TODOS LOS AÑOS TIENEN UN NUEVE DE NOVIEMBRE
1941. Ella con
27 años está de pie. La silueta va entallada a la cintura al amparo de dos
filas de botones enormes. Ella y su silueta esperan. Parece que llevan algo bajo
el brazo, lo tapa una amplia manga de un abrigo oscuro, más bien verdoso, —de lana,
quizás— con esos cuellos y puños de visón pardo, —auténtico, seguro—. Le brilla
un hermoso collar de perlas, grises, de tres vueltas, pegado a su largo cuello
y sobre la cabeza un sombrerito rematado en un fino halo de convicción. A
escasos minutos de llegar, ella ha intentado ver al director de inmediato. Lo conseguirá. Es muy
guapa, podría pasar por ser una mujer actual si no fuera por el sombrerito; lleva zapatos de tacón de aguja, bolso estilo cartera, perfume de Rosa de grasse y vainilla, melena oscura bucleada y una máscara, pestañina, delicadamente extendida en una mirada enigmática; la diferencia, que no lleva teléfono móvil y aplicación WhatsApp para
entretenerse mientras espera.
Un viejo
carcamal con traje convencional de oficinista —al parecer ella odia este tipo
de ropa, en realidad, ella odiará todos los convencionalismos— comienza a divertirse con la conversación.
—No lo dudo señorita, puede
esperar ahí todo lo que quiera —contesta el viejo alzando la vista. Sonríe
mientras la mira, a la par comprueba que su bisoñé está en la posición correcta:
a dos dedos de la ceja y tapando sus escasas patillas.
—Señora, si no le importa. Lo
que traigo en este sobre no puede esperar —se le acerca inclinándose ante la
mesa del oficinista y dando un sutil puntapié a la pata de la mesa—. Nuestro
país entrará de nuevo en la guerra. ¿No lee los periódicos? —ella habla mientras con una mano saca un portafolios que trae atado bajo el brazo—; esto puede contribuir
a paliar la derrota inminente del ejército inglés en Europa. Un logro que se conseguirá gracias al uso que hagan nuestros soldados de este invento.
—Dígame de que trata— dice
el oficinista mientras le señala la silla.
—Debo hablar con el Sr. Lampier
para la patente —insiste mientras se sienta despacio con el torso erguido.
Ella mira desafiante a su
interlocutor, al mismo tiempo que lo hace, controla el despacho del fondo del
pasillo. Ve la sombra de un hombre moviéndose de un lado a otro tras la puerta
de madera con vidrios biselados.
—Está ocupado. Puede dejarme
usted el portafolios. Yo se lo pasaré en cuanto termine de su reunión.
—Lo siento, solo yo se lo
entregaría al director. Esperaré —se apresura a decir mientras deja el
portafolios sobre sus rodillas, abre el cierre metálico de su cartera y saca una
larga boquilla, colocando un cigarrillo en el extremo de su arrogancia.
—¿Es un invento? Y me
imagino que quiere la patente —dice el oficinista que se le acerca con un
mechero cliqueando varias veces. La llama se le resiste en su mano temblorosa.
—Sí, claro ¿Qué otra cosa
puede conseguirse aquí? —contesta ella visiblemente contrariada.
Se separa de él recobrando
su compostura de mujer elegante y sofisticada. Aleja su cabeza de
esa corbata sobada, manchada de un sudor amarillento de días dispares. La
papada del oficinista desprende un olor a queso roquefort.
—Y dígame señorita, ¿De qué
trata el invento? —pregunta el viejo mientras se reclina en su silla de madera
juntando sus dos manos y tocando con los dedos su escasa barbilla.
—Sirve para llevar a cabo la
comunicación a distancia..., sin cables —responde dejando la huella de labios
marcada en la boquilla con un rojo carmín.
—Eso seguro que ya estará
inventado. Sabe, su cara, su rostro me es familiar, —le sonríe con sorna —¡claro,
¿usted no es?! —ahora ríe con más descaro asomándole unos dientes incisivos como
aletas de natación.
Ella le lanza una mirada
inquisitiva, con sus pantorrillas perfectamente alineadas, aspira encajando el
rictus y dirige una larga bocanada de humo hacia la cara del oficinista.
—¿La que salió desnuda por
la campiña en una película? —contesta
seria sin atisbo de arruga en su rostro, con las pestañas lanzadas hacia arriba destacando las arcadas de sus finas cejas y las ventanas de la nariz abiertas de par en par.
