BOTAS MANSAS




La lluvia andaba muy lejos de dejarle soñar. Las siluetas desiguales de las casas de A Moa era el albergue de Lucinda en una tarde ensombrecida por la cortina de agua. El diccionario gallego-castellano abierto por la letra h en aquella mesa de roble del abuelo Anxon y el jarro con azaleas, como era costumbre, más cerca de la ventana. No siempre el pensamiento de Lucinda acompañaba a su vocabulario y tenía las páginas marcadas con pétalos secos y letras escritas.

Su padre, el viejo Bento, la veía escribir y, a ratos, perdida mirándose los pies. Se le acercaba con la vara de azuzar a los bueyes y golpeaba el suelo hueco, mientas murmuraba: "Lucinda, non teñas ideas peregrinas".

Había pasado dos años sin tener noticias de él. Aquella perniciosa lluvia dañó la telefonía y no tenía esperanza de que se pudiera arreglar. Escribir en ese tiempo muerto era la forma de conservar su recuerdo y ponerse los calcetines que le dejó. Un par sin costuras que él ajustaba a sus grandes pies para evitar que le salieran burbujas cuando caminaba.

    Félix ¿Quién abrirá agora el camino cuando la hierba no para de medrar? Agora los peregrinos van descalzos para conectar a los campos magnéticos terrestre, para salvar la salud, dicen. A cada paso la hierba medra más y más, hasta llegar a la cintura. Aparecieron los rododendros. El paisaje es un jardín, aunque caminar se hace una hazaña con esta calor. La humedad y los mosquitos pegados a la cara. Ya nadie mira para atrás. Ni para los lados. Nadie fai el Camiño como antes. ¿También lloverá agora en Canarias?, ¿en Valencia?, ¿y en Granada? Agora estamos aislados como mis bisabuelos. Es un país para viejos (e para la lluvia).

Lucinda no perdía la esperanza de conocer el sur, sobre todo, Granada donde Félix le aguardaba. También allí la zona rural permanecía separada de la zona urbana por vallas. Ella tendría que hacer un largo viaje por tren y luego en carreta de bueyes.

Aquel fue un campo de trabajo extraño. Acostumbrados a conocer tantos mozos de otras partes de España y del extranjero, y ese verano sólo se presentaron cinco voluntarios en Melide. No había gente nueva para cubrir las plazas. Los niños del país se convertían directamente en adultos; con dieciocho eran obligados a tener una escrupulosa salud personal y laboral. Los animadores socioculturales también desaparecieron.

El rastro anisado de melindres lo llevó a la cocina al segundo día de su llegada a la escuela mientras Lucinda preparaba el almuerzo.

—Tu gente me mira como a un pasota ¿Cómo decís aquí..?, ¡parvo! Un parvo que duerme en el suelo de un colegio público, porque lo es, ¿no? Y además, con un cura que es mi jefe y tendero. 

—Fabla baxo, los otros voluntarios duermen. No creo que o cura sea motivo de tu viaxe. Dexa de piar, yo mismo ando de profesora e cocinera; los hospitaleiros do Camiño desaparecieron todos. Así que salva tu rebelión agora, para don Guillermo es urxente restaurar la igrexa de San Martiño.

—¿Sabes lo que significa la inscripción del monolito que está junto al crucero: “O que todo fixo en paz, descansou en paz”?

Iso mesmo.

—Es en realidad el epitafio de la tumba de Afonso II el Casto, creador del Camino primitivo y quien hizo grande Compostela.

Félix tenía vocación de historiador y uno de sus intereses era esclarecer la historia de Xesús adoptivo. Félix le contó que el rey asturiano removería su tumba maldiciendo al anticristo enterándose que el Adopcionismo, contra el que luchó, resurgía de nuevo a mediados del siglo XXI. La imagen de Jesús como humano estaba presente en las iglesias que se restauraban en todo el país, también en Andalucía. Jesús hombre le había quitado el protagonismo al propio apóstol Santiago.

No sorprendía verle en tan buena relación con don Guillermo. Sus conversaciones le hacían sentirse nuevo. Félix tenía una forma peculiar de ver la vida y rebosaba motivación por aprender cultura gallega.

El último día, a poco de su marcha, sorprendió que dejase de llover. En un lapsus de tiempo el sol lució entre las nubes. Félix aprovechó para invitar y brindar con Ribeiro. Lucinda no paraba de reír cuando él terminó de decir:

—Lucinda, marcho sin saber si los huesos del arca son realmente del obispo reformador gallego Prisciliano. O en último, del perro de la reina Lupa, o de su dragón. Graciñas por la hospitalidad. ¡Por Galicia y su gente! —En ese instante comenzó a llover de nuevo— ¡Se chove, que chova. Éche o que ai!

Sueña despierto... y dormido vuelve a soñar en su eterno afán. De Rosalía de Castro. 

Se despidieron entonces, hasta hoy.


Comentarios

  1. Qué preciosidad de relato, con esa ternura que le da a todo el gallego. Magnífico. Felicidades.
    Un abrazo.

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    1. Hola, Chema. Muchas gracias a ti siempre por las lecturas. Comparto contigo esa impresión sobre la lengua gallega. Todo lo relacionado con esa comunidad y su cultura merece disfrutarlo con pausa, llegas a descubrir detalles fascinantes. Un abrazo

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  2. Anónimo28/5/22

    Me encanta leerte porque mientras lo hago me transportas a esos momentos tan mágicos, cada detalle lo cuidas con cariño y se nota la pasión que pones cuando transformas en letras lo que sale de tu mente. Felicidades Eme. Es buenísimo.

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    1. Hola, muchas gracias a ti por leer las historias y dejar tus impresiones. Un abrazo.

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