HEDY LA INVENTORA




 

Su madre siempre pensó que debió de nacer niño cuando con cinco años la vio tirar las muñecas. No comprendía que montase y desmontase cualquier aparato que estuviera a su alcance. O que prefiriera romper tranvías para ver cómo funcionaban. Su hija creció y se convirtió en una inventora que cambió el mundo de las telecomunicaciones. Transformó el suyo y el nuestro actual. Algo que su madre nunca alcanzaría a imaginar. Sin embargo la fama llegaría a Hedy como estrella de cine no por ser una joven superdotada inventora. Este, el que a continuación describo, es un momento clave de su historia. Podemos imaginar que ocurrió así, como si estuviéramos en una película autobiográfica. 

Se abre el telón y aparece ella.

«Odio los convencionalismos». Se le escucha murmurar.

Con sus veintisiete años está de pie. La silueta se le recorta en la pared. Posee una fina cintura y sobre el brazo, lleva un abrigo oscuro, de esos con cuello y puños de auténtico visón pardo. Acomoda la pieza de lana con cuidado. Esconde algo. Le brilla un hermoso collar de tres vueltas con perlas grises. Lo lleva pegado a su largo cuello; el cual sostiene una hermosa cabeza con melena oscura bucleada que encaja un enorme sombrero alado rematado en un fino halo de convicción. Lleva zapatos de tacón de aguja y bolso estilo cartera. Un brillo glamuroso de perfume la envuelve, quizás de Rosa de grasse y vainilla. Tiene un hechizo en sus ojos conseguido con una máscara de pestañina delicadamente extendida en una mirada enigmática y desafiante. No lleva teléfono móvil ni WhatsApp para entretener su espera porque es 1941.

Mientras aguarda a que la reciban, Hedy piensa que esa belleza y este glamour suyo se están convirtiendo en una maldición. Está convencida de que cualquier mujer podría ser glamurosa con solo quedarse quieta y parecer idiota. Se siente ridícula cuando usa belladona para dilatar sus pupilas y resultar así más atractiva en la pantalla, pero también sabe que el ser famosa puede ayudarla a conseguir sus propósitos. Aunque no para de rodar películas, lo que le importa ahora verdaderamente es su proyecto, su invento. Ha pasado mucho tiempo trabajando en sus maquetas de ingeniería. Y ha llegado la hora de darlas a conocer.


Un viejo carcamal con traje convencional de oficinista no le quita la vista de encima a Hedy. Comprueba que su bisoñé está en la posición correcta: a dos dedos de la ceja y tapando sus escasas patillas.

—Puede esperar usted ahí todo lo que quiera, señorita. El director, ya se lo he dicho antes, no le atenderá. Vuelva otro día.

—Señora, si no le importa. Lo que traigo no puede esperar —se le acerca al oficinista dando un sutil puntapié a la pata de la mesa. Saca un portafolio atado de debajo de su abrigo y prosigue—. Nuestro país entrará en la guerra ¿No lee los periódicos? Esto que traigo, puede contribuir a paliar la derrota inminente del ejército inglés en Europa. Un logro que se conseguirá gracias al uso que hagan nuestros soldados de este invento. 

—Dígame de qué se trata —dice el oficinista mientras le señala una silla.

—Debo hablar con el Sr. Lampier para la patente —insiste ella mientras se sienta despacio con el torso erguido.

La joven mira desafiante a su interlocutor. Al mismo tiempo controla el despacho que está al fondo del pasillo. Ve la sombra de un hombre moviéndose de un lado a otro tras la puerta de madera con cristales biselados. El oficinista que se percata de ello, interviene.

—Está ocupado. Puede dejarme usted el portafolio. Yo se lo pasaré al señor Lampier en cuanto termine de su reunión.

—Lo siento, seré yo quién se lo enseñe al director. Esperaré.

Se apresura a contestar mientras deja el portafolio sobre sus rodillas. Abre el cierre metálico de su cartera y saca una larga boquilla, colocando un cigarrillo en el extremo de su arrogancia.

—¿Es un invento?... Claro que sí ¿Y me imagino que quiere la patente? —dice el oficinista que se le acerca con un mechero cliqueando varias veces. La llama se le resiste en su mano temblorosa.

—¿Qué otra cosa puede conseguirse aquí? —contesta ella visiblemente contrariada.

La joven se separa de él recobrando su compostura de mujer elegante y sofisticada. Aleja su cabeza de esa corbata manchada de un sudor amarillento. La papada del oficinista desprende un olor a queso roquefort.

—Y dígame señorita, ¿de qué trata el invento? —pregunta el viejo mientras se reclina en su silla de madera juntando sus dos manos y tocando con los dedos su escasa barbilla.

—Sirve para llevar a cabo la comunicación a distancia.., sin cables —responde ella dejando marcada una huella rojo carmín de labios en la boquilla. 