—¿Pretende que me crea que
es usted inventora?
—Sí, y la primera mujer en
salir desnuda en el cine —responde levantándose. El director acaba de abrir la
puerta. Coge su portafolios y se levanta mirando desafiante al oficinista —¿su imaginación
solo da para eso? Se puede ser guapa y, además inteligente, sabe.
—¡Señorita Lamarr! —saluda el
director que le sale al paso parodiando un saludo de cine— ¡Qué alegría verla aquí!
Siento no haberla podido atender antes. Si me permite, espere un segundo —sonríe
con el dedo índice alzado y se dirige al viejo que no ha dejado de mirarle las
pantorrillas a ella. —Señor Pug, dígale a Úrsula que nos traiga un par de cafés
a mi despacho.
La indiferente orden del
director cae sobre la cara del señor Pug, haciéndole recobrar de nuevo su
posición en la mesa, la de ese leal oficinista de sesenta años cabales. El brazo
izquierdo del director mientras, se ahueca en la cintura de ella y le acompaña a
su despacho.
—Espero que no le haya
molestado el Sr. Pug. Es un poco retrogrado, no está hecho para recibir inventos
de mujeres —lo dice mientras abre la puerta de su despacho y le ofrece asiento
en una de las sillas frente a su mesa.
—Es una pena que solo se
haya preocupado en su vida de tener más pelo que cerebro. Si no le importa Sr.
Lampier, me llama por mi nombre de casada, Señora Markey, o si lo prefiere,
Hedy Kiesler Markey.
—¡Ah el apellido de su padre!
debió de ser un gran banquero, Emil Kiesler ¿no?; cómo no iba a tener una hija
tan hermosa y famosa. Si hubiera vivido su familia aquí en Estados Unidos, hubiéramos
sido grandes amigos, de eso estoy seguro —alardea mientras que Hedy ignora el
comentario.
Ella se acomoda quitándose
el abrigo, él le ayuda y suelta la prenda sobre un sofá Chester abotonado colocado en un lateral del despacho.
En ese instante entra la
secretaria con dos cafés en una bandeja. La coloca sobre la mesa. Uno de los
cafés se lo ofrece el director a Hedy con una mirada que recala en toda su
fisonomía.
—Gracias Úrsula ya puede
retirarse —la secretaria abnegada desaparece tras la puerta— Como le decía…
—Si le parece, Sr. Orguest, hablamos de mi
invento —interrumpe incómoda Hedy tras calentar su mano con la taza y soltarla
de nuevo sobre la bandeja—. Quiero registrar la solicitud de la patente de mi invento.
—Pssiii… claro, pero…. Bueno cuénteme.
—Como ya le escribí y le dije por teléfono, se
trata de un sistema secreto de comunicación aplicable al control remoto de
misiles teledirigidos —la expresión interrogante de su interlocutor hace que
precise en los detalles—. La transmisión se lleva a cabo en un espectro ensanchado
por salto de frecuencia, esto significa que los mensajes desde el receptor se
fraccionan en pequeñas partes y cada una se transferirán secuencialmente,
cambiando de frecuencia, cambiando de canales.
El Sr. Orguest sonríe con cara de papanatas. Hedy
tiene la sensación que no le escucha o no entiende nada de lo que dice. Se le
acerca entonces abriendo el portafolios sobre la mesa y mostrándole su
contenido. Señala con sus cuidadas uñas rojas una serie de figuras que aparecen
en dos hojas y prosigue con su explicación.
—Esta estación trasmisora será capaz de
lograr transferir ondas portadoras de una pluralidad de frecuencias. De esta
forma no será tan fácil conseguir saber quién es el emisor y, por tanto, de
detectar y rastrear un misil teledirigido. Cualquier intruso que intente
interceptar la señal no podrá detectar más que un ruido extraño. Este invento se
podría emplear incluso para la transmisión de sonidos y mensajes hablados en
el futuro.
—¿Y está usted convencida de
que su invento podría ayudar a nuestro país a ganar si participa en esta
segunda guerra mundial? —se sonríe escéptico exhalando aire por su nariz chata—.
