LA ARAÑA Y EL CHINCHE










Un buen día la araña Clotilde se instaló en la habitación más tranquila de la casa, justo en la esquina de la pared que lindaba al techo. Alejada del bullicio, preparó sus hileras. Y con delicadeza y dotes de malabarista, comenzó a tejer su tela de seda. Su hilo, más fino que un cabello, solo se veía con el sol; relucía en el instante mismo que la caricia del aire lo endurecía haciéndolo más resistente que una cuerda de violín. La araña ajustaba con precisión todo el entretejido conformando la red. El trabajo de confección le llevó días. Lo hacía paciente, abriendo zancada con poca comida y aún menos descanso. Todo iba bien hasta que algo se atrevió a irrumpir en su espacio.

Bajo la alfombra asomaron un par de antenas arrastrando un cuerpo plano del tamaño de una semilla de manzana. Desde arriba Clotilde no se percató hasta que el individuo subió por la pared y se le puso en frente.
—No te acerques más si no quieres desaparecer —amenaza Clotilde.
—Aquí hay lugar para los dos, tranquilo —añade El Chinche.
—Tranquila, si no te importa. Lo estaré cuando te pierda de vista.
—Solo subiré para asaltar a mis víctimas. No te inquietes. El resto del tiempo ni me verás por aquí.
— Siempre que no me molestes no habrá problemas —despacha la araña.

Acabando el día El Chinche, con total descaro, recorrió la pared hasta llegar al centro del techo ante la atenta mirada de Clotilde. En estas, que se deja ver un cuerpo grande en la habitación. El chinche ya estaba preparado para abordarlo. Cuando justo iba a pasar a su altura, el insecto controla el salto, y zas, le cae directo encima. Se introduce por su cuello hasta llegar al pecho. Allí le inyecta su saliva y una dosis extra de anticoagulante. Le basta cinco minutos para chuparle la sangre. Cuando a su víctima le comienza el picor, El Chinche está más que hinchado, saliendo por patas y dispuesto a irse al escondite. La araña con sus seis ojos no ha perdido detalle del poder invasor del desconocido, pero se despreocupa y descarta su competencia.

Pasaron días de mutua ignorancia y tranquilidad hasta que El Chinche haciendo uso de su buen nombre irrumpe presuntuoso en el rincón de Clotilde mientras que ella confiada descansa.
—¿Así pretendes engordar la panza?, lo tienes difícil —se regodea El Chinche.
—¡Cómo te atreves a acercarte!, desdeñas mi habilidad depredadora —amenaza la araña.
—Qué pérdida de tiempo elaborar esa red y esperar tanto ¡El tiempo es oro compañera! Y los trabajos artesanales tienen sus días contados.
—¡¿Compañera?! —grita ofendida—. Esto raya la humillación. Esta trampa me asegura el alimento. No diría lo mismo de tu arte de ensañarte con los demás.
—Yo me hincho de comer sin esfuerzo alguno. Para qué gastar mi energía en hacer algo que se rompe con el roce de una de mis antenas —se mofa mientras le parte uno de los hilos de la red.
—¿Cómo te atreves insensato? Te aventuras con mi paciencia. —De inmediato se arma de maña y repara su hilo mientras prosigue. —Yo no necesito muchas capturas y tampoco pretendo cebarme. Mi trabajo es muy rentable; tengo suficiente para vivir. Incluso llego a liberar presas que caen en mi red salvándoles la vida.
 El Chinche no pierde ocasión y le rompe otro hilo de la red y después otro.
—Mi astucia y habilidad para sorprender son armas que en la actualidad son más eficaces que tus manualidades. Si no tuvieras red, con seguridad, ni comerías. Es una estrategia la tuya poco inteligente para los tiempos que corren.
La araña perdiendo la paciencia sale y salta a un palmo de su invasor.
—¡Puedo destrozarte tus delicadas antenas, sabes! —grita Clotilde enseñándole sus pinzas bucales. Lo lanza con cuatro de sus patas al otro extremo de la pared—. ¡Y ni te acerques! No me subestimes. Otro intento y te atrapo. Y esta vez sería para comerte aunque me arrepienta. Me da que no eres plato de mi gusto.

El Chinche pasó días sin molestar a la araña. Pero un día sucedió algo que le pilló por sorpresa. Se preparaba para arrojarse a su víctima y en ese instante, un viento fuerte irrumpió en la habitación, abriendo de par en par la ventana. Le desvió la dirección de caída y el chinche se vio precipitado al vacío. La araña observando lo que ocurría, levantó su abdomen y liberó uno de sus fuertes hilos a favor del viento que la adelantó hasta llegar al centro del techo. Con una habilidad asombrosa de trapecista, emprendió su vuelo arácnido, soltó su red y atrapó al Chinche en el aire. Visto y no visto.
—¿Encima ahora no irás a comerme? —dice malherido El Chinche viéndose envuelto como un algodón de azúcar.
—Tienes suerte, me pillas comida para una semana ¡No te muevas, te vas a enrollar más! Espera, que te libero.
—Vaya, no resultaste tan mala vecina. Me quedo en deuda contigo.
—Cuando sople de nuevo el viento o falle la puntería de tu salto, puede que termines muriendo en tu propia caída. Pero recuerda, que yo seguiré viviendo conservando mi red.


Moraleja:

Lo que construyas por ti mismo puede salvar tu vida,
y ya puestos, hasta la de los demás.








Pintura portada "La araña sonriente"
de Odilon Redon





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