—Eso seguro que ya estará inventado. Sabe, su cara, su rostro me es familiar, —le sonríe con sorna— ¡Claro! ¿Usted no es? —ahora ríe con más descaro asomándole unos dientes incisivos como aletas de natación.

Ella le lanza una mirada inquisitiva. Tiene las pantorrillas juntas, perfectamente alineadas, y con una leve inclinación. Aspira encajando el rictus y dirige una larga bocanada de humo hacia la cara del oficinista.

—Sí. La que salió desnuda por la campiña en una película  —contesta seria, sin atisbo de arruga en su rostro, con las pestañas lanzadas hacia arriba destacando las arcadas de sus finas cejas y las ventanas de la nariz abiertas de par en par.

—¿Y pretende que me crea que es usted inventora?

—Sí, y también la primera mujer en salir desnuda en el cine —responde levantándose de la silla. El director acaba de abrir la puerta. Ella coge su portafolio y mira desafiante al oficinista— ¿Su imaginación solo da para eso? Se puede ser guapa y, además inteligente, sabe.


—¡Señorita Lamarr! Hedy Lamarr —el director le sale al paso parodiando un saludo de cine— ¡Qué alegría verla aquí! Siento no haberle podido atender antes. Si me permite, espere un segundo —sonríe con el dedo índice alzado y se dirige al viejo oficinista que no ha dejado de mirarle las pantorrillas a ella. —Sr. Pug, dígale a Úrsula que nos traiga un par de cafés a mi despacho.

La indiferente orden del director cae sobre la cara del Sr. Pug, haciéndole recobrar de nuevo su posición en la mesa, la de ese leal oficinista de setenta años cabales. El brazo izquierdo del director se ahueca en la cintura de Hedy mientras le acompaña al despacho. 

—Espero que no le habrá molestado el Sr. Pug. Es un poco retrogrado. No está hecho para recibir inventos de mujeres —lo dice mientras abre la puerta de su despacho y ofrece asiento a Hedy en una de las sillas frente a su mesa.

—Es una pena que solo se haya preocupado en su vida de tener más pelo que cerebro. Si no le importa Sr. Lampier, me llama por mi nombre de casada, Señora Markey, o si lo prefiere, Hedy Kiesler Markey.

—¡Ah el apellido de su padre! debió de ser un gran banquero, Emil Kiesler ¿no? Cómo no iba a tener una hija tan hermosa y famosa. Si hubiera vivido su familia aquí en Estados Unidos, hubiéramos sido grandes amigos, de eso estoy seguro —alardea mientras que Hedy ignora el comentario.

Ella se acomoda quitándose el abrigo. Él le ayuda y suelta la prenda sobre un sofá Chester abotonado, colocado en un lateral del despacho. En ese instante entra la secretaria con dos cafés en una bandeja. La coloca sobre la mesa. Uno de los cafés, la secretaria se lo ofrece el director y mira a Hedy recalando en toda su fisonomía.

—Gracias Úrsula ya puede retirarse —la secretaria abnegada desaparece tras la puerta y el director ofrece el café a Hedy— Como le decía…

—Si le parece, Sr. Lampier, hablemos de mi invento —interrumpe incómoda Hedy tras calentar su mano con la taza y soltarla de nuevo sobre la bandeja—. Quiero registrar la solicitud de la patente de mi invento.

—Pssiii… claro, pero…. Bueno cuénteme.

—Como ya le escribí y le dije por teléfono, se trata de un sistema secreto de comunicación aplicable al control remoto de misiles teledirigidos —la expresión interrogante de su interlocutor hace que precise en los detalles—. La transmisión se lleva a cabo en un espectro ensanchado por salto de frecuencia, esto significa que los mensajes desde el receptor se fraccionan en pequeñas partes y cada una se transferirá secuencialmente, cambiando de frecuencia, o sea cambiando de canales.

El Sr. Lampier sonríe con cara de papanatas. Hedy tiene la sensación de que no le escucha o no entiende nada de lo que dice. Se le acerca entonces abriendo el portafolio sobre la mesa y mostrándole su contenido. Señala con sus cuidadas uñas rojas una serie de figuras que aparecen en dos hojas y prosigue con su explicación.

—Es una estación trasmisora que logrará transferir ondas portadoras de una pluralidad de frecuencias. De esta forma no será tan fácil conseguir saber quién es el emisor y, por tanto, de detectar y rastrear un misil teledirigido. Cualquier intruso que intente interceptar la señal no podrá descubrirla, escuchará solo un ruido extraño. Este invento se podría emplear también para la transmisión de sonidos y mensajes hablados y escritos en el futuro.