Señorita, me parece absurdo lo que cuenta. Se adelanta a los acontecimientos;
pronostica algo cuando todavía no hemos ingresado en el conflicto bélico. Y,
además, nuestros militares estarán más ocupados en ganar la guerra que en
probar nuevos aparatos ¿no le parece? —se levanta y se le acerca—. Le aconsejo
señorita que se cuide por sobrevivir si entramos en guerra y no morir frente a
esos odiosos alemanes. Por cierto, creo que su primer marido es nazi ¿no? Seguro
que si él muere no será una gran pérdida, siendo usted… judía. El arte de ese
malnacido para fabricar y vender armas a Hitler y Mussolini tal vez le haya
inspirado a usted para este juguete que me trae ¿Estoy o no en lo cierto,
señorita Lamarr?
—No temo a la muerte
Sr. Orguest, en realidad, no temo a nada, y mucho menos a las cosas que no
comprendo. Cuando empiezo a pensar en eso, sabe usted, me dan un masaje y se
acaba el problema. Olvidaré su comentario improcedente Sr. Orguest —dice
furiosa, pero se arrepiente inmediatamente, no va a ponerse en evidencia frente
a ese patán—. Será mejor que vuelva mañana y entonces, registraré la patente.
—Este oficio señorita
tiene sus reglas y… —cambia su tono cuando advierte la mirada penetrante de
Hedy —claro, espero verla pronto por aquí.
Hedy se levanta altiva,
sale del despacho, pero regresa de nuevo a coger su abrigo. La mirada clara se le
ha vuelta tan oscura como esa prenda que lleva en el brazo. Su aliento se queda
reprimido y el portafolios otra vez apretado bajo la manga. Un lance más en su dignidad ya
herida, como un calamar sin bolsa de tinta. No parará en su empeño. Hedy baja la
escalera; en la calle se enfrenta a un frío diferente, el de ese suelo húmedo y
gris. El anochecer prematuro del invierno le provoca hoy más desasosiego que
nunca. Atrás queda el edificio del Consejo Nacional de Inventores. Su invento y la patente del mismo tendrán una importante
repercusión mundial. Y ahora, es ajena a esto. En
ella hay presente un compromiso que va más allá de las repercusiones bélicas. Su
pensamiento está amarrado, igual que su portafolios, a un secreto orgullo de
pertenencia a Europa, a orillas del Danubio, a su cuna judía, y es una mezcla
entre temor y vértigo.
*
Hedwig Eva María,
Hedy, vuelve a su mansión con tal carga de enojo e indiferencia que deja la
puerta medio abierta. Se abandona sobre la alfombra del recibidor y el
portafolios cae. Se desploma lentamente sobre sus rodillas como una silla
desplegable. La alfombra, allí donde tantas veces George y ella han construido
sus artilugios con cerillas y cajetillas de plata. En ese momento suena el
teléfono.
—Hola Hedy ¿Lo has
conseguido? —le pregunta nervioso su amigo, George Antheil, al otro lado del
hilo telefónico —llevo llamándote toda la tarde.
—Decían que siendo
famosa puedes conseguir lo que te propongas. ¡Ja! Pues mi carrera de actriz, en
esta ocasión, no me ha ayudado en absoluto. Debo intentar hablar con el
gobierno, George. No es solo la patente, debo convencerlos de usarlo. Tal vez
ellos… cuando me vean trabajar directamente con esta tecnología quizás…
—Ven a mi casa, Hedy
—le interrumpe George—nos tomaremos una copa.
George y ella son
vecinos, se conocieron en una fiesta. George es además su colaborador en el
invento. Un compositor vanguardista, un alma afín, inquieta y cultivada en la
música y en las técnicas musicales. Desde que Hedy le planteó su proyecto han
pasado juntos muchas horas disipando incógnitas y parámetros, con un parloteo
continuo de tiempos de transmisión de frecuencias, emborronando esquemas y
gráficos de ingeniería y aplicando técnicas de mecánica musical. Unas aforadas
discusiones entre la mesa de trabajo y las pianolas, de las partituras a los
gráficos les han llevado a esas maquetas de las estaciones emisoras y receptoras que hay sobre la mesa, con
esos rollos de papel agujereado usados para sincronizar y conmutar las
frecuencias, ahora muchos de ellos ya inservibles, tirados por los suelos en la
habitación de trabajo de la casa de George. Horas y días donde cualquier ruido
ajeno a su empeño persistía como una psicofonía ignorada. Un tiempo en el que
Hedy se olvidaría por completo del mundo de los flashs, el celuloide y el
glamour.
