MITIA
Mi tía era una isla dentro de mi casa y estaba situada en el piso bajo junto al sótano. Se rodeaba del mar de lágrimas de mi madre y por las noches, del sudor agrio de mi padre que la carcomía por su costado derecho. A mi tía le colgaba el brazo de ese lado y cuando andaba le iba de un lado para otro como un péndulo. Un día la vi flotar y supe que ella dejaría de estar anclada al suelo de aquella casa. Yo tenía cinco años cuando llegó, luego ocho cuando su enfermedad se acordó de ella, daba grima, y tenía ya diez cuando ella se marchó. A mis quince fue cuando supe de nuevo de ella, pero antes, en mi primer periodo, ella ya estaba a la deriva, flotando por el mundo. Esa tía mía ¡Ah! Mi tía. Dijo que se iba porque no hacía nada, que se marchaba a donde encontrara el tiempo para dormir y soñar porque no se ponía de acuerdo con su cuerpo. Una tarada mental. Ella era capaz de escuchar el goteo de la cisterna durante horas mientras que a mí me martilleaba la sangre en las sienes; y en