«La recepción de las señales de radio por entonces, se veía continuamente afectada por las interferencias, como la meteorología y los accidentes geográficos. Por no hablar de todas las reflexiones luminosas que se dan en las capas de la atmósfera y que también interrumpían en aquellos tiempos las señales. Su sistema era inmune a todo esto. Sabía que era un maravilloso avance tecnológico. Lo que nunca supo Hedy es que ha llegado a nuestros días como el conocido wifi. Ahora gracias a este invento podemos conectarnos a una red sin necesidad de cables. Y gracias a ella el mundo actual está interconectado.

—Perdone ¿Y está usted convencida de que su invento podría ayudar a nuestro país? —sonríe escéptico—. Señorita me parece absurdo lo que cuenta. Se adelanta a los acontecimientos; pronostica algo cuando todavía no hemos ingresado en el conflicto bélico. Y, además, nuestros militares estarán más ocupados en ganar la guerra que en probar nuevos aparatos ¿no le parece? —se levanta y se le acerca—. Le aconsejo señorita que se cuide por sobrevivir si entramos en guerra y no morir frente a esos odiosos alemanes. Por cierto, creo que su primer marido es nazi ¿no? Seguro que si él muere no será una gran pérdida, siendo usted… judía. El arte de ese malnacido para fabricar y vender armas a Hitler y Mussolini tal vez le haya inspirado a usted para este juguete que me trae ¿Estoy o no en lo cierto, señorita Lamarr?

—No temo a la muerte Sr. Lampier, en realidad, no temo a nada, y mucho menos a las cosas que no comprendo. Cuando empiezo a pensar en eso, sabe usted, me dan un masaje y se acaba el problema. Olvidaré su comentario improcedente Sr. Lampier —dice furiosa, pero se arrepiente inmediatamente, no va a ponerse en evidencia frente a ese patán—. Será mejor que vuelva mañana y entonces, registrará usted la patente.

—Este oficio señorita tiene sus reglas y… —cambia su tono cuando advierte la mirada penetrante de Hedy—. Claro, espero verla pronto por aquí.

Hedy se levanta altiva. Sale del despacho. Pero regresa de nuevo a coger su abrigo. Su mirada clara se le ha vuelta tan oscura como la prenda que lleva en el brazo. Su aliento se queda reprimido. Y el portafolio, otra vez, apretado bajo la manga. Un lance más en su dignidad ya herida.


En esta mujer hay presente un compromiso que va más allá de las repercusiones bélicas. Su pensamiento está amarrado, igual que su portafolio, a un secreto orgullo de pertenencia a Europa, a orillas del Danubio, a su cuna judía. Y es una mezcla entre temor y vértigo.

Hedwig Eva María, conocida como Hedy, no paró en su empeño y lo consiguió.



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Comentarios

  1. Increíble y cierto. Me parece una mujer que rescatas con más méritos de los que parece. Una interesante y didáctica entrada.

    Un Gusto leer esta entrevista, tal vez exacta. Un abrazo

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    1. Hola Alba, gracias, bueno fue una mujer que traspasó barreras y sobrevivió en un mundo que debías ser glamurosa, cuando no era su condición. Pero explotó su belleza con mejor o peor acierto aunque su cabeza estaba más con la ingeniería. Gracis por la lectura siempre, un abrazo.

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  2. Hola Eme! Hace muy poco conocí esta veta de la actriz y quede asombradisima.
    Perfecto tu relato!!! Todo un placer leerte.

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    1. HOla Buhita, si efectivamente era muy desconocida esta faceta suya pero por mucha gente. Como actriz nunca fue muy destacable, excepto por su belleza, pero escondía este secreto, una mente prodigioaa, bastante inteligente. Escapó de su marido por que la mantenía encerrada en la casa. Era la época de sus primeras películas. Muchas gracias por la lectura. Un abrazo.

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  3. Muy interesante.
    Un abrazo.

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  4. Parecía que estaba leyendo una novela, tal es la calidad narrativa de este relato. Y además me has ilustrado muchísimo, pues ignoraba por completo la faceta de inventora de "alto nivel" de esta famosísima actriz.
    Me ha encantado.
    Un abrazo.

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    1. hola Josep Mª bueno, bueno que generoso te leo hoy, muchas gracias, qué subidón. Me alegra que hayas descubierto algo más de esta mujer y su mente prodigiosa. Un abrazo

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  5. ¡Hola, Eme! Empecé el relato como una obra de ficción y lo acabé yendo a la wikipedia para conocer un poquito más la historia de Hedy. ¡Y qué historia! Al ver la foto la reconocí de la película de Sansón y Dalila, de hecho la recordaba porque en su momento le daba mucho parecido con Vivian Leigh.
    Me ha parecido una fantástica recreación del momento en el que Hedy mostró su invento. La condescendencia en el trato que debió recibir seguro que fue tal y como has mostrado tan gráficamente. Me encantó, Eme!! Un abrazo

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