—Si te acercas a la
élite militar lo más seguro es que te lleven a diferentes lugares para levantar
el ánimo a los soldados y no para convencerles del alcance de tu invento. Eres
demasiado joven y bonita —le dice cuando la recibe, nada más entrar—. No te tomarán
en serio, no lo entenderán. Hacer creíble un invento de ingeniería como éste es
complicado.
—Si he estado
prisionera y atada a la cama como un perro por el ser más odioso de la tierra y
he escapado de sus garras puedo hacer lo que me proponga. Mi primer marido quería
lijarme, ris, ras, —hace gestos con las manos— ¿Sabes que sólo podía desnudarme
y ducharme si no estaba él presente? Y todo por aquella dichosa película —habla
ensimismada mirando el piano, acaricia las teclas. —Mi madre me decía que tenía
que haber nacido chico. Cuando me vio por primera vez tirar las muñecas, tenía
entonces cinco años, no comprendía que yo prefiriera romper tranvías para ver cómo
funcionaban. Después ya no me conformaba, me atrevía a montar y desmontar
cualquier aparato. George —susurra de pie frente a él— creo que mi belleza y mi
glamour se están convirtiendo en una maldición; comencé con belladona dilatando
mis pupilas para parecer más atractiva en la pantalla y creo, que terminaré mis
días como Dorian Grey… Si yo no me hubiera encontrado en el tren con ese
mandatario de la Metro Goldwyn Mayer sería, tal vez, otra persona. Al fin y al cabo,
cualquier mujer puede ser glamurosa, es solo quedarse quieta y parecer idiota.
—Cada vez que intentan
minar tus fuerzas, Hedy, consiguen el efecto contrario. Eres una extraña
combinación ¿Qué circunstancias deben darse en las constelaciones para pasar de
ser actriz a inventora y nada menos que en el complicado mundo de las
comunicaciones? Tal vez no pertenezcas a este tiempo… Hedy, eres un adelanto,
¿lo has pensado? —le sonríe con cariño—. Toma, bebe —le acerca una copa y le hace
mover los pedazos de hielo con una varilla de cristal —tu invento ayudará al
ejército tarde o temprano. Los operadores de las estaciones de radio están
demasiados expuestos, son demasiado vulnerables, y la recepción de las señales se
ven continuamente afectadas por las interferencias, la meteorología y los
accidentes geográficos. Por no hablar de todas las reflexiones que se dan en
las capas de la atmósfera. Nuestro sistema es inmune a todo eso. Es un avance
tecnológico maravilloso.
—Es un anticipo a lo
que puede ocurrir en el futuro y, tú y yo no lo veremos. Mis películas quedarán entonces
en un cajón mientras que este invento...
—No digas tonterías,
eres divina. Con tus inventos no solo detendrás torpedos también serás considerada
una diva del cine, bueno, ya lo eres. Eres capaz de estar trabajando en tu proyecto
del escudo antiaéreo y estar con Bogart en esa nueva cinta, ¿cómo me dijiste
que se llamaba? ¿Casablanca?
—Sí, pero al final no
voy a protagonizar la película y ese proyecto, el del escudo, lo tengo abandonado, tendría que retomarlo —sonríe arqueando sus finas cejas.
—Lo único que me apesadumbra
ahora —mira con dudas a Hedy, no sabe si seguir hablando.
—¿Sí? Dime.
—Hedy ahora que nos sinceramos, siento como si
luchara en contra de mi generosidad. Sabes, yo… Es que nunca pensé que mi
técnica musical —dice mientras pasa despacio su mano por la maqueta del
transmisor —pudiese ayudar a mejorar un arma de guerra. Siempre he tenido
presente que la música se ha hecho para salvar el mundo de sí mismo. Mis
sinfonías…
Silencio.
*
Primera foto es de una compañera de esta red a la que estimo mucho,
es Encarna Mora, de su blog Fotos con sentimiento "Amarillo y negro".
*
y AQUÍ ABAJO, ES ELLA,
HEDY KIESLER MARKEY (ENTONCES)
HEDY LAMARR (SIEMPRE)
OTRAS ENTRADAS DE ESTE BLOG.
MUJERES FECHADAS EN LA HISTORIA:
Maravillosamente relatado, pero lo que me ha parecido más alucinante es que todo es cierto.
