien torneadas, hace varias
respiraciones. Y acostándose boca abajo, coloca su cabeza entre mis muslos;
hunde su cara hasta besarme el sexo. Hay una sed de fuego. Su lengua va más
allá de ese volcán sabor a regaliz, alternándose así mis jadeos con sus escarceos
en la santa sede del placer. Devora mi caudal de ambrosía, se embriaga con él,
dando vigorosos golpes con su trasero en la cama; se para, apenas unos segundos para respirar y contemplar la satisfacción dulcificada en mi rostro.
—Qué
hermosa eres, Lozana, ¡oh, San Adrián del Besós! Cada delicioso centímetro tuyo es una perdición. Quiero morirme ahora,
ángel mío, en esta tarta de queso y avellanas.
Yo me
doy la vuelta. Él me acaricia con diligencia la redondez de mis
glúteos. Los aprieta y me penetra con su verbo eclipsando mi vientre; latiéndome
el cuerpo con la efervescencia del vino y el queso parmesano. Luego, me vuelve
con su ardiente de chile y yema quemada y me masturba hasta que el botón del clítoris
salta como un guisante entre beicon y cebolletas.
El arte de hacer el amor es saborear el placer
con todos los sentidos. Yo engaño a la naturaleza liberándome así de los
prejuicios y saciándome con los más ricos platos eróticos.
—Comamos
—le digo— que la piel tiene memoria y el estómago tiene un vacío. Amor hay que
recuperar todo lo que se ha perdido.
—Sí,
claro, comamos Roberta. Nunca se debe ayunar entre placeres.
Es
cuando me llama por mi nombre, cuando se desvía su atención a mis cualidades
culinarias.
Mario es
de nariz reprimida y boca ansiosa. No ha sido difícil aficionarlo a redimirse
al placer de comer. Y comemos desnudos los dos. Retornan las fuerzas necesarias
para volver a empezar; complaciendo así, al límite, a todos los sentidos. Cerramos
los ojos a unas Costillas a la miel y mostaza; las devoramos, devotos a la
carne, hasta dejar los huesecillos secos. Nos chupamos los dedos, uno a uno,
primero el índice hasta llegar al anular. Luego él mete su dedo gordo en mi
boca haciéndolo girar, frotándolo en mis labios. Yo correspondo embriagándolo con un plato crecido en aromas a
vainilla y fragancias de trufa. En este éxtasis de sabores, a Mario se le
despiertan caricias traviesas que derriten el cremoso helado. Es cuando yo le sorbo el
sudor de su joven cuerpo de Apolo.
Comernos
desnudos se ha convertido en nuestra lujuria desinhibida. Después nos liamos en
mantas, toallas, lo primero que alcanza nuestra vista. Él se ríe enseñando sus
dientes llenos de tirillas de carne y yo, le sonrío con un hilillo de chocolate derramándoseme
por la comisura de los labios.
Si aún no has visitado mi CANAL DE YOUTUBE de relatos cortos te animo a hacerlo.
SI te gusta, SUSCRIBETE, El enlace al canal te lo dejo aquí:
Me animará a seguir escribiendo y narrando las historias.
Otros relatos eróticos:
Ser rolliza puede ser la maravillosa experiencia soñada para un hombre. Eso de "tener donde agarrarse" es una tendencia muy extendida. Si Roberta está oronda, lozana y se mantiene sana, pues que disfruten mucho.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola ALba, gracias compañera. Y tanto que lo hace, anda en una bacanal con Mario. Un abrazote
EliminarMás vale tener que desear. Dí que sí, Roberta.
ResponderEliminarMe ha encantado esa sensualidad repleta de sentido del humor.
Un abrazo.
Hola Chema, ay pues como me alegra que hayas descuberto ese punto de humor y erotismo. Muchas gracias por la visita. Abrazos y feliz semana.
EliminarRendida a tus pies me has dejado, Eme. Me encanta cómo combinas la lujuria con la lascivia. Un precioso cuento erótico lleno de aromas gastronómicos. Para hacerse la boca agua.
ResponderEliminarUn beso.
Gualaaaa, qué bueno. Un placer inmenso entonces, si te ha seducido esta historia de redondeses y exuberancia con Roberta, la sabrosa puerta del erotismo con ambrosía. Muchas gracias amiga Rosa.
EliminarExtraordinaria forma de llevarnos por el camino sensual de una manera humana llena de humor y cargada lujuria que hace que el lector entre en pánico de tener sed...
ResponderEliminarMagnífico, Emerencia !!!
Abrazos des mi costa meiga.
Hola Joaquín, jejeje, que bueno lo del vaso de agua, ay pues muchas gracias compañero, quedo halagada. Me alegra que te haya gustado. Me supongo que la costa meiga y el apellido es por esa tierra gallega estupenda. Un abrazo
Eliminar¡Por San Adrián del Besos, qué locura de sexo gastronómico!, ja,ja,ja. Eres única ideando situaciones y personajes fuera de lo común. Este relato erótico no tiene desperdicio. Se habla del erotismo del poder, pero el del llantar, combinado con el del sexo puro y duro, no tiene parangón. La mesa y la cama tienen mucho en común, ja,ja,ja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jajaja y que me dices ese guiño a la tierra catalana jajaja. Tus comentarios Josep Mª son la leche, leche merengada se entiende, con chocolate a la almendra y guindas con miel. Ya puedes quedar empachado pá toó el día. Muchas gracias. Ha sido divertida esta Roberta, pero sobre todo esa sensualidad de las mujere gorditas, mucha de ellas discrimnadas por serlo. El deseo y el gozo no está reñido con el peso y las ganas de llantar. Muchas gracias amigo, feliz martes. Un fuerte abrazo y salud.
EliminarHola.
ResponderEliminarPues ser oronda también es maravilloso, claro que sí.
Qué bien has escrito esta historia, has combinado erotismo, sentido del humor y dotes culinarias.
Feliz día.
Hola Gemma!!! qué alegría amiga. Es mi particular guiño erótico. Cada relato que hago de este género, su protagonista es siempre alguien discriminado bine por enferemedad, apariencia o disminución sensorial. Esta vez a la orondez, la obesidad. Sensualidad y sensibilidad, gozo y placer, por mucho peso que se tenga. Y encontrar ese amante con espaldas y apariencia de Apolo para hacerte las delicias. Muchas gracias. Feliz día.
EliminarWuauuu me ha encantado tu relato con cuanta maestria y es que lo has aderezado con dosis de humor y sensualidad. Me he quedado flipando, de verdad.
ResponderEliminar"Este amor es de reventar costuras" que buena expresión, que la puedes llevar al humor o al tema erótico. Increíble. O la frase "El tiempo no existe en sus labios y nos mordemos las ansias sin mesura." Me parece una Maravilla. Me dejas KAO. Y así otras más frases que me han encantado. Confitarme los oidos, caramelizar la piel...
Mira mejor no sigo, todo en su conjunto.
Un aplauso con admiración. Y un placer volver a leerte.
Sabes? Me ha hecho mucha ilusion verte otra vez en mi blog. Muchas gracias por volver.
Un beso enorme.