ResponderEliminarPrimero lo he tomado por pura ficción hasta que, ya al final, he reconocido el nombre de Hedy Lamarr. La verdad es que es una actriz de la que nunca he sabido demasiadas cosas, pero me he quedado alucinada ante sus facetas desconocidas para mí de ingeniera, inventora y superdotada. Tampoco sabía que era judía. Como ves, gran ignorancia respecto a Hedy Lamarr.
Un beso.
Hola Rosa, bueno, pues la sorpresa viene ahora. Te cuento: El 10 de junio de 1941 se registró la solicitud de la patente con el número de serie: 2.292.387. Fue cedida al ejército norteamericano. Esos rollos perforados se sustituirían en 1957 por circuitos electrónicos. La telefonía de tercera generación como el wifi o el bluetooth se basan en este cambio aleatorio de canal que inventó Hedy y que desarrolló después junto a George. Actualmente ordenadores, teléfonos, televisores y reproductores de música se pueden conectar entre sí o a internet a través de un punto de acceso de red inalámbrica. ¿cómo te has quedado? quién se lo iba a decir a ella ¿verdad?. Un abrazo
EliminarRealmente alucinante. ¿Será por ser mujer, por ser actriz y guapísima o por algún otro tipo de causa maldita que casi nadie sabe eso?
EliminarMil gracias.
¡Anda... la cosa va de Hedy Lamarr! Qué casualidad, hace no mucho leí algo sobre ella, pero "conociéndote", seguro que le has dado un giro de tuerca a la historia.
ResponderEliminarDame tiempo que es un relato extenso, lo he leído por encima, te mereces una lectura sosegada y ya te digo Emerencia. Por lo pronto de diez y medio, que lo sepas.
Uy ya espero, que todavía te seguirás sorprendiendo. Lee la respuesta al comentario de Rosa. Un beso
EliminarHola!fantástica historia.fantástico relato.nos apasiona todo lo que este basado en hechos reales!nos has impresionado.gracias.es exquisito.saludosbuhos!!
ResponderEliminarGracias chicas!!! me alegro mucho. Y tan real, aunque todo el díalogo entre los personajes es ficticio, vamos, quiero decir que es de creación propia, pero que Hedy fue actriz e inventora, de esto no hay duda. Hedy Lamarr, Hedy Kieesler, quedaría en los anales mediáticos como la actriz e inventora más singular del siglo XX. El día internacional del inventor se celebra el 9 de noviembre en su honor, su fecha de nacimiento. Desde entonces no se le ha permitido envejecer ¿qué máscara no pudo quitarse entonces Hedy Lamarr? De ahí hacer este relato. Un abrazo con saludos en el aire para las aladas.
EliminarDesde luego Emerencia has hecho una disección pormenorizada de esta mujer, añadiendo lo que sabías e informándote de lo que no. Mirando algunas fotos de la Lamarr, desde luego era una mujer bellísima, estilosa, atemporal como bien has destacado, y sorprendente por su inteligencia e inventiva. Pero mira compañera, aunque la sujeto de tu historia es interesantísima por sus inventos y su forma de vida, lo que más me atrapa es tu forma de contarlo, pues no es un documental, ni una biografía, has particularizado tu visión de ella. El modo en que nos enseñas todos los pormenores de ella... de su físico, de su ropa, de sus inquietudes, de su rebeldía y de su entorno. Y tu potente imaginación con el plus de hacer ameno y visual toda la historia, y acercándonos por medio de los diálogos a ésta espectacular mujer, ahí, al alcance de los ojos y de la mano, no es carne de celuloide, ni de papel. Está viva.
ResponderEliminarLo del invento me ha dejado toda loca ¡uf!
Gracias Emerencia por estos ratos impagables.
Sigo...
¡Ah! ¿Sabes a que me ha recordado el dibujo del invento? Salvando las distancias con el de Lamarr claro... No sé si recuerdas o has tenido la ocasión de ver alguna viejo comic del T.B.O. (ahora son material de coleccionistas), donde en la página central se desarrollaba los artilugios disparatados de utilidad nula inventados de un profesor chiflado alemán, por medio de un dibujo complicado... a lo mejor para revolver el azucarillo de una taza de café. Te recomiendo Emerencia un libro titulado “Los grandes inventos del T.B.O.” de Ramón Sabatés. Sus dibujos son geniales.
ResponderEliminarP.D. Se me olvidó decirte antes, que me encantó como has utilizado el “Silencio” . Ese silencio final tiene mucha fuerza, no habría tenido la misma intensidad si estuviera acompañado de más frases, no solo rompe por completo el ritmo narrativo anterior, sino que la pausa final, después de todo los sucesos, de la melodía, nos obliga a detenernos y, desde luego, a guardar silencio de respeto y admiración por la protagonista de tu historia, y por la madre que la parió, o sea, la autora. Buen recurso compañera.
finnn.
Hola Isabel, me voy por aquí al centro, ¡que ilusión de comentario chica!. Ya te conté que me atrapa lo de "mutarme" e intentar meterme en la piel de ese personaje real y de todos los que interaccionan con él, en este caso Hedy, la protagonista. He leído sobre ella bastante y la he observado en unas cuantas fotografías. No se cuenta mucho (a lo mejor en alguna biografía, que no he llegado a leer) de como era su comportamiento, su carácter. A lo mejor la he frivolizado. En este caso me ha sido fácil por ser mujer y haber pasado circunstancias similares (nada que ver como inventora, pero sí como científica, un rol que en un tiempo tuve la oportunidad de desempeñar con mi trabajo) por eso la haya comprendido en este mundo de hombres. Hay un poco de mí, un poquito jeje. Con respecto a los dibujos, esas dos páginas son las que patentó. Me pareció super interesante los gráficos originales. Ahí aparece el número de patente y el nombre de Hedy y su colaborador George. De él, he hablado poco, le he dejado solo con su silencio, era también muy particular y enigmático y ese silencio final lo veo adecuado a un músico y de hecho es lo que pienso. Revolucionario, también lo fue. Los dibujos que ves son parten de pianolas, sí como te digo. Antheil (que hasta ahora he contado poco) era pianista y compositor, era un rompedor, también un "futurista" de su época (vaya dos se juntaron dieron un salto peligroso en aquella época) también adoraba las máquinas, pero las que hicieran ruido. El ruido era un nuevo concepto, se podía hacer música y no se le ocurrió otra cosa que hacerlo con un grupo de pianolas tocando todas solas una sinfonía “poliexpresiva” la llamó, bueno a la obra la denominó “Ballet mecánico”. Le abuchearon, gritaron cuando la estrenó. Por cierto, la he escuchado. Ni te cuento. Aquí puedes oírla https://www.youtube.com/watch?v=GZEtFwev630. Me ha parecido super interesante lo que me cuentas de ese profesor Franz, inventor del TBO. Gracias. Bueno, que puedo decirte más. Da gusto escribir cuando alguien le dedica tiempo a leer textos ajenos más allá de lo que dicen las palabras. Esa conexión de autora a autora para "decifrar" contenidos, interpretar silencios. Un abrazo compañera.
EliminarProfesor Franz de Copenhague (el inventor del TBO)
ResponderEliminarAhora sí que sí Fin de los fines ;)
Ya vi el vídeo de las pianaolas de Antheil... me llama un montón la atención este personaje, a ver si encuentro algo más de él.
ResponderEliminarUn abrazo guapa!!!
Interesante y muy edificante toda esta historia, nunca he dudado de nuestra superioridad como entes pensantes e inteligentes, por eso no entiendo el afán que tenemos la mayoría de las mujeres de la igualdad de géneros, al fin de cuenta nunca seremos iguales, ya que somos superiores, y el hombre lo sabe, por eso nos han vetado tantas cosas a lo largo de la historia de la humanidad, pero lo que debe surgir, siempre se abre espacio, así sea entre rocas o rompiendo el hielo de la nieve.
ResponderEliminarGracias Eme por sacarlo a la luz.
Evidentemente somos diferentes, y como diferentes somos energía diferente, nos mueve otras fuerzas y agarramos la vida con otras manos, sentimos el dolor como nadie y lloramos dobladas agarrándonos la tripa y el pecho haciendo un nudo. Es interesante hacer homenaje a estos silencios, y lo hay de formas muy diferente. En este caso el 9 de noviembre es una fecha para Hedy, la inventora. Un beso y gracias a ti por dejar tu comentario.
Eliminar¡Buenos días! Que una foto mía acompañe un texto tuyo como este en el que la protagonista es Lamarr, es motivo mas que suficiente para alegrarme el día. Buenísimo texto, genial la Lamarr y orgullosisima de que te haya acordado de mi. Un gran abrazo.
ResponderEliminarAy gracias Encarna, ya te conté en tu blog que tus fotos inspiran, no será la única vez que cuente con alguna de ellas. Un abrazo compañera.
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